EXALTACIÓN DE LA SAETA 2018

IGLESIA DE SAN MATEO – JEREZ

PEÑA LA BUENA GENTE
      EXALTACIÓN DE LA SAETA
    
 
Francisco José Zurita Martín
    

 9 DE MARZO DE 2018

Cuando llega la primavera,  las flores de nuestros campos, el olor de los azahares de los naranjos amargos, el incienso que se escapa por las rendijas de las puertas de los viejos templos o esos cielos azules que siguen al atardecer,  hacen que nuestra alma nazarena se vaya preparando para la semana más importante del año.  Esta tierra cofrade espera ansiosa la pasión de su Señor, viviendo con intensidad cada besamanos, cada Vía-Crucis, cada celebración religiosa que antecede a nuestra Semana Mayor.

 En cada rincón de Andalucía, las voces flamencas que han cantado villancicos o coplas  en Navidad ya preparan sus Seguirillas con los que abrirles sus corazones de par el par al Dios que les dio la vida.

La saeta, esa oración cantada desde lo más profundo del alma, es la forma que tiene Andalucía de decirle al Señor todo lo que lleva dentro, todo lo que le preocupa, todo lo que siente, todo que anhela.

En nuestra tierra, las almas de los andaluces se vuelcan con nuestro Señor de la mejor manera que saben entender; con el cante.  Porque en Andalucía vive y reza, canta y ora, sueña y vive la pasión de su Señor con la voz que sale de su garganta morena.

La brisa de la mañana

susurra a los azahares

y ya viven los hogares

la Cuaresma Jerezana

que prepara tan ufana

la pasión de su Señor.

Es la fiesta del amor

de nuestro Dios a su gente

que lo vive y que lo siente

con pasión y con  fervor.

Y es  que en su muerte y dolor

encuentra el pueblo consuelo

y abre las puertas del cielo

con la Cruz del redentor.

Es la Semana Mayor

y de la fe baluarte

que se vive en cada parte

de la España más sureña

donde Dios es Santo y Seña

Y María, es su estandarte.

Porque el alma  se le parte

viendo tu cuerpo deshecho

viéndote, Señor,  maltrecho,

ansiosa por alabarte,

sabe mi tierra cantarte

para aliviar tu agonía.

Que esta tierra de María

desde la costa a la sierra

es esa bendita tierra

que se llama Andalucía.

Donde reina la alegría,

donde la fe se hace arte

donde sabemos amarte,

Cada noche, cada día

buscando tu compañía,

buscando, Señor, quererte

y con el cante ofrecerte

un bálsamo a tus heridas.

Darte gracias por las vidas

que se salvan con tu muerte.

Esta tierra, agradecida

y rendida a tu grandeza

cantando, Señor, te reza

y rezándote rendida

allá por Pascua Florida

estalla en sus emociones

llevándote en procesiones

en canastillas hermosas

que alfombran, Señor, de rosas

y claveles de oraciones.

Que esta tierra generosa

para decir que te quiere

tiene el mejor miserere,

la oración más piadosa.

Esa súplica preciosa

con la que sueña un poeta.

La que nace en las entrañas

de este rincón de mi España

que reza con la SAETA.

El pueblo andaluz no canta, le brota el cante, le nace de sus entrañas como una necesidad de expresar sus sentimientos.  En esta tierra manifestamos las alegrías y las penas, riendo por Alegrías o llorando por Soleares.  Celebramos la Navidad, la Feria, la Semana Santa,  con Coplas navideñas,  con Bulerías, con Seguidillas, con Martinetes…

Y rezamos. Oramos a Dios como sólo lo sabe hacer esta tierra de María Santísima.  Con nuestro cante en forma de saetas que le hablan a Dios desde lo más profundo del alma.

Al igual que los poetas expresan sus sentimientos con las palabras hermosas que le salen del alma, el cantaor deja fluir los suyos con las notas que salen de su garganta como un río que nace del manantial del alma andaluza que busca llegar a Dios para que  nos escuche y atienda nuestras súplicas.

Quiero rezarte, Señor

y no encuentro la manera

la anchura de la tronera

del cañón de mi dolor.

Agua que apague el ardor

que me quema en  las  entrañas,

que con mi alma se ensaña

cuando tú no estás conmigo.

Busco con pasión tu abrigo

para que me des compaña.

Busco el hombro del amigo,

busco el modo de encontrarte

y no dejo de buscarte

para aliviar mi castigo.

