PREGÓN REYES MAGOS 2019

REAL ACADEMIA SAN DIONISIO. Jerez, 3 de enero de 2019

Del Evangelio de San Mateo:

Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, he aquí, que unos magos del oriente llegaron a Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente y hemos venido a adorarle.

Queridos Reyes Magos:

Un año más,  con el espíritu del niño que aún hay en mí,  espero con ilusión que vuestros reales cortejos vengan cargados de regalos e ilusiones. Quizás de esas ilusiones que, a los que hemos doblado ya el ecuador de nuestras vidas, nos la hacen valorar cada día como si fuéramos niños.  Ya ni siquiera mis hijos, que hace tiempo dejaron de ser niños, me obligan a disimular la realidad humana de vuestros vistosos vestidos pero, no por ello,  siguen inundando mi alma  esos profundos deseos que llenan mi corazón de trepidante expectación cada vez que se acerca el día de vuestra llegada…..

Y hoy,  renovado en espíritu y alma, vienen a mi memoria, tamizados por la nostalgia y por la madurez impuesta por el tiempo,  vivos recuerdos imborrables que se grabaron para siempre en aquella niñez que creía olvidada…….

Aún recuerdo ese trozo de papel que escondí en un viejo cuadro de la Virgen Niña que presidía  la cabecera de mi dormitorio que, aunque ennegrecido por el paso del tiempo, aún le brillaba la estela del  Espíritu Santo que iluminaba su infantil rostro.  Era una víspera del día de Reyes y,  en mi naciente adolescencia, escribí en esa cuartilla aquellas cosas que anhelaba y que no se podían comprar con dinero. Ya sabía desde hacía varios años que mis padres estaban ya  jubilados en el menesteroso oficio de hacer de Reyes por un día y que, aunque  así no fuera, no estaba en sus manos conseguirme esos pedidos que tenían que ver más con mi proyecto de vida que con aquellos presentes que escondían en algún lugar desconocido de la casa.

 Pasó ese día, y ese año y muchos años más. Dejé la casa de mis padres  para  casarme y tener hijos y se quedó allí  aquel papel,  escondido en una rendija de la parte trasera del cuadro y olvidado en algún lugar de mi corazón.

Con mis hijos ya crecidos,  en una de esas ocasiones en que nos reuníamos todos por Navidad, vagué por las habitaciones de la casa en busca de recuerdos  y llegué al lugar donde estaba aquel viejo cuadro ennegrecido que tantas veces había sido testigo de mis secretos más profundos. Y   al verlo,  me acordé de aquel día y de aquel papel….  Esperé,  casi dándolo por imposible,  que tras veinte años, con traslados incluidos, estuviera allí, escondido donde lo dejé. Pero, para mi jubilosa sorpresa, como un viejo centinela del pasado,  me aguadaba fiel y deseoso de que  lo abriera, sin moverse exactamente del lugar en donde lo dejé; doblado y polvoriento,  incrustado  en la rendija del marco donde dormían  mis sueños de adolescente para ese futuro que aún aguardaba.  Lo abrí con expectación, desvelándose mis recuerdos a la vez que  desdoblaba aquel arrugado y viejo papel.  Tras leerlo en silencio, suspiré en lo más profundo de mis entrañas mientras veía a la Virgen Niña, fiel custodia de mis peticiones. Esos deseos de la pronta adolescencia que escribí en aquella carta a los Reyes Magos, se habían hecho realidad con el paso de los años y ni siquiera me había dado cuenta. Ellos sí se habían acordado de traerme esas anheladas peticiones y me las concedieron a su debido tiempo, cuando la Virgen Niña que me sonrió aquella noche,  vio el momento oportuno para se hicieran realidad.  Y entonces comprendí lo importante que es la magia y la ilusión cuando se cree en ellas, cuando se ve el mundo desde la fe de un adolescente que sueña con seguir soñando.  Entonces entendí que el verdadero milagro que obran los Reyes Magos es hacernos creer en ellos y en Aquel al que buscaron, llenos de fe y esperanza,  cruzando desiertos de arena.

Aquel papel que escribía

en mi juventud lejana

era el sueño del mañana

que en ese cuadro escondía.

Yo  le confié a María

que llegara a los de Oriente

sin importarme esa gente

que en el cielo no creía

la gente que se reía

del espíritu inocente.

La Virgen me sonreía

mi corazón palpitaba

y la mano me temblaba

y el aliento contenía,

porque ya me despedía

esperando aquel mañana

en que los sueños pedidos

me serían concedidos

en la madurez lejana.

Pasaron años vividos

de adolescencia expectante

y el mundo desafiante

fue forjando mis olvidos.

Y aquellos sueños dormidos

fueron de mi ya borrándose

mi corazón olvidándose

de aquel papel escondido

fue encontrado su sentido

y al mismo tiempo  curándose.

Y un buen día arrepentido

con  el cuadro ante mis ojos

como lirio entre rastrojos

vi mi papel escondido.

 Lo miraba  estremecido

 y al leerlo  comprendí

que Aquello que les pedí

en aquel papel escrito

¡¡Lo juro por Dios Bendito!!

con creces lo recibí.

Hoy Majestades creemos que los niños tienen de todo pero, muy a pesar nuestro, no es así.  Pensamos erróneamente que darle los mejores juguetes, los más caros,  los más sofisticados  es ser mejores padres.

Muchos consideran que lo más acertado es decirles a los niños la verdad y no hacerles creer en falsas historias.  Otros ni siquiera esperan al ansiado día  de Reyes y apuestan por Papá Noel o por hacer el  regalo de las fiestas de invierno. Los que se creen más racionales y  avanzados van con los niños de la mano  a los grandes almacenes y les compran los juguetes directamente para que disfruten  durante las  vacaciones.

Y  así hacemos con todo en la vida, con esta vida que estamos convirtiendo en pura materialidad despojándola de toda magia y fantasía. Es vivir deprisa y no dejar nada para más tarde. Es lo que está llevando a muchos jóvenes a vivir todo antes de tiempo, a beber de forma desenfrenada,  a mantener relaciones sexuales de forma indiscriminada, a creerse mayores  sin haber vivido su niñez. Esa niñez que les estamos negando. Esa inocencia que les estamos matando.  Esa ilusión que estamos desvelándoles sin darnos cuenta del daño que les estamos haciendo.

Esos niños que han vivido felices su niñez, que han bebido del amor y de la inocencia, que han descubierto a su debido tiempo la fuente de la fantasía, que han esperado y guardado sus ilusiones para el ser amado,  no han sufrido traumas ni daños, no han alcanzado menos metas que los demás, no han perdido tiempo ni ocasiones para disfrutar. Sencillamente han sido más felices y han aprendido a dar de lo que recibieron.   Y eso que recibieron en abundancia, lo darán también en abundancia para seguir haciendo un mundo mejor.  Por eso, no neguemos a nuestros niños esas ilusiones que forjaron nuestra madurez de hoy.  Los Reyes lo sabían y siguieron los mensajes del cielo para adorar a Aquel que nació y murió para traernos un  mundo mejor.

No negad la fantasía

a la inocencia de un niño

que en esos trajes de armiño

va escondida la alegría.

Esa que espera en el día

en que los magos de oriente

crucen el desierto ardiente

en sus enormes camellos

buscando aquellos destellos

de la estrella reluciente.

Que tras sus largos cabellos

y sus barbas y ropajes

y el cortejo de sus pajes

con esos trajes tan bellos,

ya no son hombres, son Ellos

los que sus ojos perciben.

Esos recuerdos que  escriben

los gozos que sí perduran

esos mismos que  fracturan

los que sin fe los proscriben.

Los que cegados censuran

nuestras bellas tradiciones

quizás son sus frustraciones

y heridas que no se curan

las que tristes se conjuran

y provocan su dolor:

Por eso vino  el Señor

y los Reyes lo entendieron

y  al mundo lo descubrieron

adorando al Rendentor.

Parece mentira, majestades,  que nuestro mundo de hoy, tan rico en bienes y tan avanzado en comodidades,  sea también más pobre en valores y más atrasado en solidaridad.

Que en esta sociedad tan desarrollada,  que cuenta con tantos avances médicos y científicos, haya tantos enfermos incurables.

Que en un mundo que pretende estar más globalizado que nunca, haya más  deseos de dividir y de reivindicar lo que nos separa que  de buscar y encontrar los muchos valores que nos unen.

Que en una cultura en la que ha avanzado tanto la comunicación y los medios audiovisuales estemos tan lejos unos de otros, aun viviendo en la misma ciudad, en el mismo barrio o en el propio seno de la familia.

¡¡Qué falta le hacen vuestros cofres a nuestro mundo de hoy y que entendamos su significado!!

Porque, Melchor,  aunque dispusiéramos de todo el oro que hay en el mundo, hay muchas cosas que no se pueden  comprar con él. Cuántos ricos tienen llenas sus arcas pero vacíos su corazones porque ese oro no compra su felicidad.  Porque se pueden comprar las mejores mansiones y decorarlas con los más  lujosos enseres, pero si  no saben llenarla de amor por los demás, de nada les sirve.  Pueden degustar los más sabrosos manjares y codearse con los más poderosos pero  si no  llegan a gozar de su aprecio sincero, en vano es su riqueza.  Pueden hacer su vida más cómoda y placentera pero si no pueden evitar los sufrimientos de la enfermedad y de la muerte ¿Qué valor tiene su oro?

Pero ese oro es un regalo extraordinario para aquellos que saben emplearlo, creando puestos de trabajo para los demás, compartiendo el hogar y los buenos ratos  con los amigos, regalando cariño y  detalles a los que menos tienen,  haciendo una sociedad más justa desde esa situación favorable…

 Porque se genera más felicidad dando que recibiendo, ayudando que ser ayudado, atendiendo que ser atendido. Es baldío si no se gasta o se gasta por puro egoísmo.  Ese cofre hay que dejarlo en este mundo cuando el Señor nos llame porque en el cielo ya no nos sirve. Y aquí tampoco nos es útil si lo dejamos arrumbado para un futuro que quizás no llegue o no abrimos el cofre para sacar felicidad de él.    Es un bien digno de reyes, de lo que era Él, porque un buen rey, un buen pastor, un buen cristiano sabe emplearlo sabiamente, justamente en favor de los demás.

Y tu incienso, Gaspar,  ese precioso presente cuyo humo y aroma exalta la grandeza de Dios, reconocía la divinidad de ese niño, de ese Dios hecho hombre.  Porque por encima del mayor poder terrenal, por encima del hombre más poderos de nuestro mundo, hay un ser muy superior al que hay que rendirse y no es otro que el mismísimo Dios.

 Hoy veneramos muchos valores a los que, cobarde e ilusamente,  rendimos pleitesía y nos olvidamos del mayor de todos; la fe en el Todopoderoso.

Rendimos culto al dinero, al poder, a la fama, a la posición social…  Educamos a nuestros hijos en la necesidad de ser líderes en los estudios, en el trabajo,  en el mundo…    Y acabamos siendo lo que somos, pura ceniza en un universo inmenso que nunca llegaremos a comprender.  Somos motas de polvo zarandeadas por un vendaval que Dios hace soplar cuando abre las ventanas en algún lugar del universo.

 Necesitamos de un incienso nuevo que nos haga darnos cuenta de la necesidad de Dios para encontrarle sentido a nuestra vida. Porque a pesar de los dioses que nos crean y nos creamos en este mundo,  éstos acaban provocando ese enorme vacío que hoy sienten muchos jóvenes y que les hacen caer en la más profunda de las frustraciones.  Son esos dioses efímeros que llenan fugazmente las vidas de nuestra juventud y que acaban sumiéndolos en mil preguntas cuyas respuestas no encuentran en ninguno de esos dioses pasajeros.

   Ese es el incienso que hoy necesitamos para que nuestro mundo recupere los  valores que le haga creer en sí mismo y en aquel que lo creó.

Y tú, Baltasar, que le llevaste al Niño Jesús la más humilde mirra, le hiciste el mejor de los regalos.  Fue tu reconocimiento ante el mismo Dios de su inquebrantable y grandiosa vocación de amar hasta el extremo haciéndose hombre por todos nosotros. Y hoy, en  esta humanidad,  ¡¡cuánta necesidad tenemos de hacernos hombres de nuevo!! Porque estamos perdiendo el sentido de humanidad y nuestra capacidad de amar al prójimo.  Jugamos a ser Dios pero no somos capaces de aprender a amar como nos ama Él.

Siguen produciéndose catástrofes naturales, accidentes, guerras. En nuestra sinrazón queremos dominar un mundo que nos supera porque sólo somos seres humanos en mitad de un universo infinito.  Y Dios que es eterno e inmortal se hizo hombre mortal para entendernos y salvarnos de nuestra infinita ignorancia.

Por eso, queridos Reyes Magos, le pido a Dios encarecidamente que este año nos traigáis oro, en forma de generosidad, incienso en forma de fe y mirra en forma de humanidad. No habrá mejores regalos para nuestra sociedad de hoy.

Llena, Señor, de tu ciencia

los cofres de los tres Magos

para aliviar los estragos

de la falta de conciencia.

Danos, Señor, tu inocencia

y cúranos  sin demora

el cáncer que nos devora;

Prescindir de Ti, Señor,

y olvidarnos de tu amor

desde el ocaso a la aurora.

Llena el cofre de Melchor

del oro más blanco y puro;

Ese que tiene seguro

el alma del bienhechor.

Y que le llegue mejor

al prójimo desvalido,

al que llora dolorido,

al que le falta el sustento,

al indigente, al hambriento

y al emigrante acogido.

Para los que en su tormento

no tienen  a quién rezar

llena el cofre de Gaspar

de incienso puro de Adviento.

Alivia su sufrimiento

con la fuerza de los cielos.

Conociendo tu desvelos

te conocerán, Dios mío

y una fe como un gran río

les colmará sus anhelos

Para nuestro mundo impío

el cofre de Baltasar

haz que vuelva a rebosar

de mirra contra el hastío

 y que se llene el vacío

de esta pobre humanidad.

Haz que reine la bondad

y que vuelvan las personas.

Tú que no nos abandonas

alivia esta soledad.

Haz que se haga verdad

que los reyes siempre vienen

y que sus cofres contienen

la ansiada felicidad

que el hombre,  ante la maldad,

necesita cada día.

Esa es la gran alegría

que nos regaló el Señor;

Tres cofres llenos de amor

y eso es la EPIFANÍA.

Ese milagro que hacéis cada año, augustas majestades,  no sería posible sin miles de personas de buena voluntad que se convierten en vuestros pajes y que hacen realidad vuestra magia en muchos rincones del mundo. Son los padres que trasnochan para sacar los juguetes y regalos de sus escondites secretos, los bienhechores que donan recursos y medios para los niños más necesitados, los que tienen el honor y la responsabilidad de vestir los majestuosos trajes que los convierten en Reyes Magos por un día para el disfrute y gozo de tantos niños….

Aún recuerdo esas dos cabalgatas en las que hice de paje para Santiago Melchor Zurita y  para Juan Manuel Baltasar Bocarando,  padres que me tocaron en la lotería de la vida y que me brindaron la oportunidad de contribuir a su importante misión.    ¡Qué hermoso fue descubrir lo que se siente repartiendo tanta felicidad a tantos niños de Jerez!

Ilusiones que pronto vivirán Ana, Félix y Francisco, las personas que encarnarán en Jerez, con la venia del Señor,  a los Reyes Magos de Oriente  y renovarán con su testimonio la herencia  de nuestros antepasados.

Pero de esas experiencias  vividas como paje real, ninguna fue comparable a la ilusión con la que nos esperaron los niños enfermos del hospital y, especialmente, esas mujeres ancladas en la niñez de espíritu de la casa de los Dolores de  la calle Francos…. Sólo por estas personas  ya mereció la pena todo el esfuerzo llevado a cabo y ser partícipe de esta tradición tan hermosa.

Señor, Tú que escribes recto

con los renglones torcidos

¿Por qué hay tantos desvalidos

en tu divino proyecto?

¿Por qué el mundo es imperfecto?

¿Por qué sufre tanta gente?

¿Por qué te muestras ausente

Cuando el dolor nos devora?

¿Por qué retardas la hora

de salvarnos nuevamente?

Que esa gente que te implora

que alivies su sufrimiento

busca con fe ese momento

de tu fuerza sanadora.

Mas tu corazón no ignora

el dolor que confesamos

y haces que nos convirtamos

en los reyes de tu amor

y como a Ti, mi Señor,

a esos seres adoramos.

Y, así, como un buen pastor

con sus ovejas perdidas

aliviamos sus heridas

y su llanto de dolor.

Como hizo el sembrador

o ese buen samaritano

dando en tu nombre al hermano

nuestro amor más desbordante

como vi en aquel semblante

que me hizo más cristiano.

Era una cara radiante

de una sonrisa infinita

la sonrisa más bonita

ante el dolor delirante

Se me grabó en un instante

su inocencia en la retina;

Esa piel canela fina

de una mujer ya madura

que abrazaba con ternura

la muñeca que le dimos.

Y eso que todos vivimos

era amor, no era locura.

El amor que transmitimos,

el amor que recibía,

y el que también residía

en los dolores que vimos,

fueron tales que advertimos

verdades tan aplastantes;

Esas cien almas errantes

recibieron un consuelo;

el amor del mismo cielo

para sus mentes distantes.

Los trajes de terciopelo

de los Reyes simulados

con sus preciosos tocados

y bellas capas al vuelo

les aliviaron su duelo

y también sus sinsabores,

porque  a esas niñas mayores

de largos sueños aciagos

les fueron  los Reyes Magos

al hogar de los Dolores.

Muchas veces pienso, majestades, que es precisamente la falta de Dios, la ausencia de todo lo que recuerde al espíritu o a la fe, lo que hace que este mundo no se encuentre a sí mismo.  Ya se lo decía Jesucristo a los suyos cuando veía que dudaban y flaqueaban en sus fuerzas. “Si tuvierais una fe como un grano de mostaza os aseguro que si le dijerais a este sicomoro, ve y trasplántate en el mar, él os obedecería”.

Hemos de valorar esa fe que movió a esos reyes, científicos o magos, que representaban la ciencia, el poder, o la magia y les llevó a seguir esa estrella y buscar y encontrar el mensaje de los cielos.

Una fe que tenemos que hacer extensiva a todas las parcelas de la vida.  Porque, más allá de los regalos, de las celebraciones, de las buenas acciones que podamos llevar a cabo en esta época del año, hemos de comprender el gran valor que contienen el mensaje y el testimonio de esos tres personajes de oriente, que tiene plena vigencia en el mundo de hoy.

Hoy, más que nunca, tenemos que poner en práctica esa voluntad inquebrantable de encontrarle sentido a la vida a través de la búsqueda de Dios. Porque por mucho que la ciencia avance, por más poderoso que el hombre pueda llegar a ser, nunca podrá prescindir de Él.

Dios está en cada uno de nosotros. Y fue precisamente un matemático de la Ilustración, Descartes,  quien asoció la idea de bien con Dios.  Todo aquello que nos lleva a hacer el bien, viene de Dios y no hay mejor regalo que darlo a los demás.

Es ese amor el que nos lleva a hacer mejor este mundo. Y lo mismo que los tres magos se rindieron ante aquel niño indefenso tras cruzar ríos, montañas y desiertos, nosotros nos debemos rendir hoy a su grandeza celebrando su nacimiento y adorando a nuestros hermanos regalando nuestro amor.

Esta es la grandeza de la Navidad y el verdadero sentido que contiene la festividad de la Epifanía. Un Dios que se manifiesta al mundo para dar testimonio de su amor.

Cuando te venzan las prisas

deja que tu alma sueñe

y que en sus sueños te enseñe

la mejor de las sonrisas.

Que las  iras insumisas

y los dolores del alma

encuentren contigo calma

y a ser como un niño aspiren,

que siendo niños se  escriben

las leyendas de la  palma.

No importa cómo te miren

ni lo que el mundo te diga

deja que Dios te bendiga

y  sus miradas expiren.

Porque aquellos que suspiren

en busca de una esperanza

mirando tu confianza

la encontrarán algún día

como aquellos que encontraron

la estrella que les guiaron

hasta el vientre de María.

Esos que  se confiaron

a la señal de los cielos,

y superando recelos,

por la estrella se guiaron

en su caminar llegaron

a un pueblecito perdido.

Ese lugar escogido

por el Dios del firmamento

para dejar testamento

de un amor tan desmedido.

Y ni el desierto sediento,

ni las tormentas de arena,

ni el relámpago que truena,

acabaron con su aliento.

Y así llegó ese momento

de ver cumplido su sueño

y  encontraron a un pequeño

en un pesebre dormido

y así hallaron el sentido

de tanto esfuerzo y empeño.

Dios era el recién nacido.

Eran verdad las señales.

La medicina a los males

de ese mundo escarnecido.

Con su espíritu rendido

hincándose de rodillas

abrieron las maravillas

que en los tres cofres traían

que al mismo Dios ofrecían

entre las gentes sencillas.

Los pastores que veían

a reyes tan poderosos

siendo así de generosos

con el niño al que mecían,

se alegraban y entendían

el mensaje de los cielos;

Y es que sus viejos anhelos

en sus pechos acogidos

al fin se vieron cumplidos

llenos de gozo y consuelo.

Y hoy tras siglos transcurridos

siguen viviendo en nosotros

siendo  los reyes por otros

en nosotros renacidos.

Y los niños convencidos

guardarán en su memoria

esta herencia meritoria

del gran bien que han recibido            .

Esa será la victoria

que esos tres reyes buscaban:

Revivir lo que admiraban

los pastores de la historia.

Porque se  alcanza la gloria

siendo así, buenos cristianos.

Diciendo a nuestros hermanos

 que hoy también viven los reyes.

Desafiando las leyes

de agnósticos y profanos.

Que aquellos tiempos lejanos

vivan de nuevo en Jerez

y  vivamos otra vez

la herencia de los ancianos:

Niños de espíritu sanos

que busquen hacer el bien,

que no miren con desdén

esta acción tan piadosa

porque amar es otra cosa

que hay que grabarse en la sien:

Que de esta fiesta preciosa

nunca jamás les privemos

y que en Navidad gocemos

de esta historia tan hermosa.

Y ya que acabo esta glosa

no quiero premios ni halagos

porque el mejor de los pagos  

es que el Señor nos bendiga

y que el todo el mundo diga:

¡¡¡Que vivan los Reyes Magos!!!

EXALTACIÓN DE LA SAETA 2018

IGLESIA DE SAN MATEO – JEREZ

PEÑA LA BUENA GENTE
      EXALTACIÓN DE LA SAETA
    
 
Francisco José Zurita Martín
    

 9 DE MARZO DE 2018

Cuando llega la primavera,  las flores de nuestros campos, el olor de los azahares de los naranjos amargos, el incienso que se escapa por las rendijas de las puertas de los viejos templos o esos cielos azules que siguen al atardecer,  hacen que nuestra alma nazarena se vaya preparando para la semana más importante del año.  Esta tierra cofrade espera ansiosa la pasión de su Señor, viviendo con intensidad cada besamanos, cada Vía-Crucis, cada celebración religiosa que antecede a nuestra Semana Mayor.

 En cada rincón de Andalucía, las voces flamencas que han cantado villancicos o coplas  en Navidad ya preparan sus Seguirillas con los que abrirles sus corazones de par el par al Dios que les dio la vida.

La saeta, esa oración cantada desde lo más profundo del alma, es la forma que tiene Andalucía de decirle al Señor todo lo que lleva dentro, todo lo que le preocupa, todo lo que siente, todo que anhela.

En nuestra tierra, las almas de los andaluces se vuelcan con nuestro Señor de la mejor manera que saben entender; con el cante.  Porque en Andalucía vive y reza, canta y ora, sueña y vive la pasión de su Señor con la voz que sale de su garganta morena.

La brisa de la mañana

susurra a los azahares

y ya viven los hogares

la Cuaresma Jerezana

que prepara tan ufana

la pasión de su Señor.

Es la fiesta del amor

de nuestro Dios a su gente

que lo vive y que lo siente

con pasión y con  fervor.

Y es  que en su muerte y dolor

encuentra el pueblo consuelo

y abre las puertas del cielo

con la Cruz del redentor.

Es la Semana Mayor

y de la fe baluarte

que se vive en cada parte

de la España más sureña

donde Dios es Santo y Seña

Y María, es su estandarte.

Porque el alma  se le parte

viendo tu cuerpo deshecho

viéndote, Señor,  maltrecho,

ansiosa por alabarte,

sabe mi tierra cantarte

para aliviar tu agonía.

Que esta tierra de María

desde la costa a la sierra

es esa bendita tierra

que se llama Andalucía.

Donde reina la alegría,

donde la fe se hace arte

donde sabemos amarte,

Cada noche, cada día

buscando tu compañía,

buscando, Señor, quererte

y con el cante ofrecerte

un bálsamo a tus heridas.

Darte gracias por las vidas

que se salvan con tu muerte.

Esta tierra, agradecida

y rendida a tu grandeza

cantando, Señor, te reza

y rezándote rendida

allá por Pascua Florida

estalla en sus emociones

llevándote en procesiones

en canastillas hermosas

que alfombran, Señor, de rosas

y claveles de oraciones.

Que esta tierra generosa

para decir que te quiere

tiene el mejor miserere,

la oración más piadosa.

Esa súplica preciosa

con la que sueña un poeta.

La que nace en las entrañas

de este rincón de mi España

que reza con la SAETA.

El pueblo andaluz no canta, le brota el cante, le nace de sus entrañas como una necesidad de expresar sus sentimientos.  En esta tierra manifestamos las alegrías y las penas, riendo por Alegrías o llorando por Soleares.  Celebramos la Navidad, la Feria, la Semana Santa,  con Coplas navideñas,  con Bulerías, con Seguidillas, con Martinetes…

Y rezamos. Oramos a Dios como sólo lo sabe hacer esta tierra de María Santísima.  Con nuestro cante en forma de saetas que le hablan a Dios desde lo más profundo del alma.

Al igual que los poetas expresan sus sentimientos con las palabras hermosas que le salen del alma, el cantaor deja fluir los suyos con las notas que salen de su garganta como un río que nace del manantial del alma andaluza que busca llegar a Dios para que  nos escuche y atienda nuestras súplicas.

Quiero rezarte, Señor

y no encuentro la manera

la anchura de la tronera

del cañón de mi dolor.

Agua que apague el ardor

que me quema en  las  entrañas,

que con mi alma se ensaña

cuando tú no estás conmigo.

Busco con pasión tu abrigo

para que me des compaña.

Busco el hombro del amigo,

busco el modo de encontrarte

y no dejo de buscarte

para aliviar mi castigo.

Pero es que no lo consigo

ni con rezos, ni sermones.

No entiendo bien las razones,

mas llego a Ti con el cante

porque así no estás distante

y vuelven mis ilusiones.

No sé decir oraciones

para pedirte consuelo.

Me quedo mirando al cielo

Y pido que me perdones.

Ruego que no  me abandones

con mi canto entrecortao.

Me siento más aliviao

cuando mi canto te llega,

te encuentro Señor a ciegas

y sé que me has perdonao.

Te rezo con el murmullo

del alma que es mi quejío.

Sufrir los dolores míos

para aliviarte los tuyos.

Cantarte con el arrullo

que sale de mi garganta

que te reza y que te canta

que le canta y que le reza

a tu sublime grandeza

en cada semana Santa.

Que me rindo a la crudeza

de tu noble sacrificio,

sufriendo el cruel suplicio

con tanta calma y nobleza.

Tengo entonces la certeza

de aliviarte tu agonía,

venciendo mi cobardía

cuando canto esa saeta

porque esa oración secreta

Canta lo que rezaría.

Llantos por las Penas mías.

Cantos por las Penas tuyas.

Bella saeta que  arrulla

con voz quebrada a María.

Que  la oración saetera

reza a Dios a su manera

por las penas  y alegrías,

por las miserias humanas,

por nuestras faltas mundanas,

con flamencas melodías.

Mi saeta jerezana,

tan profunda, tan sincera.

La oración más verdadera,

más flamenca y más gitana

que reza a su soberana

y al Señor del mundo entero

Es la fe que al saetero

desde su tierna niñez

le enseñaron en Jerez

cantándole a Dios “Te quiero”

SAETAS

Lo que lleva a una persona a extender su brazo  y elevar su cante para dirigirse al Padre o a la santísima Virgen, sólo Dios lo sabe.  Hay cantaores famosos que no se prodigan en la saeta o quizás nunca la han cantado  y hay personas anónimas que sin ser conocidos en el mundo del flamenco han rezado a Dios en voz alta pidiéndole por causas secretas en forma de saetas.

Me contaba mi buen amigo José María Castaño que no se puede asegurar que ningún cantaor no haya cantado alguna vez en su vida una saeta, aún a pesar de no ser saetero. Me decía también que el motivo para arrancarse o el momento para hacerlo forma parte de la magia y del embrujo de este mundo flamenco al que la pasión y los sentimientos le afloran cuando menos se esperan. Que lo mismo que pedimos, también agradecemos,  que al igual que lloramos también nos alegramos y a Dios se lo decimos… cantando.

Como se arrancó en Sevilla aquel preso de la Cárcel del Pópulo cuando en la Semana Santa de 1920 le cantó a la Esperanza de Triana una saeta que dio nombre a una de las marchas más hermosas del genial Manuel Font de Anta:

Soleá dame la mano

Por las rejas de la cárcel

Que tengo muchos hermanos

Huérfanos de padre y madre.

Eres la Esperanza nuestra,

Estrella de la mañana

Luz del cielo y de la tierra

Honra grande de Triana.

Son los puros y callados sentimientos que tantos jerezanos expresan con la saeta; esa voz quebrada que, en un mar de silencio, acalla todas las voces.

¿Qué pena, mujer, qué pena

tiene tu carita hermosa

¿Qué pena tan espantosa

en esa cara morena

la torna blanca azucena

y en tu corazón se clava?

¿Qué daga te hace su esclava

y te tiene dolorida?

Dime tú para esa herida

qué clase de amor la lava?

¿Por qué esa pena escondida

la muestras con la saeta

y tu corazón  se agrieta

y lo entregas compungida?

¿Quién dejó la daga hundida

en el fondo de tu alma?

¿Qué te perturba la calma?

¿Por qué la paz te abandona?

¿Quién fue la mala persona

que leyéndote la palma

ni comprende, ni perdona

la pena que te acompaña?

Dime acaso quién se ensaña

te persigue, te presiona

para que tu voz temblona

se dirija al Dios del cielo

y busques en Él  consuelo

reposando en su mirada

y que de tu voz prendada

alivie, mujer, tu duelo.

¿Qué clase de puñalada

pudo dejarte esa huella?

¿Qué te hizo tanta mella

Y te tiene atribulada?

¿Quién es la persona amada

por quién tu llanto suspira?

¿Fue acaso amor? ¿Fue la Ira

la que te hizo ese daño?

¿Qué clase de desengaño

Sólo con tu canto expira?

Dime acaso si es mentira

que purgas penas ajenas

porque esa mano morena,

ante el palio que revira,

hacia la Virgen se estira

pidiéndole que te ayude.