Pero es que no lo consigo

ni con rezos, ni sermones.

No entiendo bien las razones,

mas llego a Ti con el cante

porque así no estás distante

y vuelven mis ilusiones.

No sé decir oraciones

para pedirte consuelo.

Me quedo mirando al cielo

Y pido que me perdones.

Ruego que no  me abandones

con mi canto entrecortao.

Me siento más aliviao

cuando mi canto te llega,

te encuentro Señor a ciegas

y sé que me has perdonao.

Te rezo con el murmullo

del alma que es mi quejío.

Sufrir los dolores míos

para aliviarte los tuyos.

Cantarte con el arrullo

que sale de mi garganta

que te reza y que te canta

que le canta y que le reza

a tu sublime grandeza

en cada semana Santa.

Que me rindo a la crudeza

de tu noble sacrificio,

sufriendo el cruel suplicio

con tanta calma y nobleza.

Tengo entonces la certeza

de aliviarte tu agonía,

venciendo mi cobardía

cuando canto esa saeta

porque esa oración secreta

Canta lo que rezaría.

Llantos por las Penas mías.

Cantos por las Penas tuyas.

Bella saeta que  arrulla

con voz quebrada a María.

Que  la oración saetera

reza a Dios a su manera

por las penas  y alegrías,

por las miserias humanas,

por nuestras faltas mundanas,

con flamencas melodías.

Mi saeta jerezana,

tan profunda, tan sincera.

La oración más verdadera,

más flamenca y más gitana

que reza a su soberana

y al Señor del mundo entero

Es la fe que al saetero

desde su tierna niñez

le enseñaron en Jerez

cantándole a Dios “Te quiero”

SAETAS

Lo que lleva a una persona a extender su brazo  y elevar su cante para dirigirse al Padre o a la santísima Virgen, sólo Dios lo sabe.  Hay cantaores famosos que no se prodigan en la saeta o quizás nunca la han cantado  y hay personas anónimas que sin ser conocidos en el mundo del flamenco han rezado a Dios en voz alta pidiéndole por causas secretas en forma de saetas.

Me contaba mi buen amigo José María Castaño que no se puede asegurar que ningún cantaor no haya cantado alguna vez en su vida una saeta, aún a pesar de no ser saetero. Me decía también que el motivo para arrancarse o el momento para hacerlo forma parte de la magia y del embrujo de este mundo flamenco al que la pasión y los sentimientos le afloran cuando menos se esperan. Que lo mismo que pedimos, también agradecemos,  que al igual que lloramos también nos alegramos y a Dios se lo decimos… cantando.

Como se arrancó en Sevilla aquel preso de la Cárcel del Pópulo cuando en la Semana Santa de 1920 le cantó a la Esperanza de Triana una saeta que dio nombre a una de las marchas más hermosas del genial Manuel Font de Anta:

Soleá dame la mano

Por las rejas de la cárcel

Que tengo muchos hermanos

Huérfanos de padre y madre.

Eres la Esperanza nuestra,

Estrella de la mañana

Luz del cielo y de la tierra

Honra grande de Triana.

Son los puros y callados sentimientos que tantos jerezanos expresan con la saeta; esa voz quebrada que, en un mar de silencio, acalla todas las voces.

¿Qué pena, mujer, qué pena

tiene tu carita hermosa

¿Qué pena tan espantosa

en esa cara morena

la torna blanca azucena

y en tu corazón se clava?

¿Qué daga te hace su esclava

y te tiene dolorida?

Dime tú para esa herida

qué clase de amor la lava?

¿Por qué esa pena escondida

la muestras con la saeta

y tu corazón  se agrieta

y lo entregas compungida?

¿Quién dejó la daga hundida

en el fondo de tu alma?

¿Qué te perturba la calma?

¿Por qué la paz te abandona?

¿Quién fue la mala persona

que leyéndote la palma

ni comprende, ni perdona

la pena que te acompaña?

Dime acaso quién se ensaña

te persigue, te presiona

para que tu voz temblona

se dirija al Dios del cielo

y busques en Él  consuelo

reposando en su mirada

y que de tu voz prendada

alivie, mujer, tu duelo.

¿Qué clase de puñalada

pudo dejarte esa huella?

¿Qué te hizo tanta mella

Y te tiene atribulada?

¿Quién es la persona amada

por quién tu llanto suspira?

¿Fue acaso amor? ¿Fue la Ira

la que te hizo ese daño?

¿Qué clase de desengaño

Sólo con tu canto expira?