Que tu garganta sacude

notas de tanta tristeza

que ante el manto de pureza

de la Virgen que solloza

el dolor que te destroza

lo alivias con su belleza.

Porque a ese palio que  roza

el balcón de tu amargura

para aliviar tu locura

un clavel se le desbroza

y  tu alma se alboroza

cuando tu canto ha escuchado.

El corazón entregado

de esa madre que te quiere

ya fuere el dolor que fuere

tu saeta lo ha aliviado.

Que con ese miserere

hacia tu Madre y Señora

el dolor que te devora

ni te duele ni te hiere.

Ella que de pena muere

por su hijo, el Redentor

también calma su dolor

al escuchar ese canto

y es que nada alivia tanto

a la madre del Señor.

 A lo largo y ancho de Jerez, en el momento menos esperado, salta esa oración cantada que rompe el silencio o acalla la voz de la banda para escuchar cómo pide, cómo agradece, cómo ensalza el amor de Dios la voz del saetero.  Son precisamente esas saetas espontáneas y sinceras las que hacen auténtica la devoción que siente nuestro pueblo por el Señor y por su bendita Madre. Hay calles y plazas donde proliferan las voces gitanas y payas que elevan sus Seguidillas de entre el gentío que se arremolina en torno a esos cantaores espontáneos. También desde balcones donde las mejores voces se afanan por rendir honores a Jesús o a su madre por éxitos alcanzados o favores recibidos.

Jerez es un referente en España porque aquí se oyen las mejores saetas y cuando menos se espera, salta esa voz inconfundible del saetero jerezano.

¿Dónde te canta Jerez?

¿ Dónde te reza, Dios mío?

¿Dónde todo ese gentío,

busca una vez y otra vez

los ecos que en su niñez

salieron de los balcones?

Esas hondas oraciones

que rezando a su manera

el Jerez que te venera

te derrama a borbotones.

Dime Tú, por qué rincones

te cantan los jerezanos

que extendiendo bien sus manos

sin saber bien las razones

te abren sus corazones

por sus plazas y sus calles.

Pidiendo que no nos falles,

sabiendo que siempre acudes

y que, Señor, nos ayudes

allá donde Tú te halles.

Cuántas gracias y virtudes

que reclaman con sus manos

piden, Señor, tus hermanos

cantando entre multitudes.

Proclamando gratitudes

por tus gracias celestiales;

Rogándote por sus males,

por los hijos, por los nietos,

con corazones inquietos

que te aman a raudales.

Dime, dime en qué lugares.

¿Es acaso en la Plazuela

cantándole a la Esperanza?

O cuando la Paz alcanza

su querida Albarizuela?

Es, Señor, por la Cruz vieja

o en sus recoletas calles

que al ver que te estás muriendo

canta San Miguel al Valle.

¿Es acaso en Tornería

al Señor del Prendimiento,

donde estallan de alegría

los gitanos sentimientos?

Dime por dónde te rezan.

Dime por donde te cantan.

Dime Tú por qué te encantan

las saetas jerezanas.

¿Al despertar las mañanas?

¿Cuando la tarde se duerme?

¿Cuando el alba de luz baña

Por  Ancha a  la Buena Muerte?

Dime Tú si no es quererte

querer alcanzar el Cielo,

cantándole al Desconsuelo

en la Plaza de San Lucas?

Dime por qué te acurrucas

en el seno de tu madre

descansando ya en el padre

y en sus Angustias benditas,

cuando a tu madre bonita

le cantan por Corredera,

lo mismo que en la Por-vera

cantan a su Soledad.

¿Dime Tú si no  es verdad

que las cuerdas que te atan

al cantarte se desatan

prendido bajo ese olivo?

Que aunque te lleven cautivo,

con la voz de los gitanos

sientes más libres tus manos

y alivian tu sufrimiento;

¡Ay Señor del Prendimiento!

¡Ay madre del Desamparo!

Decidme si no está claro

que Jerez os reverencia

o al Señor de la Sentencia

bajando por Empedrada,

o entrando en su barriada

al Señor de la Clemencia.

De día o de madrugada.

En el Jerez de intramuros.

En callejones oscuros

o en plazas iluminadas.

Desde hermosas balconadas

o desde la humilde acera,

siempre Señor a tu vera

esa voz enamorada.

¿Dime, Señor, dónde suena

la saeta más hermosa?

Esa voz que cariñosa,

de una garganta morena,

te alivia, Señor, las Penas

y  hace a tu madre dichosa;

Por aliviarle su llanto

y endulzarle esa Amargura

de ver cómo te flagelan,

de ver cómo te coronan

y al ver cómo se emocionan

las voces que la consuelan.

Y es que esos cantos que entonan

levantan, Señor, el vello.

¿Hay acaso algo más Bello

que al despertar la mañana

la calle más jerezana

cante a Jesús Nazareno?

¡Dime Señor si no es bueno

este canto enamorado

al verte crucificado,

caminando hacia el Calvario,

bajándote en el sudario,

o en la urna amortajado!

¿Hay oración más sincera?

¿Hay oración más humana?

¿Qué hay acaso más cristiana,

que la oración saetera?

La que con su voz hilvana

susurros puros del alma,

entrando Tú con la palma

por nuestra plaza Rivero.

O al despedirte postrero

cuando enfilas el Calvario.

O a Ella, que ante el sudario,

sobre la cruz ya desierta,

llora su pena despierta

con su llanto en solitario.

¿No es un acaso un relicario

la saeta que te reza

y que exalta tu grandeza

y el misterio trinitario?

Que Jerez es tu Sagrario

cada nueva primavera

¿Quién te canta a tí, Dios Mío?

¡Todo el arte y señorío,

de Jerez de la Frontera!

SAETAS

Nadie sabe en realidad qué lleva a una persona a hablar a Dios cantándole una saeta.  Cada uno de los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Mi admirado Antonio Machado decía en uno de sus poemas:

El Dios que todos llevamos.

El Dios que todos hacemos.

El Dios que todos buscamos

y que nunca encontraremos

Pero aunque Machado a veces lo dudara, el alma de un andaluz lleva a Dios dentro de su alma y lo hace presente contemplando las imágenes de su pasión, que reflejan el propio dolor humano.  Lo busca en los momentos difíciles, cuando más necesaria se hace su ayuda.  El andaluz lo encuentra cuando, mirándolo a los ojos a ese Dios del madero, le dice cantando al Padre Celestial cuánto lo necesita o cuánto le agradece su sacrificio por todos nosotros.

Desde niños, nuestra gente  crece aprendiendo a amar a Dios con los sones que mamaron de sus mayores y lleva dentro de sí la semilla del arte de hablar a Dios cantado. Muchos no lo saben ni se atreven a hacerlo ante los demás pero saben, que llegado el momento, no habría mejor manera de hablar con Él que haciéndolo directamente desde el corazón con la profundidad que una saeta.

Un día, viendo a una joven en un balcón con lágrimas en los ojos cantando una saeta, me imaginé qué pena podría sentir en el alma para que, con tanto sentimiento y entrega, cantara una desgarradora saeta por un familiar enfermo.

Puede ser la historia de cualquiera de nosotros que, llegado un momento de gran angustia, desearíamos saber cantarle a Dios  para pedirle algo grande,  como lo hizo esa muchacha.

Ay niña de mis amores

con la voz que Dios te ha dado,

¿cómo aún no le has cantado

al Señor de los señores?

Que los ángeles cantores

no cantan como tú cantas

ni salen de sus gargantas

seguidillas tan hermosas

aún sabiendo que sus glosas

salen de gargantas santas.

Son tantas cosas, son tantas

las que a Dios hay que pedirle,

Son tantas las que decirle

Con palabras amorosas,

que las notas prodigiosas

de tu garganta gitana

es la forma más cristiana

de rezar al Dios de cielo.

No hay vergüenza ni canguelo

ni intención más limpia y sana

que cuando a Dios le suplicas

y con tu voz le dedicas

la oración más jerezana.

Ay padre de mis mañanas,

de mis noches, de mis días

que yo rezo avemarías

como las buenas cristianas

y no me faltan las ganas

de cantar de mil amores.

¿No entiendes tú mis temores?

¿No entiendes tú mis recelos?

Yo rezo al rey de los cielos

con calladas oraciones

y no quiero que me implores

que cante con tanta gente.

Y aunque yo no te contente

por mis sabidos pudores

exaltaré los fervores

que hoy duermen en mi prisión

cantando con devoción

como supiste enseñarme

como supiste inculcarme

el amor de su pasión.

Ya  llegará la ocasión

de algo grande que rogarle

y yo tenga que cantarle

a Dios desde tu balcón.

Satisfaré tu ilusión,

te colmaré de alegría

y le cantaré a María

y al Señor dueño del cielo.

Porque ese, padre, es tu anhelo

lo haré realidad un día.

Y ese al que tanto quería

cayó malito en la cama.

Y la muerte lo reclama,

y lloraba esmorecía.

Esa tarde que salía

su Señor, el de las Penas,

con esa espalda morena

roja de sangre y sudores

se olvidó de sus temores

y salió al balcón serena.

Se callaron los tambores

del paso de los Judíos.

Su padre con desvaríos

y mortales estertores.

Alivia ya  los dolores

a mi Padre, padre mío,

que se muere dolorío

por los malditos tumores.

Y calló todo el gentío

puestos en ella los ojos.

Y se abrieron los cerrojos

de su canto estremecío.

No hubo canto más sentío

que ese canto que entonaba

por el padre que la amaba,

Por el padre que moría.

Al que juró cantaría

hoy su promesa pagaba.

Y esta saeta cantaba:

SAETA

Ay mi Señor de las Penas

con tus manitas atadas,

con tu espalda ensangrentada

por los ríos de tus venas.

Ay Padre, mi padre muere

y no quiero  que se muera,

mas reclámalo a tu vera

si es eso lo que Tú quieres.

Tú que sufres el castigo

de regueros de tormentos

alivia sus sufrimientos

y que se encuentre contigo.

Llévalo al Dorado trigo

y a las vides celestiales,

pero si curas sus males

que jamás te lo  he pedío

yo te prometo, Dios mío,

darte mi voz a raudales.

Y María lo escuchaba

con San Juan como testigo.

Mirando el cruel castigo,

con Desconsuelo miraba,

la espalada desvencijada

del hijo de sus entrañas.

La fe que mueve montañas

por las lágrimas sinceras,

como lloraban  las ceras

le lloraban las pestañas.

Viendo un llanto tan de veras,

la Virgen como en Canaa,

al Dios que todo lo da

le dijo:  si tú quisieras,

antes que al padre te fueras,

cura al padre de esa niña,

que hasta a la lejana viña,

junto a los campos de hinojos,

han llegado los despojos

de su canto que encariña.

Jesús con regueros rojos

oyó el llanto de María

y le dio lo que pedía:

Y ese padre abrió los ojos.

El que andaba entre rastrojos

se levantó de su lecho

y sintió dentro del pecho

una voz que le decía:

Tu hija me lo pedía

con la oración más secreta.

Sólo quiero, buen amigo

que estéis más martes conmigo….

¡¡¡ Y me cante esa saeta!!!

Gracias A Dios, vivimos momentos dulces de nuestro flamenco y, concretamente, de nuestras saetas. Hoy resulta difícilmente imaginable concebir nuestra sociedad y nuestra cultura sin ese gran tesoro que representa todo lo relacionado con el cante jondo, que tantas páginas gloriosas ha escrito en la historia de nuestra ciudad.  Pero no ha sido siempre así y ha habido momentos en los que ese gran tesoro era un bien tan escaso que quedaba reducido a las peñas flamencas, verdaderos santuarios del cante y ángeles custodios del mismo.

Hoy quiero elevar mi voz para agradecer a todas las peñas flamencas la gran labor que han realizado y realizan en favor de nuestro bien más preciado: Nuestro flamenco. Y muy especialmente a este querida peña “La Buena Gente”, tan ligada a la hermandad del Desconsuelo y que hoy tiene la dicha de celebrar esa XXX edición de la exaltación de la Saeta y que también cumple cuarenta años de la celebración del primer concurso de saetas.  Va por ellos.

Quien a su tierra no quiere

es que no quiere a su madre,

es que no honra a su padre

por todo cuanto le diere.

Quien por su tierra no muere

no sabe lo que es querer,

que un nacido de mujer

allá donde lo ha parido,

la tierra donde ha nacido

la tiene que defender.

Quien, siendo niño, ha sentido

las palmas por bulerías

Ya tiene dos alegrías:

Haber en Jerez crecido

y ante su encanto rendido

vivir en nuestro Jerez.

Que aquí desde la niñez

nuestra tierra, que enamora

esa joya que atesora

atrapa hasta la vejez.

La joya cautivadora

de su cante y su guitarra

que a esta tierra nos amarra

desde la primera hora.

El arte que nos aflora

como la flor de su vino.

Ese cante tan divino

tan flamenco y tan gitano

que cautiva al jerezano

y al que, absorto nos visita,

porque esta tierra bendita

no sabe vivir en vano.

Que el corazón le palpita,

la sangre bulle en sus venas

y su garganta morena

gritando se desgañita

por si acaso se marchita

y se duerme en el olvido

y que su pueblo dormido

se olvide de su grandeza.

Y esa es la gran proeza

de los que más la han querido;

Los que  siempre han defendido

en su alma y en su peña

un arte que no se enseña

pero que se ha transmitido,

por el amor recibido,

de nuestros padres y abuelos,

que hasta en los tablaos del cielo

a San Pedro han convencido.

Porque esos son los desvelos

de toda esa gente buena

que con su tierra se llena

y por ella siente celos,

porque colma sus anhelos

viviendo sus tradiciones.

Son los queridos rincones

donde el flamenco se cuida,

donde la tierra es querida.

Donde se escuchan los sones

de una guitarra escogida,

de una voz que se desgarra

que acompaña a una guitarra

que susurra al alma herida

de esta ciudad bendecida

por tanto arte y grandeza.

Que sabe amar la belleza

de una voz que dolorida

encuentra soporte y vida

en esas peñas sagradas,

porque están enamoradas

de esta tierra agradecida.

Las Peñas son las moradas

y los cofres del tesoro

de ese verdadero oro

de sus mágicas veladas.

De esas historias cantadas

en largas noches de ensueño.

Y hacen realidad el sueño

de mi alma nazarena

que si la saeta suena

es por su fuerza y empeño,

que fluye alegre en sus venas.

Que a su Jerez tanto quiere

que por su flamenco muere

Y estamos de enhorabuena.

Porque, buena, lo que es buena

es esa gente valiente

que a su cante tanto siente

y a sus saetas adora.

Y hoy Jerez lo corrobora

¡¡Ay  Peña La Buena Gente!!

A lo largo de la historia Jerez ha dado al mundo los mejores cantaores de saetas. Las voces de muchos de ellos se han ido  apagando con el paso de tiempo, pero aún resuenan sus ecos entrecortaos por las esquinas y balcones desde las que cantaron a Dios o la santísima Virgen. Como los Campanilleros pasan, ellos pasaron pero no se fueron. Quedan en nuestra memoria y en los corazones de los que hoy  han tomado su relevo.

Hacia allá partió hace poco Manuel Moneo que siguió la estela de tantos buenos jerezanos que oraron a Dios con sus voces y que ahora le cantan al Padre cara a cara.

A ellos se lo debemos todo y como homenaje a estas voces del cielo quiero terminar esta exaltación recordando a aquellos que ya partieron a la casa del Padre. No puedo nombrar a todos, pero va por todos ellos….

Lo que en la tierra sembramos,

en el cielo recogemos.