Dime acaso si es mentira

que purgas penas ajenas

porque esa mano morena,

ante el palio que revira,

hacia la Virgen se estira

pidiéndole que te ayude.

Que tu garganta sacude

notas de tanta tristeza

que ante el manto de pureza

de la Virgen que solloza

el dolor que te destroza

lo alivias con su belleza.

Porque a ese palio que  roza

el balcón de tu amargura

para aliviar tu locura

un clavel se le desbroza

y  tu alma se alboroza

cuando tu canto ha escuchado.

El corazón entregado

de esa madre que te quiere

ya fuere el dolor que fuere

tu saeta lo ha aliviado.

Que con ese miserere

hacia tu Madre y Señora

el dolor que te devora

ni te duele ni te hiere.

Ella que de pena muere

por su hijo, el Redentor

también calma su dolor

al escuchar ese canto

y es que nada alivia tanto

a la madre del Señor.

 A lo largo y ancho de Jerez, en el momento menos esperado, salta esa oración cantada que rompe el silencio o acalla la voz de la banda para escuchar cómo pide, cómo agradece, cómo ensalza el amor de Dios la voz del saetero.  Son precisamente esas saetas espontáneas y sinceras las que hacen auténtica la devoción que siente nuestro pueblo por el Señor y por su bendita Madre. Hay calles y plazas donde proliferan las voces gitanas y payas que elevan sus Seguidillas de entre el gentío que se arremolina en torno a esos cantaores espontáneos. También desde balcones donde las mejores voces se afanan por rendir honores a Jesús o a su madre por éxitos alcanzados o favores recibidos.

Jerez es un referente en España porque aquí se oyen las mejores saetas y cuando menos se espera, salta esa voz inconfundible del saetero jerezano.

¿Dónde te canta Jerez?

¿ Dónde te reza, Dios mío?

¿Dónde todo ese gentío,

busca una vez y otra vez

los ecos que en su niñez

salieron de los balcones?

Esas hondas oraciones

que rezando a su manera

el Jerez que te venera

te derrama a borbotones.

Dime Tú, por qué rincones

te cantan los jerezanos

que extendiendo bien sus manos

sin saber bien las razones

te abren sus corazones

por sus plazas y sus calles.

Pidiendo que no nos falles,

sabiendo que siempre acudes

y que, Señor, nos ayudes

allá donde Tú te halles.

Cuántas gracias y virtudes

que reclaman con sus manos

piden, Señor, tus hermanos

cantando entre multitudes.

Proclamando gratitudes

por tus gracias celestiales;

Rogándote por sus males,

por los hijos, por los nietos,

con corazones inquietos

que te aman a raudales.

Dime, dime en qué lugares.

¿Es acaso en la Plazuela

cantándole a la Esperanza?

O cuando la Paz alcanza

su querida Albarizuela?

Es, Señor, por la Cruz vieja

o en sus recoletas calles

que al ver que te estás muriendo

canta San Miguel al Valle.

¿Es acaso en Tornería

al Señor del Prendimiento,

donde estallan de alegría

los gitanos sentimientos?

Dime por dónde te rezan.

Dime por donde te cantan.

Dime Tú por qué te encantan

las saetas jerezanas.

¿Al despertar las mañanas?

¿Cuando la tarde se duerme?

¿Cuando el alba de luz baña

Por  Ancha a  la Buena Muerte?

Dime Tú si no es quererte

querer alcanzar el Cielo,

cantándole al Desconsuelo

en la Plaza de San Lucas?

Dime por qué te acurrucas

en el seno de tu madre

descansando ya en el padre

y en sus Angustias benditas,

cuando a tu madre bonita

le cantan por Corredera,

lo mismo que en la Por-vera

cantan a su Soledad.

¿Dime Tú si no  es verdad

que las cuerdas que te atan

al cantarte se desatan

prendido bajo ese olivo?

Que aunque te lleven cautivo,

con la voz de los gitanos

sientes más libres tus manos

y alivian tu sufrimiento;

¡Ay Señor del Prendimiento!

¡Ay madre del Desamparo!

Decidme si no está claro

que Jerez os reverencia

o al Señor de la Sentencia

bajando por Empedrada,

o entrando en su barriada

al Señor de la Clemencia.

De día o de madrugada.

En el Jerez de intramuros.

En callejones oscuros

o en plazas iluminadas.

Desde hermosas balconadas

o desde la humilde acera,

siempre Señor a tu vera

esa voz enamorada.