Aquello que desatemos

o todo aquello que atamos

lo tenemos los cristianos

del mismo modo en el cielo.

Y esos que alzaron el vuelo

por lo mucho que te amaron

a tu puerto ya arribaron

y gozan de tu consuelo.

Pienso en los que ya pasaron.

Pienso en los que ya se fueron.

Pienso en el cielo que gozan

tantos jerezanos buenos

que te rezaron  cantando,

que  te cantaron pidiendo

por sus penas y sus males,

por sus  llantos y sus miedos.

Que se mueren ya los vivos

por vivir como esos muertos

que te cantan cara a cara

desde balcones eternos.

Desde el balcón de la gloria

que me viene a la memoria

tras barrotes y macetas

tantos payos y gitanos

tantos buenos jerezanos

que te cantaron saetas:

El Garbanzo,  el Agujetas

Eduardo el Carbonero,

El Guapo con Terremoto,

El Locajo, Manuel Soto

también llamado el Sordera

y esta vez desde un balcón

al lado del Anfitrión

también canta La Paquera,

con su fuerte vozarrón.

Se desata la emoción

cuando un visillo descorre

y aparece Manuel Torre,

La bizca y la Jerezana

y la Pantoja con ganas

de revivir la memoria

de Juan Acosta o del Gloria

de Moneo o el Chocolate.

Y es que Jerez se debate

por ver quien canta mejor

a su Dios y  a su Señor

y a la fe más verdadera.

Que en Jerez de la Frontera

la saeta es oración

y la oración es saeta

y es arte y es devoción

reviviendo la pasión

cada nueva primavera.

Cuando, Señor, otra vez

oyes a tus cantaores

que te alivian los dolores

con el arte de Jerez.

Pues todo Jerez es arte

Y  aunque yo no sé cantarte

mas sueño con ese anhelo

Ay Madre del Desconsuelo;

si yo he sido de los buenos,

cuando a tus pies yo me plante,

madre, que te cante al menos,

deja  que al menos te cante,

una saeta en el cielo.

EN LA VIÑA DEL SEÑOR

EL DUEÑO DE LA VIÑA

Quizás penséis que soy un iluso visionario por ver símbolos que solo existen en mi imaginación. Pero muchas veces nos cegamos nosotros mismos los ojos del alma por no querer ver lo que siente nuestro corazón.
Este pasado fin de semana fue agotador; no en mi trabajo diario, del que me quejo más de lo necesario, sino por echar una inexperta mano en hacer la vendimia en una viña de la familia. Levantarse al alba para coger uva, llevarla en espuertas al caserío, molturarla y prensarla para acabar llenando las botas con el mosto hasta altas horas de la noche, fue realmente agotador… 
Me pregunté el primer día qué clase de descanso era ese que dice que cambiar de rutina descansa. Pero hincado de rodillas en la polvorienta albariza, las manos negras, los riñones rotos y el solano de las doce abrasando mi espalda sudorosa, me hizo pensar en aquellos que lo hacen por necesidad y no por placer o altruismo como era mi caso. Cruzó por mi mente el esfuerzo de aquellos que hacen que nuestras vidas sean más llevaderas y agradables; los que recogen por la noche nuestras basuras, los que pasan noches en vela en los hospitales, los que rezan por todos nosotros…
Y me dije; ¿De qué te quejas, Paco? ¿De qué me quejo, Señor?. Lo haré por ellos, lo haré por Ti. Y no solo coger esas uvas cuyo mosto ya deseaba probar, sino con mi trabajo diario, con sus sinsabores, con sus frustraciones, pero con sus cosas buenas, porque esa es la alegría de cruz que me has dado. Y me sentí bien y cogí ese extraño racimo en forma de cruz que impactó mi soñadora mente y lo entendí; Apareció el “Dueño de la viña” para ponerme su mano en el hombro y contarme de esa manera lo que no podía decirme con palabras.

EXALTACIÓN EUCARÍSTICA 2015

 CAPILLA DEL SAGRARIO  DE LA IGLESIA DE SAN MATEO. JEREZ.
    EXALTACIÓN EUCARÍSTICA
HERMANDAD SACRAMENTAL DE SANTIAGO
 
FRANCISCO JOSÉ ZURITA MARTÍN
4 De Junio de 2015


Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna

Dios se enamoró del hombre desde el principio de los tiempos y buscó incansablemente que éste se diera cuenta de su amor. Por ese infinito amor, el Señor envió mensajeros de su palabra para que, por medio de ella, los hombres lo conocieran. Pero el hombre era obstinadamente terco y ciego y  no supo ver  sus señales, sus signos y su mensaje de salvación,  y no lo reconoció.

Algunos hombres piadosos y temerosos de la palabra de Dios advirtieron de nuestros vicios y pecados, pero fueron despreciados y desdeñados por la mayoría. Pero Dios no se olvidó del hombre y siguió perdonando nuestros desprecios.

Muchos siglos pasaron, muchos prodigios se produjeron, muchos hombres nacieron y Dios siguió sin recibir respuesta de ellos…

No se cansó de  enviar profetas que se afanaron en proclamar el inmenso amor que sentía hacia los seres humanos y su insaciable  deseo de llegar a sus corazones.  El hombre respondía con sacrificios inútiles que no agradaban a Dios,  y seguía poniendo la Ley por encima de la misericordia,  olvidándose de la caridad y del amor.

Entristecido por la dureza del corazón humano, se preguntó Dios qué más podría hacer para llegar a su corazón  y que por fin comprendiera hasta dónde alcanzaba su misericordia. Hablaba con Sí Mismo dirigiéndose al Hijo y el Hijo también hablaba con Sí Mismo dirigiéndose al Padre y el Espíritu Santo hablaba con los Dos y no se podía distinguir quién era cada uno de ellos, porque todos eran el mismo y Único Dios.

Dios buscaba la forma de llegar definitivamente a nosotros, comprender al hombre para que el hombre Lo comprendiera de una vez y para siempre a Él.  Era tan grande su amor por el hombre que estaba dispuesto a hacer lo que fuera para conseguir llegar hasta Él.

Su palabra, que era el principio de todo, no llegaba a la obra cumbre de su creación, al ser hecho a imagen y semejanza suya, a aquel por quién sentía tan inmenso amor.

Y Dios hablaba con su Hijo y el Hijo escuchaba y  el Espíritu crecía con el amor de los dos. Y pensó Dios que su palabra tendría que hacerse carne para llegar al mundo de los hombres.

El amor del Padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre era tan inmenso que el Espíritu Santo sembró la palabra en la carne del hombre y  María, esa mujer sencilla y temerosa de Dios, fue esa Puerta del Cielo por la Dios llegó  a nuestro mundo.

El Espíritu Santo cubrió con su sombra a María, que acogió humildemente en su seno la voluntad de Dios  y la Palabra se hizo carne para habitar entre nosotros. Jesús, Hijo de Dios, hijo de María, nació hombre,  siendo Dios,  en Belén de Judá….

Dios Padre le preguntaba,

Dios hijo  le respondía

y el Espíritu asistía

y  con ellos dialogaba.

La Trinidad que indagaba

cómo los seres humanos,

obra de sus propias manos,

no reconocen su amor,

ni conocen al señor,

ni aman a sus hermanos.

Les fue dado el paraíso;

el paraíso soñado,

y, abrazándose al pecado,

rompieron su compromiso.

Fue porque el hombre lo quiso,

mas Dios no los dejaría,

que Moisés como guía,

los ayudó en el desierto

y en las tierras del Mar Muerto,

vieron renacer sus días.

De Egipto los fue a sacar,

de la esclavitud sufrida,

y los condujo en su huida,

separando  en dos el mar.

Qué más les podría dar

a este pueblo terco y ciego

que esculpir en piedra a fuego

unas leyes que cumplir

y así pudieran vivir

en justa paz y sosiego.

Sin vergüenza, sin decoro,

de Moisés se olvidaron

y juntos se arrodillaron

ante un becerro de oro.

Rechazaron el Tesoro

del Arca de la Alianza,

quebrando la confianza

del Dios que les dio la vida,

alma de Dios dolorida

que mantuvo la esperanza.


A profetas envió:

“Id, y enseñad mi palabra,

que el corazón se les abra

y así conozcan a  Dios”.

Más el  amor que les dio

ciegamente despreciaron

y de nuevo se olvidaron

del amor del Creador….

Mas siguió amando el Señor

a los que le abandonaron.

Tengo que hacer algo más:

Tienes que ir hijo mío,

que en este pueblo confío

y a donde yo voy Tú vas.

De una mujer nacerás,

viviendo entre los mortales

y conocerás sus males

y el porqué de sus pecados.

Yo  siempre estaré a tu lado

en los prados celestiales.

Tú serás manso cordero

por ellos  sacrificado.

Morirás crucificado

traspasado en un madero.

Yo seré tu varadero

a la hora de la muerte

y podré de nuevo verte

en la gloria de los cielos.

Te levantaré del suelo

cuando el domingo despierte.

Serás así su alimento,

su sustento, su esperanza

y cantarán alabanzas

a Dios hecho sacramento.

Tus torturas, tus tormentos

les harán reflexionar

y así se podrán salvar

de la muerte y del pecado

por el pan sacramentado

hecho Dios en el Altar.

Allí me podrán buscar

cuando sus almas perdidas

quieran curar sus heridas

y su espíritu sanar.

Cuando quieran confesar

sus flaquezas, sus errores,

sus faltas, sus sinsabores.

Que los estará esperando,

loco por ellos y amando,

“El amor de los amores”.

“Aquí está la sierva del Señor, hágase en mí, según su palabra”. Y María se convirtió en el Arca de la Nueva Alianza.

Los primeros cristianos, en los tiempos de las persecuciones, guardaban la sagrada Hostia en cajitas o lienzos que llevaban a sus casas, conscientes de que guardaban el más valioso tesoro. Se dejaban la vida en el Coliseo sabiendo que el contenido de esas cajitas era la luz verdadera y eterna.

Poco a poco estamos quitando valor a ese enorme Tesoro que nos dejó el Redentor. Muchas corrientes cristianas se alejan cada vez más de la creencia de esa Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.  Hoy, que tantos cristianos están siendo masacrados en el mundo, podríamos ver en ellos la fuerza que están recibiendo de ese Tesoro que se llama EUCARISTÍA. Ellos lo esconden por miedo a que se lo quiten. Nosotros lo escondemos por vergüenza…. Ellos mueren por defender sus creencias y nosotros, en un mundo mucho más seguro, matamos nuestras creencias….

Qué divino tesoro es saber que Dios está siempre presente en el Sagrario, no importa el día ni la hora.  Que no se cansa de esperar nuestra  visita aunque, en nuestra habitual torpeza, no sepamos qué decirle, ni sepamos qué nos quiere decir. Dios escucha en silencio nuestras intenciones, nuestras preocupaciones, nuestros desvaríos y comprende las limitaciones y las torpezas propias de nuestra condición humana.

Él se hizo hombre, en su afán por conocernos, por entendernos. Llegó al mundo como cualquier ser humano; naciendo de mujer. Una mujer escogida cuidadosamente por Dios  para que fuera ejemplar hija, abnegada esposa y dolorosa madre. Ella, María, hija predilecta de Dios, iba a ser El Arca de la Nueva Alianza y el primer sagrario del Redentor. 

Me imagino a María, camino de la casa de su prima Isabel, por aquellos inhóspitos parajes de la Palestina del siglo primero. Dentro de su vientre llevaba ya a Jesús.  Juan el Bautista ya lo reconoció estando los dos en los vientres de sus madres. Muchos se cruzarían con ella por el camino, con ese primer Sagrario humano que custodiaba al mismo Dios hecho hombre.

El Hijo de Dios y de esa Mujer llena de Espíritu pasó entre los mortales removiendo las conciencias y sembrando tempestades.  Predicó la doctrina de la verdad y del amor  porque era la única posible para ser verdaderamente libres.

Cumplió la voluntad del Padre y se entregó a la muerte, porque sólo los hombres mueren.   Como aprendí de mi admirado Felipe Ortuno, Él sintió el abismo de la muerte en Getsemaní viendo que la vida se le acababa….Experimentó  la soledad que sólo un hombre mortal puede sentir.

Dios estaba con Él y su espíritu de Dios lo sabía, pero su alma humana lo dudaba…. Y sufría….

Pero, como hombre, acabó confiando en Dios y el Dios que llevaba dentro no abandonó al hombre.  LLevaba el Espíritu de Dios porque Dios estaba con Él y  Él era Dios.      

Fue su sacrificio el que nos permitió conocer la grandiosa caridad de Dios, que se entregó a Sí mismo para que finalmente creyéramos. Él nos libró de la pesada carga del pecado  y nos enseñó a vivir de otra manera.  De Él aprendimos, como nos recordó San Pablo, que la salvación se alcanza por la doctrina del amor, amando sin límites, comprendiendo sin límites, perdonando sin límites…..

Callas, Señor, ¿Por qué callas?

Respondes en silencio a mis plegarias

y me pierdo de Ti en tu presencia.

No te vayas, Señor,  no te me vayas….

mi torpeza en oírte es manifiesta.

Quiero escuchar tu voz que me susurra.

Un grito que palpite en mi conciencia.

Te busco en el silencio de la aurora.

Te busco en la luz de la mañana.

Te busco como el sol entre las sombras.

Y, perdido en mi empeño, no hallo nada.

Sé que estás ahí, que no te escondes,

que me hablas sin voz en tu silencio,

que me amas Señor en mi desprecio,

que callado, Señor, Tú me respondes.

Perdóname, Señor, por mi ignorancia,

por pretender tu amor a cualquier precio,

por no entender la forma en que me hablas,

por ser tan sordo, tan ciego y ser tan necio.

Quisiera revivir esos momentos

en los que pude gozar de tu presencia,

que me duele Señor sentir tu ausencia

y de buscarte en vano me atormento.

Enséñame, Señor, a comprenderte.

Enséñame, Señor, a contemplarte.

Enséñame, Señor, a deleitarme,

escuchando tu voz sólo un momento.

¡Qué duros se me hacen tus vacíos!

¡Qué triste tu ausencia  de respuestas!

¡Qué duras, qué heridas tan molestas

alejarme  de Ti en mis desvaríos!

Sé que   escuchas, Señor, sé que lo haces.

Y si no sé  escucharte es culpa mía,

mas mi alma expectante se confía

a tanto bien, Señor, como nos haces

estando con nosotros noche y día.

Miro al Sagrario y me acuerdo de María;

la madre que te tuvo en sus entrañas,

la que oyendo palabras tan extrañas,

fue hija, fue esposa y se hizo madre

del Dios que le pidió ser su  sagrario.

Ella supo seguirte hasta el Calvario

llorando al hombre y alabando al Padre.

Te amamantaron sus pechos virginales,

te durmieron sus arrullos y sus nanas,

viviste su alegría en tus mañanas

y su temor en tus tardes otoñales.

Sonreíste a sus besos maternales.

Sufriste por sus hondos sufrimientos.

Y lloraste su llorar  por  tus tormentos,

por tu muerte en la cruz, por tu abandono.

Mi egoísmo, Señor, no me perdono,

por presentarte sólo mis lamentos.

Ahora entiendo, Señor, cuándo te siento.

Ahora entiendo tu noble sacrificio,

pues tu presencia, mi Dios, yo la acaricio

cuando te entregas a mí como alimento.

Comiéndote, Señor, te llevo dentro.

Sentir lo que sintió tu joven madre.

Sentir que vas conmigo por la vida.

Sentir cómo sanan mis heridas.

Sentirte a Ti,  Señor, mi Dios, mi padre.

¡¡¡Dios mío, Dios mío!!!  ¿Por qué me has abandonado?

Cuántas veces nos hemos sentido abandonados por Dios. Hasta el mismo Jesucristo sintió ese  doloroso abandono cuando estaba a punto de expirar en la cruz.  Cuando estamos ante un abismo de amargura y preocupaciones sólo Dios nos queda para llenarlo y, si  no lo encontramos, le culpamos de su ausencia y le reprochamos su abandono.

Jesucristo compartió con nosotros muchas experiencias que sólo los hombres pueden experimentar. Él tampoco renunció al dolor ni a la muerte.

No era insensible al sufrimiento, curando a ciegos, a paralíticos,  a poseídos, a enfermos… y resucitando a los muertos. Pero para Él no era importante darle a Lázaro unos años más de vida, que eran unas gotas de agua en el océano de los tiempos. Lo verdaderamente importante era que Él era el camino, la verdad y la vida. Vida con mayúsculas, vida eterna, vida para siempre….

Es en los momentos de angustia cuando necesitamos más a Dios y donde más se hace presente su cercanía a nosotros. En los hospitales, en las tragedias, en las injusticias, Dios está cerca y se hace uno de nosotros.  Es cuando ese Jesús sufriente, cargando con la cruz camino del Calvario, muerto de dolor por sus heridas y  sangrando por los cuatro costados,  se hace más humano y nos comprende.

Y ante el vértigo de la muerte, de lo desconocido, de nuestra humana debilidad ante ella, Dios se convierte en baluarte y refugio y le hablamos más de cerca, porque sólo queda Él.

A veces accede a alargar un poco más nuestra presencia en este mundo y otras, si Él lo quiere así, decide abrirnos las puertas del Cielo y de la Vida Verdadera.

En el Calvario, un ladrón le tentaba para que le salvara la vida en este mundo. El otro, Dimas, se puso en sus manos y  Jesús le dio la vida eterna.

No podemos evitar el sufrimiento, ni la enfermedad, ni la muerte porque forman parte sustancial de la vida humana. Jesucristo lo vivió en primera persona y por eso nos comprende mejor que nadie. No se trata de evitarla, sino de darle sentido porque en el sufrimiento, en el dolor y en la muerte está el camino que lleva a la salvación eterna.

Y ese sacrificio lo hizo Dios por nosotros. Él dio el primer paso, el marcó el camino. El fue el cordero que quita el pecado del mundo. Ese sacrificio, su sacrificio, lo tenemos aquí,  delante de nosotros…..

Es cuando más se vive  tu presencia;

En las penas, dolores, sufrimientos,

aunque torpe, Señor, llore tu ausencia.

Fuiste a la cruz, sin quejas, sin lamentos;

perdonando a los que el mal te hacían

y amando hasta tus últimos momentos.

Te insultaban, te pegaban, te escupían.

Pedían que te bajaras del madero.

Se mofaban de ti y se reían.

Y Tú, Dios mío, cual manso cordero,

 pidiendo al Padre que los perdonara,

fuiste llevado reo al matadero.

Ya en la cruz te rogó que te acordaras

de su alma, un ladrón arrepentido,

pidiéndote, Señor, que Tú lo amaras

Y Tú gozoso, de su amor prendido,

lo llevaste contigo al cielo eterno

Quedándose el ladrón en Ti dormido.

¿Por qué temer al fuego del infierno?

¿Por qué temer al pozo de la muerte?

¿Por qué temer al valle del averno?

Que amar es la  forma de tenerte.

Que amarte es la forma de adorarte.

Y sufrir;   otra forma de comerte.

Vivir tu sufrimiento para darte.

Ofrecer el dolor en sacrificio,

sufriendo, Señor, para alcanzarte.

Que es muy grande, Señor,  el beneficio.

Y  estar cerca de Ti es el tesoro

más grande, Señor, que yo codicio.

Ver tu rostro de luz lo que yo añoro.

Tras un  campo de cardos solitario.

Que en el dolor, Señor, yo no lo ignoro

Estás presente, haciéndolo sagrario.

Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

               Tenía razón el Señor cuando dijo que no sólo de pan vive el hombre, sino de la palabra que sale de la boca de Dios. Tenemos necesidad de hablar con Dios y de que Dios nos hable.  Yo, imagino que como todo el mundo, he vivido etapas de grandes crisis de fe  que me sumían en un profundo pozo de tristeza y amargura. Pero Él nunca abandonaba, seguramente porque su tristeza, más fuerte aún que la mía, se transformaba en gestos de profundo amor para hacerme volver a su lado.

               No hay nada comparable a sentir a Dios y estar en gracia con Él. Hay sensaciones para las que no existen palabras ni comparaciones con otras que podamos explicar por medio de  ellas. Pero puedo Decir que en esas, siempre pocas,  ocasiones en las que he podido sentir la magia de estar cerca de Dios, todos los placeres de este mundo han quedado eclipsados por tan sublime sensación.

               Cuando me siento ante Él en el sagrario, muchas veces no digo nada o divago en las preocupaciones que me pasan por la cabeza.  Sé que está ahí.  Me siento como el hijo que va a ver a su madre y no le dice nada, pero necesita verla. Sé que me quiere y que me perdona  todo y que ella me responde en silencio llena de gozo por mi visita. 

               La oración silenciosa es la que me da fuerzas y ánimo para enfrentar el día a día y cuando  termino, le pido a Dios con insistencia  que se quede conmigo aunque no haya podido hablarle ni escucharle…

               Cuando comulgo, pienso que ese Dios al que he visitado cada día, al que he intentado hablar y escuchar, al que he contado mis miserias y mis alegrías, mis intenciones fallidas, mis propósitos fracasados, mis miedos y expectativas, mis deseos de llegar a Él, Lo llevo dentro de mí porque no le ha importado lo sucia que estuviera mi casa.  Entonces cierro los ojos y pienso cuán generoso y grande es ese Dios que se ha hecho alimento y se ha alojado en mi pobre morada para convertirla en Sagrario de su bondad.

               Pienso en ese Centurión romano que tanto amaba a su siervo judío.   No se atrevió siquiera a pedirle a Jesús que visitara su casa, pero su fe conmovió a Dios e hizo de su casa un sagrario de su amor sin ni siquiera visitarla.

A Jesús le conmovió la fe hacia un Dios que al romano le era desconocido, pero al que se aferró ardientemente y al que confió su última esperanza.  A Cristo le impresionó el amor del Centurión hacia su siervo porque el amor trasciende razas, creencias y religiones….

Y no fue necesario que acudiera a la casa de ese centurión  para salvar al siervo porque su fe lo curó.

Entonces le pido a Dios que perdone mi desorden porque, aunque no merezco que me visite, sé que no le importa hacerlo si sinceramente me avergüenzo y me arrepiento de no prepararle una morada mejor, si realmente es el amor hacia los demás lo que me guía y no mi propio egoísmo.

Y cuando está dentro, respiro hondo y me dejo inundar por su misericordia y escucho el silencio, en silencio, su voz….

Yo cuando entro en un templo

busco una luz encendida

que me indique tu presencia,

Señor y dador de Vida.

No busco grandes tesoros.

No busco oro, ni plata.

Busco en silencio tu rostro.

Busco un susurro en mi cara.

Busco tu aliento y tu fuerza.

Busco escuchar tu palabra.

Busco la paz y el consuelo.

Busco que sacies mi alma.

En el Sagrario te encuentro

esperando en la mañana,

cuando la tarde se cierne,

cuando el día ya se apaga.

No te cansas de esperar,

aunque la espera sea larga,

aunque te falle Señor

y te sea mi vida amarga.

Eres mi fuerza y mi guía.

Eres farol de esperanza.

Eres la luz que me alumbra

y el puerto que me resguarda.

Eres consuelo en la angustia.

De la tormenta eres calma.

La alegría de las penas.

El viento de la bonanza.

Eres, Señor, Buena nueva.

Oasis en lontananza.

Eres quien mi vida llena

cuando la pena me alcanza.

Qué suerte tenerte ahí,

mi Jesús Sacramentado

que yo,  que no te merezco

sólo miserias te ofrezco

y Tú ya me has perdonado.

Me has perdonado, Señor,

conociendo mis vilezas,

retirando las malezas

de la  espiga, Sembrador

No existe mejor pastor

que cuide de sus ovejas

y en su cuidado no dejas

de desparramar amor.

Amor que das a raudales

sin importar el pecado,

como amante enamorado

que se olvida de los males

Tú me conoces mejor

que me conozco a mí mismo.

Contigo lleno un abismo

de miserias personales.

Abres grandes ventanales

cuando una puerta se cierra,

semillas en buena tierra,

que renacen en trigales.

¡¡Qué suerte tenerte ahí,

Aunque no te diga nada!!

porque mi oración callada

te habla, Señor, así.

Te hablo con mi mirada.

Por mis vagos pensamientos,

conoces los sentimientos

de mi alma atribulada.

Qué suerte contar contigo,

saber que siempre me esperas

y, aunque nunca aparecieras,

sé que siempre estás conmigo.

Quiero ser tu relicario

comiéndote en pan y vino,

porque tu cuerpo divino

hacen de mí tu sagrario.

«Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.…”

Cada mañana, empiezo el día visitando al Señor en algunos de los poquitos sagrarios que están abiertos a tan temprana hora. Las Reparadoras (hoy adoratrices del Santísimo Sacramento), Las Agustinas, Las Hermanas de la Cruz y las Clarisas de la Calle Barja, son las primeras que abren. Casi siempre acudo a la capillita de las Hermanas de la Cruz. Dejo mi bici en la reja y me sumerjo en su mundo de paz y alegría. Muchas veces, no tengo palabras qué decir y dejo que mi mente fluya y deje escapar todos los problemas que me esperan en el día a día. Muchas otras, espero en vano que Dios me hable y sólo encuentro el eco de mi propia voz pidiendo respuestas.

Dios habla, claro que sí, pero muy pocas veces soy capaz de abrir mi corazón y dejar que me diga las cosas que me quiere decir.

Miro cómo encienden las velas para la Eucaristía a la que, desgraciadamente, no me puedo quedar porque el trabajo me espera. Observo el mimo con el que preparan el altar y perfuman la capilla para ungir al Señor que se entregó por ellas y por todos nosotros.

Sus caras resplandecen de alegría. Muchas no están porque han pasado la noche en vela cuidando a ancianos y a enfermos. Y las que están,  rezan, leen y escriben apuntes en sus libritos. Viven una vida llena de privaciones y  ausencia de lujos y resplandecen con  una luz que ilumina sus rostros.

Me paro a pensar en sus vidas y me doy cuenta de que Dios ya me está hablando a través de ellas.  No tienen sentido mis visitas al Sagrario si no escucho lo que Dios me quiere decir, lo que nos quiere decir. 

Cada uno tenemos nuestras propias vidas y no todos podemos ser religiosos ni tener su carisma, pero sí que podemos, en la medida de nuestras posibilidades, hacer la vida más fácil a los demás y darnos más a los que más nos necesitan.

Me dejo llevar de nuevo por el susurro de Dios y pienso en lo que soy, en lo que hago, en lo que Él, en definitiva, ha querido de mí. Pienso en mi cruz de cada día, en las tensiones del trabajo, en las dificultades que plantea la jornada que empieza, en la responsabilidad hacia  los hijos, en las obligaciones como esposo, como hijo, como hermano…

Y entonces me doy cuenta de que cada uno, en nuestro carisma, tenemos que seguir el ejemplo de Cristo y tratar de imitar su conducta como hombre, para llegar hasta el Dios que llevaba dentro, que llevamos dentro…

No siempre hacemos lo que queremos, pero si somos capaces de ver en las dificultades de la vida la mano de Dios, podremos ser más libres, más felices. Imaginar que llevamos su cruz un trechito del camino que Él cubrió hasta el Calvario, pensar que el sufrimiento es inevitable, pero que es parte del precio que hay que pagar para sentirlo más dentro de nosotros. Pensar que ese Dios que está ahí, hecho sacramento en el Sagrario, lo llevamos dentro de esa manera…. Porque Él, lo quiso así…

 Le podemos hablar a Dios cuando estamos ante el Sagrario, porque está allí. Le podemos hablar cuando comulgamos, porque está dentro de Nosotros. Y le podemos hablar cuando nos damos a los demás porque estamos comulgando con ellos y con Él.

Cada mañana, tempano,

voy a buscarte, Dios mío,

que en Ti, Señor, yo confío

pero en  mí confío en vano.

Llévame Tú de la mano

por  las sendas de la vida,

que mi alma dolorida

busca la paz y la calma,

alegrándose mi alma

de tu luz siempre encendida.

Cuando aún no ha amanecido

las monjas ya están despiertas

y abren puntual sus puertas,

aunque muchas no han dormido,

que de noche han asistido

a enfermos pobres y ancianos,

que  en esos seres humanos

ven el rostro del Señor;

Le dan paz, le dan amor

al Señor y a sus hermanos.

Y yo que pido respuestas

me encuentro con el vacío,

que este corazón impío

no entiende lo que contestas.

Ni siquiera me amonestas

por esta ceguera mía

que mi alma desvaría

por necedad y egoísmo,

pensando sólo en mí mismo

y no en lo que te daría.

Basta con mirar sus caras

su sonrisa, su alegría….

Porque te ven cada día

y Tú, Señor, las colmaras

y sus lágrimas secaras

por su entrega a los demás.

¿Cómo Tú no les darás

esa paz que tanto ansío?

y el pobre corazón mío

sabrá qué me pedirás.

Porque darse a los demás

es también el alimento

que Tú hiciste Sacramento

muriendo por Barrabás.

Por él y por muchos más,

dando así tu propia vida

y no es justo que te pida

más respuestas, más ayuda,

pues  mi alma ya  no duda

ni se encuentra confundida.

Y cuando vaya  a buscarte

con mi cesta de problemas,

me olvidaré de mis temas

y trataré de escucharte.

Porque si pretendo amarte

y, Señor, ir a tu encuentro,

he de llevarte muy dentro

comulgando  en el amor,

como el pan que, Tú, Señor

nos diste por  alimento.

Hijitos, estaré con vosotros un poco más de tiempo. Me buscaréis, y como dije a los judíos, ahora también os digo a vosotros: adonde yo voy, vosotros no podéis ir. Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros.

               Aquellas  pocas horas en las  que transcurrió la Última Cena con los Apóstoles, nuestro Señor Jesucristo resumió con sus palabras y sus actos toda la doctrina del Dios que lo envió. Como cualquier hombre sabedor de estar viviendo sus últimos momentos en este mundo, Jesús se rodeó de los más cercanos y les transmitió dónde encontrar las llaves del Reino de los Cielos.

               No hay  amor más grande que el que da la vida por sus amigos. San Agustín, unos años más tarde,  pronunciaría su famosa frase “Ama Deum et fac quod vis” (Ama a Dios y haz lo que quieras).

               En esa noche Dios hecho hombre anunció a sus discípulos, reunidos en el cenáculo,  una nueva y eterna alianza con los hombres.

               Eterna porque siempre existió, existe y existirá; Dios nunca nos dejará de su mano. Nueva porque esta vez la sellaría con su propia sangre para asegurarse de que esa unión fuera la definitiva.

               Etimológicamente Eucaristía, proviene de la palabra griega “Eucharistía” que quiere decir “acción de gracias”. Son innumerables las razones por las que debemos dar gracias a Dios, aunque muchas veces no lo entendamos y nos quejemos de sus supuestas ausencias.

               Cristo, en la cena, dio gracias al Padre, y se hizo alimento partiendo y repartiendo el fruto de la tierra y del trabajo de los hombres. No hay nada como el pan y el vino para simbolizar la unión de la obra de Dios – la tierra y sus frutos-   y la obra de su obra predilecta –el pan y el vino elaborado por los hombres-.