¿Dime, Señor, dónde suena

la saeta más hermosa?

Esa voz que cariñosa,

de una garganta morena,

te alivia, Señor, las Penas

y  hace a tu madre dichosa;

Por aliviarle su llanto

y endulzarle esa Amargura

de ver cómo te flagelan,

de ver cómo te coronan

y al ver cómo se emocionan

las voces que la consuelan.

Y es que esos cantos que entonan

levantan, Señor, el vello.

¿Hay acaso algo más Bello

que al despertar la mañana

la calle más jerezana

cante a Jesús Nazareno?

¡Dime Señor si no es bueno

este canto enamorado

al verte crucificado,

caminando hacia el Calvario,

bajándote en el sudario,

o en la urna amortajado!

¿Hay oración más sincera?

¿Hay oración más humana?

¿Qué hay acaso más cristiana,

que la oración saetera?

La que con su voz hilvana

susurros puros del alma,

entrando Tú con la palma

por nuestra plaza Rivero.

O al despedirte postrero

cuando enfilas el Calvario.

O a Ella, que ante el sudario,

sobre la cruz ya desierta,

llora su pena despierta

con su llanto en solitario.

¿No es un acaso un relicario

la saeta que te reza

y que exalta tu grandeza

y el misterio trinitario?

Que Jerez es tu Sagrario

cada nueva primavera

¿Quién te canta a tí, Dios Mío?

¡Todo el arte y señorío,

de Jerez de la Frontera!

SAETAS

Nadie sabe en realidad qué lleva a una persona a hablar a Dios cantándole una saeta.  Cada uno de los seres humanos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Mi admirado Antonio Machado decía en uno de sus poemas:

El Dios que todos llevamos.

El Dios que todos hacemos.

El Dios que todos buscamos

y que nunca encontraremos

Pero aunque Machado a veces lo dudara, el alma de un andaluz lleva a Dios dentro de su alma y lo hace presente contemplando las imágenes de su pasión, que reflejan el propio dolor humano.  Lo busca en los momentos difíciles, cuando más necesaria se hace su ayuda.  El andaluz lo encuentra cuando, mirándolo a los ojos a ese Dios del madero, le dice cantando al Padre Celestial cuánto lo necesita o cuánto le agradece su sacrificio por todos nosotros.

Desde niños, nuestra gente  crece aprendiendo a amar a Dios con los sones que mamaron de sus mayores y lleva dentro de sí la semilla del arte de hablar a Dios cantado. Muchos no lo saben ni se atreven a hacerlo ante los demás pero saben, que llegado el momento, no habría mejor manera de hablar con Él que haciéndolo directamente desde el corazón con la profundidad que una saeta.

Un día, viendo a una joven en un balcón con lágrimas en los ojos cantando una saeta, me imaginé qué pena podría sentir en el alma para que, con tanto sentimiento y entrega, cantara una desgarradora saeta por un familiar enfermo.

Puede ser la historia de cualquiera de nosotros que, llegado un momento de gran angustia, desearíamos saber cantarle a Dios  para pedirle algo grande,  como lo hizo esa muchacha.

Ay niña de mis amores

con la voz que Dios te ha dado,

¿cómo aún no le has cantado

al Señor de los señores?

Que los ángeles cantores

no cantan como tú cantas

ni salen de sus gargantas

seguidillas tan hermosas

aún sabiendo que sus glosas

salen de gargantas santas.

Son tantas cosas, son tantas

las que a Dios hay que pedirle,

Son tantas las que decirle

Con palabras amorosas,

que las notas prodigiosas

de tu garganta gitana

es la forma más cristiana

de rezar al Dios de cielo.

No hay vergüenza ni canguelo

ni intención más limpia y sana

que cuando a Dios le suplicas

y con tu voz le dedicas

la oración más jerezana.

Ay padre de mis mañanas,

de mis noches, de mis días

que yo rezo avemarías

como las buenas cristianas

y no me faltan las ganas

de cantar de mil amores.

¿No entiendes tú mis temores?

¿No entiendes tú mis recelos?

Yo rezo al rey de los cielos

con calladas oraciones

y no quiero que me implores

que cante con tanta gente.

Y aunque yo no te contente

por mis sabidos pudores

exaltaré los fervores

que hoy duermen en mi prisión

cantando con devoción

como supiste enseñarme

como supiste inculcarme

el amor de su pasión.

Ya  llegará la ocasión

de algo grande que rogarle

y yo tenga que cantarle

a Dios desde tu balcón.