               Nada de ello sería posible sin el amor entre Dios y los hombres, compartido en forma de pan y vino y  simbolizando la entrega de la vida  de Jesucristo por amor a los demás…

               Comulgar es compartir, es servir, es amar… En la cena vivimos nuestros momentos más íntimos con los seres queridos, con aquellos a los queremos acoger, con todos los que ansiamos tener en nuestras vidas….  Damos lo mejor que tenemos y sabemos hacer….  Y amar a los demás es amar al mismo Dios.  

               Comulgar es seguir el ejemplo de Cristo, siendo los siervos de los demás, aceptando el sacrificio en primera persona,  alegrándonos de todo lo bueno que el Señor derrama en nuestras vidas.

               Comulgar es llevarnos a Cristo dentro de nosotros, haciendo que el milagro de la consagración nos haga sarmientos de su vid y espigas de su trigal.

               Comulgar es imitar a Cristo y alcanzar su gracia siendo parte de su Cuerpo Místico.

               Comulgar es amar, y amar es entregarnos por los demás como Cristo hizo por nosotros….

Señor, cuando yo comulgo,

cierro los ojos y pienso

que Tú mismo me estás dando

un trocito de tu Cuerpo.

Sueño que yo estaba allí

compartiendo esos momentos,

escuchando tus palabras

a la mesa, junto a Pedro.

Pienso que si yo era  el Judas

que te entregó con un beso,

o el que por amarte tanto,

se reclinaba en tu pecho.

Señor de la vida eterna,

Señor del amor eterno,

Señor que tanto perdonas,

al que tanto mal te ha hecho.

Hoy seguimos siendo aquellos,

que entonces no comprendieron,

que el amor es el señor

que abre las puertas del cielo.

Todos eran pecadores

y Jesús bien lo sabía;

Unos por falta de Fe,

Y,  Pedro, por cobardía.

En los postreros momentos

sabiendo que se moría,

nos dejó su amor eterno,

en forma de Eucaristía;

Que es lo mismo que querernos

y como Él, perdonarnos,

que entre nosotros amarnos

es sentir sus dedos tiernos

lavándonos nuestros pies,

curando nuestras heridas,

perdonando nuestras culpas,

acogiendo las disculpas

de almas arrepentidas.

Que tanto dudaron, dudan.

Que no creyeron ni creen,

aunque jurando voceen

que por ti dieran sus vidas.

Te fuiste solo a la cruz

a morir entre ladrones

y tu cuerpo, hecho jirones,

es el pan que da la luz.

Es el pan que lleva al cielo.

Que colma nuestros anhelos.

Que nos llena de tu Gracia.

Que nos cura, que nos sacia.

El que nos tiene Contigo.                           

Es la vida del amigo

que la entrega por salvarte.

¿Cómo no voy a alabarte

cuando te siento Conmigo?

Porque mi mayor castigo

es alejarme de Ti.

No sentir la Comunión

del Espíritu divino;

Pan el Cuerpo, Sangre el vino,

del que se dio por amor

El Señor, El Redentor

¡Puro amor!  y ¡ya termino!

EL BALCÓN DE LUIS

Mi padre me llevó a  verlo un lejano día de Cuaresma y hoy me ha venido a la mente su recuerdo cuando me preguntaba muchas cosas sobre la Semana Santa.

Se llamaba Luis y era hermano e hijo de insignes compositores jerezanos.  Era yo muy joven y lo recuerdo postrado en la cama, sin  cabello ni cejas que disimularan su mortecino y marmoreo semblante.  En su cuarto había un balcón con la ventana entreabierta que daba  a la calle Merced y  desde donde se podía ver, majestuosa,  la puerta principal de la iglesia de Santiago.

Cada Martes Santo, mi padre honraba a su amigo de la infancia volviendo el paso de María Santísima del Desconsuelo hacia su balcón, donde la presencia de su abnegada  hermana y enfermera, representaba la ausencia del homenajeado, ya que el desdichado Luis no podía moverse de la cama,  pero sí intuir la presencia de su Madre del Cielo a los sones de Campanilleros, que tanto le gustaba.

Esa tarde, cuando me llevó a verlo,  pude saber por qué mi padre ponía tanto empeño en volverle el paso y subir un rato a ver a su amigo antes de emprender la marcha hacia la entonces Colegial; una enfermedad degenerativa le había ido reduciendo la movilidad desde muy temprana edad hasta dejarlo postrado en su lecho y recluido en su dormitorio de la calle Merced.

Su serena y paciente actitud ante la adversidad que coronaba con una amplia,  pero sincera  sonrisa,  dejó perpleja mi soñadora alma de niño y marcó en mi alma una huella indeleble que perdura hasta hoy.

Era hermano del Prendimiento y amante de nuestra Semana Santa  y a quien  Dios  llevó por una calle de  amargura que no sospechaba pero que aceptó hasta que el Señor del Prendimiento se lo llevó al cielo bajo un olivo eterno de  inmensa alegría.  Su Semana Santa se limitaba a esos pocos momentos en los que la calle Merced veía el paso de alguna cofradía y él podía dibujar en su imaginación aquellas procesiones que dejó de ver tan joven por su precoz y larga enfermedad.

Y hoy, sin saber por qué, me acordé de él. Me acordé de su callado amor hacia la  Semana Santa, aún desde su soledad y sufrimiento. Me acordé de nuestras disputas y desencuentros por temas livianos y carentes de importancia. Me acordé de la pureza de sus sentimientos y de su callada alegría por imaginarse al Prendimiento o al Desconsuelo asomándose amorosos  a su balcón. Y pensé…..

¡Qué distinta sería la Semana Santa y nuestra vida misma  mirándolas desde tu balcón, querido Luis!.

Fdo.: Francisco José Zurita Martín

EL JOVEN PROFESOR

LA RECOGIDA DE METALES

A finales de la década de los cincuenta,  en la plaza del Mercado había grandes y frondosos árboles. En primavera, sus flores blanquecinas, que los niños del barrio llamaban “quesitos”, hacían las delicias de los chavales que se atiborraban de las florecillas para aliviarse el hambre a costa de seguras diarreas. En el barrio de San Mateo vivían muchas familias numerosas y la falta de recursos hacía que muchos niños tuvieran que trabajar desde pequeños sin apenas haber aprendido a leer y a escribir.

Por aquel entonces un jovencísimo maestro de nombre Santiago, cuya vocación por la enseñanza y por los jóvenes la llevaba en la sangre, recibió su primer destino en el centro parroquial de San Mateo.  Tenía  66 alumnos (entonces no existía la famosa “ratio”) y su paso por aquella escuela -sólo dos cursos-   dejó una huella indeleble en los chavales de aquella generación que hoy recuerdan con cariñó todo lo bueno que aprendieron de él.

Fiel a su estilo innovador y luchador, Santiago, con más imaginación que recursos,  se metió pronto en el bolsillo a los alumnos. Deseoso  de compartir y transmitir  los valores en los que creía, le pareció que hacer un equipo de fútbol era la mejor manera de hacerlo.

Los niños que contaran con una camiseta de deporte eran unos privilegiados, así que el impetuoso profesor  compró a crédito telas baratas con las que sus madres pudieran confeccionar el conjunto.  Camiseta roja, calzonas negras y su Virgen del Desconsuelo como guía, eran los colores de su hermandad y  la equipación perfecta con la que llevar a los jóvenes por el buen camino de la vida.

Para sufragar los gastos que se le venían encima encargó a los chavales que buscaran y trajeran a clase todos los cartones y botellas vacías que pudieran encontrar.  Se pagaban entonces a una peseta las que no tenían inscripciones y cincuenta céntimos las que la tenían. A pesar de convertir la clase en una pequeña fábrica de botellas, aquello no fue suficiente, así que decidió dar un paso más….  En aquellos años, el cobre, el plomo  y el estaño eran metales que se pagaban bien al peso y en su imparable iniciativa no dudó ni un momento en pedirles el nuevo material milagroso.

Los muchachos se pusieron manos a la obra y limpiaron el barrio de San Mateo   también medio Jerez de latas, cápsulas, tornillos y……¡¡Tuberías!!

Muchas madres y afectados  acudieron alarmados al  maestro porque tenían inundaciones y averías en sus casas o serias dificultades para abrir las puertas de o cerrar las ventanas. Hasta las llaves y picaportes acabaron en el depósito de metales….. Por el fútbol de alta competición y por su convincente entrenador estaban dispuestos a todo.

Aquel maestro no era otro que mi padre quien me enseñó a tener ilusión por hacer el bien a los demás sin esperar nada a cambio. Muchos de esos chavales son ya  abuelos y recuerdan con cariño a aquel joven profesor que les marcó el  buen camino  de la vida.

Francisco J. Zurita Martín

TU SONRISA

La sonrisa de mi amada

El tiempo pasa deprisa

¡Qué pronto pasan los años!

Mas recuerdo como antaño

Tu encantadora sonrisa.

Soplaba una dulce brisa

De plata y de terciopelo

Te acariciabas el pelo

Y a los ojos me mirabas

Sólo pensar que me amabas

Ya colmaba mis anhelos.


Pregón de la Navidad de Jerez 2016

CLAUSTROS DE SANTO DOMINGO 2 de diciembre de 2016

Asociación de Belenistas de Jerez

 

El amor es la fuente de la que mana la vicada y la vida fluye del manantial de Dios.  Dios es puro amor y su amor es tan inmenso que no hay sima en el mundo capaz de contenerlo, ni fuerza en el universo que detenerlo pueda.  Amar es dar sin esperar a recibir nada a cambio, es desprenderse de todo lo bueno para dárselo a los demás, es renunciar al mundo para ganarse el cielo.

Nada tiene sentido si no hay amor o como el mismo San Pablo dijo;  “Si no tengo amor no soy nada” añadiendo; “el amor disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites”.

Es difícil encontrar un ser humano que lleve estas palabras hasta sus últimas consecuencias. Pero lo que es imposible para los hombres no lo es para Dios porque lleva amándonos toda la eternidad, disculpando nuestras faltas, creyendo en nuestras posibilidades, esperando nuestra conversión, aguantando todas nuestras penas como si fueran propias.

El mundo estaba en tinieblas y buscaba una luz que lo guiara para salir de la oscuridad. El ser humano tenía sed de amor y no lo encontraba en esta tierra. El hombre tenía necesidad de Dios y no sabía cómo llegar a Él.

Dios rebosaba de amor, de amor puro y verdadero hacia la obra predilecta de su creación y buscaba una y otra vez la forma de hacerle llegar sus deseos de amar. El hombre no entendía ni comprendía sus mensajes y Dios se apenaba por la dureza del corazón del hombre.

Dios rebosaba de amor y, no pudiendo contenerlo más, se convirtió en la luz que el mundo tanto ansiaba, viniendo Él mismo a manifestar ese amor a la humanidad.

Y cuando menos se esperaba, como menos se esperaba, donde  menos se esperaba, su amor llegó a nosotros….

DIOS REBOSABA DE AMOR

Dios rebosaba de amor

en los confines del cielo

y viendo los desconsuelos

de su pueblo pecador,

por ser nuestro redentor,

vino del cielo a este mundo

y que su amor tan profundo

lo pudiera derramar:

sólo así podría salvar

a este pueblo moribundo.

Era un mundo de tinieblas

que esperaba a un salvador.

Un rebaño sin pastor,

un pueblo que se despuebla.

Almas tristes en la niebla

en busca de un resplandor.

Fuego sin luz ni calor.

Un sueño que no despierta.

Almas errantes y muertas

en busca de su Señor.

Esperaban al Mesías

al ungido de Yavé.

A aquel que según su fe

al pueblo liberaría

de opresión, de tiranía

y naciones invasoras.

A la espera de la hora

de su llegada a Israel

no sabían cómo era Él

ni el porqué de su demora.

Pero es que Dios se revela

a las personas sencillas

obrando mil  maravillas

tallando en el mar estelas.

Una paloma que vuela

con un mensaje del Cielo

fue el espíritu que al vuelo

se enamora de María

Y ella llena de alegría

Colmó feliz sus anhelos.

Por eso dijo que sí

A lo que Dios le pidió,

Y  a Gabriel le respondió:

“Desde que al mundo nací,

su voluntad se haga en mí

que esta esclava del Señor

Lo llevará con amor

en el seno de su vientre

para que el mundo se encuentre

con su  Dios y  salvador”.

Y llegó el ansiado día

para este mundo sin dueño

y en el pueblo más pequeño

ese vientre de María,

a este mundo en agonía,

le dio luz y libertad.

No existe mayor verdad

ni un amor más verdadero

que el que entrega al mundo entero

nuestro Dios por Navidad.

Y se  paró el reloj de la historia de la humanidad una fría madrugada de invierno.  Desapercibido para la mayoría de los hombres, Dios se presentaba ante su creación y no lo reconocieron.  Ávidos de un salvador, no supieron ver en un indefenso niño nacido en la humilde aldea de  Belén al rey de los Cielos, al Salvador del mundo, al tan esperado Mesías.

 Sólo unos pobres pastores acogieron en su corazón la buena nueva.  Y es que  Dios revela sus secretos a los sencillos de corazón. Ellos sí supieron recibir la buena noticia; Una joven doncella escogida de Dios acababa de dar a luz  a su salvador. “Gloria a DIOS en las alturas, y paz a los hombres que ama el Señor”.  

Dios se despertaba, la tierra dormía

bajo un cielo frío cuajado de estrellas

y una que anunciaba, como una centella

el lugar exacto donde nacería.

Érase una Virgen llamada María,

pura entre las puras, bella entre las bellas

que aceptó sin dudas la noticia aquella

que Dios de su vientre hombre nacería.

Posadas no había donde se hospedase

la Virgen encinta con Dios en su vientre

más quiere su Dios que al final encuentre

un establo viejo donde se quedase.

Y a la luz del alba, a la de la aurora

se puso de parto la Virgen María.

La joven doncella, tan alta señora

fue entonces la causa de nuestra alegría.

No importa el establo, ni el intenso frío.

Ni el buey ni la mula, ni el lecho de heno:

Ella se sonríe y dice “Dios Mío”

¡Que feliz me haces, Señor, padre bueno!

Y así nace Dios,  para el mundo entero.

Para los creyentes, para los gentiles.

No para unos pocos, sino para miles

de almas perdidas buscando un sendero.

¡¡¡Qué buena noticia!!!  ¡¡¡Que gran alegría!!!

que no la concede, poder o dinero.

Feliz el humilde, rico o pordiosero

que cree en el regalo que Dios nos traía.

En aquella noche, ángeles hablaron

a aquellos pastores durmiendo sin techo;

“Veréis entre pajas a un niño en un lecho”

y ellos acudieron y al niño adoraron.

Y un pobre pastor lleno de alegría,

por verse ante Dios en ese momento,

regaló a Jesús, lleno de contento,

su ajado chaleco  por si se resfría.

Y lo vio María y lo vio José

y el niño entre pajas que ya se dormía.

Antes de dormirse también sonreía;

Si a este mundo vino,  ya supo por qué.

La Navidad es capaz de obrar verdaderos milagros. Ablanda los corazones más duros. Saca lo mejor de nosotros mismos. Aparta las diferencias y refuerza los lazos fraternales. Facilita la paz y la concordia. Une a pueblos diferentes. Resalta nuestras virtudes y empequeñece nuestras faltas. La Navidad es la buena noticia que Dios, apenado por nuestros pecados, nos trajo haciéndose hombre por nosotros.

Fue una víspera de Navidad de 1914, en el frente de batalla de Yprés, en Bélgica, durante la I Guerra Mundial, cuando unos soldados alemanes empezaron a cantar “Noche de Paz” en su idioma. En las trincheras británicas, los soldados aliados respondieron con villancicos en Inglés.  Todos celebraban el nacimiento del niño Dios y pronto se atrevieron a aventurarse en “tierra de nadie” para intercambiar presentes y enterrar y llorar juntos a sus caídos….. La guerra siguió, como sigue presente hoy en tantos lugares del mundo, pero por un momento, el mensaje de paz de ese niño Dios recién nacido invadió el alma de todos esos hombres que luchaban sin saber por qué…

Hoy sufrimos guerras, violencia, terrorismo, pobreza, injusticias, desencuentros familiares, abandono de nuestros mayores, crisis económicas…. Pero, aún  más, de valores.

¡¡Cuánta falta nos hace la Navidad y cuán poco buscamos en ella el espíritu con el que Dios nos la regaló!!

Creamos en ella una vez más, dejémonos amar por ese Niño Dios que pudo obrar ese milagro de parar una guerra para que siga haciendo de nosotros instrumentos de su amor.

Navidad es alegría,

es hacer un mundo nuevo.

Es recoger el relevo

de San José y de María

acogiendo en nuestro días

a ese niño de los cielos.

Es colmar nuestros anhelos

y hacer del hogar, su templo

y así seguir el ejemplo

de nuestros padres y abuelos.

Navidad es el amor

hacia Dios y hacia los otros.

Amarnos entre nosotros,

como nos dijo el Señor.

Es hacer acogedor

nuestro hogar a los que vienen.

Pensar en los que no tienen

ni pan, ni felicidad

y que, amando en caridad,

nuestras almas se nos llenen.

Navidad es compartir

lo poquito que tengamos.

Ser siervos y no ser amos,

porque dar, es recibir.

A las penas, sonreir

que así se alegran las penas.

Dar la sangre de las venas.

Poner el hombro al que llora

y pedir al que atesora

para que dé a manos llenas.

Navidad es perdonar

y acoger a los extraños.

Olvidar los desengaños.

Saber cuándo hay que callar.

No ofender ni criticar

al que opina diferente.

Ser humilde, ser paciente

como lo fue el niño Dios.

Porque  con Dios somos dos

Jesús siempre está presente.

Navidad es recordar

a los que ya se nos fueron,

a los que nos precedieron

en nuestro peregrinar.

Y aunque nos duele no estar

con ellos, los añoramos

y juntos los recordamos

hasta que el Señor nos llame

y junto a ellos nos ame

igual que aquí nos amamos.

Navidad no es un derroche.

No es gastar inútilmente.

No es responder cruelmente

al hermano con reproches.

Es pasar días y noches

desparramando bondad,

amor y felicidad.

Si no, que Dios te bendiga

pero deja que te diga:

No entiendes la Navidad.

La Navidad se acerca y a cada rincón del mundo van llegando señales que anuncian su venida. El otoño en nuestra campiña jerezana tiñe de oro los atardeceres y algo nos hace presagiar que se aproxima la época más entrañable y maravillosa del año. El humo de las castañas esparce su aroma y cubre con su blanca neblina las plazas de nuestra ciudad. Las lluvias caen generosas y riegan nuestros campos sedientos y el olor a tierra mojada se mezcla con el del mosto que ha dejado de borborear en las bodegas.  El fresquito de la tarde va dejando paso a las noches frías  al abrigo del brasero.  Recordamos a nuestros difuntos que ya pasaron a la casa del Padre. Y noviembre pasa veloz, casi de incógnito,  cuando los primeros pestiños llegan a las confiterías.  Algo palpita en nuestro interior que nos va anunciando su presencia. Algo nos inunda el alma y nos dice que se acerca. Algo nos susurra al oído que ya  llega….

Es tiempo de Adviento, es tiempo de espera, es tiempo de esperanza. Es tiempo de María que tanto queremos en esta tierra. Es tiempo de zambombas. Es tiempo de alegría.  Es tiempo de celebraciones, de reencuentros, de cenas con amigos a los que hacía tiempo que no veíamos. Es tiempo en el que los jerezanos celebramos y disfrutamos como nadie el próximo nacimiento de nuestro salvador.

Huele a mosto en las bodegas

de las uvas palomino

que para hacerse buen vino

borborea y se sosiega.

Tras la escasez veraniega

llegan  las tardes lluviosas

que nos riegan generosas

nuestros campos ya sedientos.

Soplan ráfagas de viento

que desnudan a las rosas.

Las hojas bajan  al suelo.

El viento sopla con saña

y el humo de las castañas

se eleva, sublime, al cielo.

Un cielo de terciopelo

azul de noches más frías.

Se hacen más cortos los días.

Se hacen las noches más largas.

Y una emoción nos embarga

cuando se anuncia a María.

Todas las plazas se llenan

con gentes que van en trombas

en busca de las zambombas

que por todas partes suenan.

Amigos que alegres cenan

y celebran su reencuentro

regando bien sus adentros

con los vinos de la tierra

a la que el alma se aferra

cuando se lleva tan dentro.

Las monjitas hacen Yemas

y pastelitos de gloria

y nos viene a la memoria

las abuelas con sus temas

y el aroma de alhucema

que volaba por sus casas.

Los lebrillos de las masas

de esos divinos pestiños.

Ayer mismo éramos niños.

¡Cómo el tiempo se nos pasa!

Pero reina la alegría.

La nostalgia se hace hermosa.

Y hoy sus manos temblorosas,

morenas como las mías,

amasan para el Mesías

pestiños en su morada.

Y,  María, enamorada

de los dulces jerezanos

los reparte con sus manos

por los cielos, encantada.

Y por fin llega ese día

en el que el Niño nos nace.

Cuando  Jerez se complace

y se llena de alegría.

Que esta tierra de María

todas las penas destierra

y a su fe con fe se aferra

alabando a su Señor.

Y  nadie lo hace mejor

que lo hace nuestra tierra.

Y es que Jerez lo hace todo especial, diferente, singular  y sabe celebrar con más duende que nadie  cada una de sus fiestas. El arte y la gracia rebosan en sus gentes, no importa su condición o clase, su poderío económico o su procedencia. La magia se contagia y se transmite de generación en generación haciendo vibrar las almas de aquellos que, atónitos,  nos visitan.  Hay alegría en las calles por la Navidad que viene y todos los rincones de Jerez se llenan de gente que celebran el próximo nacimiento del Niño Dios. La cultura se palpa a pie de calle, entre las gentes sencillas, con coplas que aprendieron de sus padres, de sus abuelos, de los abuelos de sus abuelos desde tiempos arcanos.  Los jóvenes siguen sus letras recuperadas con tanto acierto después de años de letargo y se sienten orgullosos de ser los herederos de una tradición ancestral. Son nuestras zambombas que no tienen igual en el mundo entero y que debemos querer y respetar como un tesoro de valor incalculable, evitando que se desvirtúen y se conviertan en lo que no son. De nosotros depende que no pervirtamos su esencia y mantengamos vivo este patrimonio de todos los jerezanos.

LAS ZAMBOMBAS

Jesús se hace jerezano

cuando escucha las zambombas

y el cante de los gitanos.

Que vio bailar en un patio

del barrio de Santiago

a una chiquilla morena,

ojos color hierbabuena,

que lo tiene encandilado.

Cantaban de un niño Dios,

nacido en un portalito,

que vino a  salvar al mundo

y a todos los gitanitos.

Y es que ese amor tan profundo

que lo trajo hasta Belén

nadie tan bien lo ha entendido

ni a Jesús ha enternecido

como lo entiende Jerez.

Como lo entiende su gente,

cantando con alegría,

bailando por bulerías,

ante un fuego y al relente.

Como fue mi  nacimiento,

piensa el Señor sonriente.

Mira a las gentes sencillas

cantando sus maravillas

junto al chorro de una fuente.

Cantan de un marinerito.

De quintos que van al frente.

De la calle San Francisco.

De la Virgen y sus peines.

De una guapa Micaela.

De unos peces en el rio.

De un portal donde hace frio

De un doctor y una mozuela

De un cura que estaba en cama

y que quiere chocolate.

Y, ante tanto disparate,

más coplas quiere y reclama.

Sabe que cantan al niño

a San José y a su madre

y dan gracias a Dios Padre

con anís y con pestiños.

Un guitarrista hace un guiño

para que baile su abuela

que se afana en la cazuela

echándole vino al pavo,

echándole la canela.

Y sin tener un centavo

alivian sus sufrimientos

celebrando el nacimiento

del que le quita las penas.

Son los puros sentimientos

de este pueblo enamorado

de su Dios, que al verse amado,

goza y ríe de contento

ante las coplas morenas.

Cómo se está divirtiendo

Cómo Dios está gozando

en esta tierra tan buena

Que nada le alegra tanto

a Jesús que los encantos

de Jerez, en Nochebuena.

Tradicionalmente, el día de la Inmaculada marca el inicio de las fiestas navideñas.  Muchas familias se afanan en ese día en montar sus belenes, desplegar las colgaduras con el Niño Jesús y decorar la casa para el gran acontecimiento.  Con cuanto cariño participamos en esos momentos en los que toda la familia se une. Hay que sacar las cajas con las figuras del belén, las guirnaldas y espumillones, las bolas y luces para el árbol, las velas para la mesa, buscar el pascuero de color más rojo intenso.  Todos colaboran y disfrutan con el deseo de que la casa esté más bonita que nunca para recibir al Niño Jesús. En nuestra mente ya anticipamos cuánto vamos a disfrutar con la familia y con los amigos que vendrán a vernos, a compartir con nosotros nuestro hogar a la luz de las velas rojas y  escuchar los villancicos flotando en el ambiente de una noche de ensueño.

Vamos sacando las figuritas una a una y se agolpan los recuerdos de navidades pasadas, de regalos, de personas que las ponían y hoy ya las ponen en el cielo. Miramos con nostalgia y también con alegría por continuar con la tradición tan hermosa como mágica,   heredada de los mayores,  que nos une en torno a un niño que nos cambió la vida.

¡¡Qué alegría, qué contento!!

¡¡Qué alborozo reina en casa

cuando llega ese momento

de desempolvar las cajas

de figuritas de barro,

de espumillones de plata,

de guirnaldas de colores

y estrellitas de hojalata!!

¡Qué momentos más hermosos!

¡Qué gozo viven las almas

de los niños y mayores

y que estalla en sus entrañas!

¡¡Qué alegría, qué contento!!

¡¡qué alborozo reina en casa!!

Vamos sacando recuerdos

de Navidades pasadas.

El árbol del abuelito

la casita de la tata,

el puente que cruza el rio

gallinas, ovejas, cabras

y un pastorcito manquito

forrado en papel de estraza.

¡¡Cómo gozan los mayores!!

¡¡Cómo los niños se afanan

en preparar con sus padres

las navidades soñadas!!

Hasta el niño con chupete

sin saber bien lo que pasa

ríe lleno de churretes

que se limpia con sus mangas.

¡¡Qué alegría, que contento.

Qué alborozo reina en casa!!

La abuela decora el árbol

con estrellas y guirnaldas,

con bombillas de colores

azules, verdes, moradas.

El padre va a por arena

y por piedras para el agua

corcho para las montañas

papel azul para el cielo

y para alfombrar el suelo

no se olvida de la  paja.

Colocamos los pastores,

el molino, la  cascada,

árboles, plantas y flores,

el camino, las calzadas

por donde vienen los Reyes,

por donde la gente avanza

caminito del portal

donde el Niño Dios descansa.

¡¡Qué alegría, que contento

que alborozo nos abrasa.

Compartir los sentimientos

y esos hermosos momentos

porque Jesús ya está en casa!!

En nuestra tierra, la Navidad no se puede concebir sin el misterio del amor de Dios que vino a este mundo a salvarnos. No me podría imaginar una Navidad sin belenes, sin villancicos, sin coros de niños….  A muchos les molestan nuestras costumbres y creencias, nuestra historia,  nuestra fe.  Hacen todo lo posible para eliminar de las calles cualquier motivo religioso, despojando a la iluminación y a los exornos navideños de las calles  del verdadero sentido de estas fiestas. Es el odio de la increencia y de la intolerancia por Aquel, con mayúsculas, que nos trajo precisamente  tolerancia, paz y valores que, incluso los más incrédulos, no podrían desdeñar.  Es renunciar a la historia y a la cultura que impregna cada rincón, cada calle, cada plaza de nuestras ciudades.

Pero, ante estos ataques a la libertad de la mayoría, hay que responder con la libertad de expresar nuestros sentimientos, nuestros deseos de que nuestros valores  también sean respetados, siendo constantes y valientes en la defensa de los mismos. No con violencia, no con revanchismo, no con odio ni con prepotencia, sino recordando que un indefenso niño cambió la historia del mundo anunciando la verdad, siendo humilde y manso de corazón.  Así nosotros tenemos que manifestar alto y claro que queremos que no nos desvirtúen nuestra Navidad porque a unos pocos les moleste. Quizás alguno, harto de tanto odio inútil se dé cuenta de que Dios también nació para Él y entienda  el significado de la Navidad.

Inundemos de belenes

las calles de nuestros pueblos

y anunciemos en balcones

al niño rey de los cielos.

Proclamemos la noticia.

Digamos que el padre bueno,

triste por vernos de vernos sufrir,

quiso ser niño pequeño

naciendo como nosotros

de mujer de  carne y hueso.

Que no pudo consentir

que pudiéramos vivir

sin amor y sin consuelo.

Seamos nuevos pastores

como aquellos que entendieron

que el Señor  vino a este mundo

a salvar al mundo entero.

Hasta a aquellos que no entienden

y se mofan de los cielos

manchando su santa imagen

sin vergüenza ni respeto.

Que esa es nuestra grandeza

ser últimos, no primeros.

Ser, como quiso el Señor,

los pastores de su Reino,

poniendo la otra mejilla

como nos puso de ejemplo.

Pero también ser valientes

sin renunciar a lo nuestro

y predicar al Señor

con orgullo en nuestro aliento.

Y si alguien se molesta

por herir sus sentimientos

que no se llene de espanto,

que el Señor lo quiso tanto

que por él también nació.

Fue tanto lo que lo amó

que a pesar de su desprecio

no dudó en pagar el precio

de salvarlo con su muerte.

Fíjate si tiene suerte.

Y nosotros a lo nuestro:

Ser en la fe siempre fuertes

como nos  dijo el maestro.

Con su espíritu a la vera

y su gracia que convierte

los corazones más duros

se  convertirán seguro

a nuestra fe verdadera.

Por eso no renunciemos

y obremos en consecuencia

e inundemos de belenes

nuestras calles y alamedas.

San Mateo, Santiago,

San Miguel, la Albarizuela,

las barriadas lejanas,

la recoleta plazuela

y con bombillas que anuncien,

les duela a quien les duela,

que el Niño Dios ha nacido

en plazas, calles e hijuelas.

que aunque pretendan matar

a Dios por la convivencia

nunca nos podrán robar

nunca podrán desterrar

de esta tierra sus creencias.

El belén nació en tiempos de San Francisco de Asís en la península Itálica. A mediados del s. XVIII pasó a España.  Y en España se fue extendiendo por todos los pueblos y ciudades,  imprimiéndole cada lugar su personalidad y estilo propio. Y Jerez es Jerez, y su forma de entender las cosas cuando las ama y aprecia, hace que lo normal se transforme en algo extraordinario. Los belenes jerezanos son auténticas  obras de arte, convirtiéndose en verdaderos catecismos que llegan a los mayores y niños. Nuestra forma de entender la Navidad hace que pongamos todo el amor, dedicación y entusiasmo en recrear el nacimiento del niño Jesús según nos transmita el alma.

Me vienen a la memoria  esos belenes que mi padre montaba en el colegio de mi infancia. Recuerdo su olor a  pino y romero, su frescura, su ambiente…

Recuerdo sus prodigiosos artilugios superando la tecnología de la época en la que un molinillo de viento en una lata de leche condensada giraba por el calor ascendente de una bombilla y simulaba el fuego alumbrando desde abajo, con ráfagas, los cristales rotos de una botella de cerveza. O las medias naranjas que eran los forjados artesanales de las bóvedas de esas casas judías, o los cambios de luces a golpe de interruptor que un resignado alumno voluntario cambiaba trescientas veces al día….

Pero esos belenes forjaron mi cariño hacia un Niño Dios que muerto de frío se calentaba en un portalito porque nos amaba tanto que vino al mundo para salvarnos de esa manera…

A veces me quedaba el último para estudiar en detalle cada figura, cada casita, cada camino que recorrían todos aquellos pastores para adorar al Niño Dios. Y en mi imaginación el belén cobraba vida….

Porque el belén cobra vida

para el corazón creyente,

despierta el alma dormida

vuelve el Espíritu ausente.

Queda la sala vacía,

se queda el belén a solas

y se encienden aureolas

en Jesús, José y María.

Un gallo ya anuncia el día.

Va despertando la aurora.

Se levanta  una pastora

y el viento gira un molino.

Mueve la cola un pollino.

Mana el agua de la fuente

y la virgen sonriente

mece a Jesús en la cuna.

Brilla el sol en la laguna.

Va por el camino gente

y un pastor cruzando el puente,

con un cesto de pestiños,

quiere conocer al niño,

que un ángel le ha desvelado;

“Es Dios que se ha revelado,

desbordado de cariño,

a gente humilde y sencilla

y que ha obrado maravillas

en una joven hebrea

y el Espíritu que crea

tiene el cielo prometido”.

El fuego chisporrotea

tras la noche larga y fría.

José recoge unas  teas

para calentar el agua

porque el niño en las enaguas

del regazo de María

un dolorcito tenía

y tienen que darle un baño.

Se divisa en lontananza

camellos de gran tamaño,

pajes armados con lanzas

que tiran de los camellos

y unos reyes sobre ellos

que hacia el portalito avanzan.

Hay bullicio y alborozo.

Gente comprando en las plazas

y en la mesa con dos tazas

junto al camino del pozo

desayunan moza y mozo

cogiditos de la mano.

Se han levantado temprano

para acudir al portal

y llevarle al niño Dios

un regalo de los dos

y es que esperan un chaval.

Quieren lo Dios lo bendiga,

lo libre de todo mal

y el cuidado maternal

de la madre de los cielos

le destine sus desvelos

y lo guíe por la vida.

En una casa escondida

entre encinas y palmeras

se afanan las lavanderas

lavando ropa en el río.

Y unas guapas hilanderas

se apuran con un relío;

No terminarán a tiempo

la bufanda para el niño.

Se asoma con un corpiño

una señora al balcón

y un joven barbilampiño

se sube los pantalones,

evitando a los mirones,

tras un viejo corralón.

Es el belén que ha soñado

desde niño el belenista.

Es la pasión del artista

que le regala al Señor.

Es todo un gesto de amor,

una entrega generosa.

Es la forma más hermosa

de cariño y devoción.

Es transmitir la pasión

de la única verdad;

Que el Señor nos ha salvado

y  en cada Belén montado

de verdad que  hay Navidad.

Las navidades también nos traen recuerdos y sentimientos de añoranza por los seres queridos que ya no están con nosotros.  Nochebuena  y  Navidad son días en los que esas ausencias se hacen más  intensas y presentes  y el sentimiento de alegría se mezcla con la nostalgia por esos seres queridos que compartieron con nosotros esas mismas alegrías en las navidades pasadas. 

Para muchos, estas fechas suponen tristeza y dolor llorando en soledad sus ausencias.  Es inevitable que echemos de menos a los seres queridos en estas fiestas tan familiares, pero la vida sigue y nuestros hijos toman el relevo de aquellas ilusiones de las navidades de nuestra infancia.  Poco a poco nos vamos convirtiendo  en esos abuelos que conocimos en nuestras primeras navidades.  Pero si hay algo que Dios nos trajo con su nacimiento es precisamente la esperanza, más aún, la certeza de unas navidades eternas en el cielo en las que podamos estar de nuevo todos juntos.

Navidades son ausencias

de los que ya se nos fueron;

de aquellos que se durmieron

en el Dios de sus creencias

y viven en su presencia

Navidades en el Cielo.

De los que  alzaron el vuelo

hacia el portal de la gloria

y   nos dejan  su memoria

que nos llena de consuelo.

Hoy nos resuenan los ecos

de sus voces en la mesa.

Sus consejos, sus promesas

llenando sus sitios huecos.

Nos mojan los ojos secos

de lágrimas silenciosas

recordando tantas cosas

que con ellos compartimos;

Y en silencio revivimos

sus imágenes borrosas.

Recordamos la alegría

de navidades pasadas,

de nuestra infancia añorada.

La tierna melancolía

de la unión de aquellos días

junto al belén de la casa.

De la abuela haciendo masa

de rosquillas y pestiños

y la risa de los niños

con sus bromas y sus guasas.

Nacen los hijos, renace

el espíritu perdido.

Y en los recuerdos dormidos

goza el alma y se complace

por los momentos fugaces

que ahora vivimos de nuevo.

Ellos toman el relevo

devolviendo la ilusión

que vivimos con pasión

en esos años longevos.

Nostalgias y sentimientos

vienen al atardecer;

Los recuerdos del ayer

y la ilusión del momento

nos elevan de contento

porque Dios nos ha nacido.

Y de aquellos que se han ido

nos acordamos también

pues desde el cielo nos ven

todos en Dios reunidos.

Se mueren las azucenas,

pero también nacen rosas,

que aunque quizás más hermosas

duran semanas apenas.

Son alegrías, son penas.

Son gozos y sufrimientos

Es la razón del Adviento:

Si la muerte nos separa

vida es la que nos prepara

el Señor del firmamento.

Regalar es un hermoso gesto de amor hacia los demás. Es comprimir en el regalo que se entrega todo el afecto y cariño que nos profesa el ser humano al que va destinado. Regalar es un hermoso gesto que supone un desprendimiento de lo propio para dárselo a los demás. Es devoler la ilusión y la magia que envolvía, cuando éramos niños,   el ansiado día de Reyes.

Porque es el día de la ilusión, de la magia, de la alegría desbordante de los niños y también de los mayores. Nadie se ha sentido engañado al descubrir que aquellos Reyes Magos no eran sino los padres que,  en un gesto de amor hacia sus hijos, conmemoraba el de los Magos de Oriente hacia el Niño Dios dos mil años atrás. El que ha recibido amor en su infancia, al convertirse en adulto, estará en mejores condiciones de amar que aquel que sólo recibió odio y desencuentros.

Por eso es tan importante que no haya niños que no reciban su ración de  cariño el día de Reyes.  Gracias  a Dios, nuestra Iglesia, sus hermandades, sus asociaciones benéficas y todos los cristianos, se movilizan cada año para que la solidaridad y la caridad lleguen a muchas familias en necesidad. Aun así, en el mundo, quedan muchos niños que no tienen la oportunidad de recibir regalos, ni siquiera comida para subsistir.

Regalar ilusión y amor es sembrar cariño, respeto y valores para las generaciones futuras.  No se trata sólo de regalos materiales. Son muchas las cosas que podemos regalar y que no cuestan dinero, sólo afecto, cariño y entrega hacia los demás.

La verdadera magia de los Reyes Magos es que seamos capaces, hoy en día, de emular aquel gesto de los tres Señores de Oriente y repetirlo con todos los seres humanos que no lo esperarían nunca.

LOS REYES MAGOS

Junto a su madre que jala

mira un niño los juguetes.

Lleva remiendos, churretes;

Se fija en uno y señala:

Que Melchor me lo regala

y quiero, madre, ese tren

y los reyes, que me ven

saben que he sido muy bueno

y Manolita y el Neno

han sido buenos también.

Su madre sufre y se calla

viendo al niño sonreir;

¿Cómo le podrá decir

que en este mundo canalla

existen las injusticias?

Ella mira y lo acaricia

y con lágrimas suspira.

Escribe tu carta, mira

que tendrás buenas noticias,

que los Magos del Oriente,

además de al Nazareno,

le traen a los niños buenos

caramelos y presentes.

La madre se marcha ausente,

buscando ayuda del cielo,

al menos con el consuelo

de que Dios le preste ayuda,

oiga su plegaria muda

y conceda  sus anhelos.

Que la Navidad convierte

los corazones más duros

y se derriban los muros

de la vida y de la muerte.

Una señora que advierte

el dolor de la señora,

se vuelve su salvadora,

porque así Dios se lo pide.

No llore, mujer, descuide

que el tren se lo compro yo

y para los otros dos

cómpreles lo que ellos quieran

y que tengan lo que esperan

que así me lo pide Dios.

Seamos para los niños

como ángeles del Padre.

Ser madre cuando no hay madre.

Ante el odio, dar cariño.

Hacerle al amor un guiño

sin esperar ningún pago,

sin esperar un halago.

Ser magos de la bondad

que dando felicidad

somos también Reyes Magos.

Cuando se apagan las luces del alumbrado navideño y se callan los ecos de los últimos villancicos,  nos toca volver a la rutina del día a día. Es como si la magia se muriera de repente y aquellas risas y momentos dichosos se marcharan de nuestras vidas. Toca desmontar el árbol, los belenes, las guirnaldas y las luces y guardar todo en las cajas para, si Dios nos da vida, volverlas a abrir el año próximo con la ilusión renovada.

Pero la Navidad no debe ser una alegría pasajera. La Navidad es un regalo del cielo que hay que disfrutar día a día. La Navidad hay que dejarla viva en cada uno de nuestros corazones recordando aquellos días en los que la vida era distinta, como la de aquellos soldados que se olvidaron de la guerra. Si fuéramos capaces de  prolongar la Navidad todos los días de nuestra vida, el  mundo sería distinto, la vida sería mejor y la alegría de vivir sería eterna.

Y Jerez ya sueña con su Cuaresma, con su Semana Santa, y  como dice una de las coplas de María José Santiago, vemos en el niño una corona de espinas.

El amor de Dios cala en esta tierra que lo vive con pasión. Alegrándose con su nacimiento, viviendo su muerte, celebrando su resurrección. Empapándose de la gracia de María en cada  rincón de la ciudad. El mejor lugar del mundo para vivir y para morir. Nuestra tierra de Jerez.

La Navidad no termina.

La Navidad es eterna.

No tiene principio o fin.

No tiene alfa ni omega.

Es un regalo de Dios

que no espera recompensa.

Es la promesa del cielo

que anunciaron los profetas.

Es Dios mismo que a los hombres

su inmenso amor manifiesta

sin importarle su raza

su país o sus creencias.

No dejemos que se olvide.

No dejemos que se muera.

Y aquel que de veras quiera

que la Navidad perdure

pida a Dios que le procure

Navidad en primavera.

Que se quede a nuestra vera

todos los meses del año

y olvidemos nuestros daños

como si  diciembre fuera

y lograr que así naciera

Navidad en nuestras almas.

Y si la tormenta impera

tras ella viene la calma

recordando cada día

el regalo de María

que quita todas las penas;

Al que le fluye en las venas.

A aquel a quién desconfía.

Y al que nunca creería

en aquella buena nueva

que en él, también  Dios pensaba

cuando en esa madrugada

para él mismo nacería.

Poniendo paz en las guerras,

en las penas,  alegrías

y sembrando en esta tierra

esperanza y armonía.

La Navidad no se muere

ni tampoco se marchita

cuando en el alma se acoge

y  el corazón nos palpita

por los pobres y afligidos.

Por los que en Dios se han dormido

y por el que necesita

amor, cariño y consuelo,

dándole paz y esperanza

arrimándole un pañuelo

cuando las penas le alcanzan

llorando por él sus duelos

Porque aquí no se termina

nuestra hermosa Navidad.

Ahora empieza de verdad,

cuando vuelve la rutina,

la gracia de Dios divina

que nos regalara el cielo.

Es encontrar su consuelo,

hora a hora, día a día

porque aquel que en Dios confía

Dios sosiega sus Desvelos,

porque el Señor es su guía

y el  Niño Dios su modelo.

Y es que se queda prendido

en almas y corazones

el niño que en los balcones

proclamábamos nacido.

Que este pueblo agradecido

al Dios que le dio la vida

ya espera la cruz teñida

con  la sangre del Señor

que derrama por amor

a esta tierra tan sentida.

Qué orgullo comparto y  siento

por mi tierra jerezana,

tan noble y tan mariana,

que llena mis pensamientos.

¡Qué profundos sentimientos

por el Señor de la gloria,

que celebra en su memoria,

la Navidad más hermosa!

¡Que Jerez es otra cosa!

¡Que Jerez es otra historia!

Que esta es la forma de ser

del Jerez de mis amores,

la tierra de Lola Flores

que un día la vio nacer.

Es su forma de creer

y de sentir a María

bailando por bulerías

con zambomba y almirez.

Y si llego a la vejez,

porque Dios así lo quiera,

que me reclame a su vera

cuando me muera en Jerez.

MUERTE DE UN NIÑO


A muy pocos les ha pasado desapercibida la dramática historia de unos adolescentes que se desprendieron de su hijo recién nacido en el rio Besós.  Probablemente, fruto de la peligrosa trivialidad con la que la sociedad de hoy habla de la vida y de la muerte  esos jóvenes padres no fueran conscientes del mal que estaban causando y del daño que se han hecho a sí mismos.

Unos y otros se han rasgado las vestiduras por la desconcertante e injusta muerte de un recién nacido al que sus padres le negaron en última instancia la oportunidad de vivir.  Muchos se preguntan si, tras haber llevado el niño en su vientre nueve meses y haberlo alumbrado, no hubiera sido más sensato darlo en adopción o dejarlo en la puerta de un convento.

Ni siquiera el llanto del recién nacido pudo conmover a sus padres, quizás asustados, quizás avergonzados, quizás con un corazón  enfermo que les llevó a dejarlo abandonado en un río…

Según las leyes de los hombres, cometieron un horrendo crimen por el que, con toda seguridad, serán condenados. Por esas mismas leyes, si hubieran “interrumpido” el embarazo, no habrían cometido crimen alguno ni serían portada de los periódicos de toda España.

Sin entrar en valorar esas leyes, ni a juzgar a aquellas personas que se ven en la tesitura de abortar, sí quisiera llamar la atención de cuantos piensan que la protección al “nasciturus” se puede discriminar por la capacidad del ser humano de tener vida fuera del seno materno.  Esa delgada línea es la que separa, en la sociedad civil, la condena de la exculpación, el escándalo de la comprensión de la sociedad,  salir en los periódicos de acabar ignorado en un contenedor de desechos del hospital.  El niño muerto en el Besós no se podía valer por sí mismo, aunque ya hubiera abandonado el seno materno, como tampoco lo puede hacer el que ya vive en el vientre de su madre aun no habiendo nacido.

Hemos de tomar conciencia de la importancia de la vida, de la cultura de la vida, de la educación que tenemos que dar a nuestros hijos para que no trivialicen con ella. La sociedad tiene que evitar que estas desgracias, haya habido alumbramiento o no, marquen la vida de tantos padres a los que no se les ha dado otra alternativa, otra salida, otra esperanza.  Quizás entonces, sean o no culpables ante los hombres, no se sientan culpables en sus conciencias, no se sientan culpables ante Dios.

Paco Zurita

Septiembre 2019