Satisfaré tu ilusión,

te colmaré de alegría

y le cantaré a María

y al Señor dueño del cielo.

Porque ese, padre, es tu anhelo

lo haré realidad un día.

Y ese al que tanto quería

cayó malito en la cama.

Y la muerte lo reclama,

y lloraba esmorecía.

Esa tarde que salía

su Señor, el de las Penas,

con esa espalda morena

roja de sangre y sudores

se olvidó de sus temores

y salió al balcón serena.

Se callaron los tambores

del paso de los Judíos.

Su padre con desvaríos

y mortales estertores.

Alivia ya  los dolores

a mi Padre, padre mío,

que se muere dolorío

por los malditos tumores.

Y calló todo el gentío

puestos en ella los ojos.

Y se abrieron los cerrojos

de su canto estremecío.

No hubo canto más sentío

que ese canto que entonaba

por el padre que la amaba,

Por el padre que moría.

Al que juró cantaría

hoy su promesa pagaba.

Y esta saeta cantaba:

SAETA

Ay mi Señor de las Penas

con tus manitas atadas,

con tu espalda ensangrentada

por los ríos de tus venas.

Ay Padre, mi padre muere

y no quiero  que se muera,

mas reclámalo a tu vera

si es eso lo que Tú quieres.

Tú que sufres el castigo

de regueros de tormentos

alivia sus sufrimientos

y que se encuentre contigo.

Llévalo al Dorado trigo

y a las vides celestiales,

pero si curas sus males

que jamás te lo  he pedío

yo te prometo, Dios mío,

darte mi voz a raudales.

Y María lo escuchaba

con San Juan como testigo.

Mirando el cruel castigo,

con Desconsuelo miraba,

la espalada desvencijada

del hijo de sus entrañas.

La fe que mueve montañas

por las lágrimas sinceras,

como lloraban  las ceras

le lloraban las pestañas.

Viendo un llanto tan de veras,

la Virgen como en Canaa,

al Dios que todo lo da

le dijo:  si tú quisieras,

antes que al padre te fueras,

cura al padre de esa niña,

que hasta a la lejana viña,

junto a los campos de hinojos,

han llegado los despojos

de su canto que encariña.

Jesús con regueros rojos

oyó el llanto de María

y le dio lo que pedía:

Y ese padre abrió los ojos.

El que andaba entre rastrojos

se levantó de su lecho

y sintió dentro del pecho

una voz que le decía:

Tu hija me lo pedía

con la oración más secreta.

Sólo quiero, buen amigo

que estéis más martes conmigo….

¡¡¡ Y me cante esa saeta!!!

Gracias A Dios, vivimos momentos dulces de nuestro flamenco y, concretamente, de nuestras saetas. Hoy resulta difícilmente imaginable concebir nuestra sociedad y nuestra cultura sin ese gran tesoro que representa todo lo relacionado con el cante jondo, que tantas páginas gloriosas ha escrito en la historia de nuestra ciudad.  Pero no ha sido siempre así y ha habido momentos en los que ese gran tesoro era un bien tan escaso que quedaba reducido a las peñas flamencas, verdaderos santuarios del cante y ángeles custodios del mismo.

Hoy quiero elevar mi voz para agradecer a todas las peñas flamencas la gran labor que han realizado y realizan en favor de nuestro bien más preciado: Nuestro flamenco. Y muy especialmente a este querida peña “La Buena Gente”, tan ligada a la hermandad del Desconsuelo y que hoy tiene la dicha de celebrar esa XXX edición de la exaltación de la Saeta y que también cumple cuarenta años de la celebración del primer concurso de saetas.  Va por ellos.

Quien a su tierra no quiere

es que no quiere a su madre,

es que no honra a su padre

por todo cuanto le diere.

Quien por su tierra no muere

no sabe lo que es querer,

que un nacido de mujer

allá donde lo ha parido,

la tierra donde ha nacido

la tiene que defender.

Quien, siendo niño, ha sentido

las palmas por bulerías

Ya tiene dos alegrías:

Haber en Jerez crecido

y ante su encanto rendido

vivir en nuestro Jerez.

Que aquí desde la niñez

nuestra tierra, que enamora

esa joya que atesora

atrapa hasta la vejez.

La joya cautivadora

de su cante y su guitarra

que a esta tierra nos amarra

desde la primera hora.

El arte que nos aflora

como la flor de su vino.

Ese cante tan divino

tan flamenco y tan gitano

que cautiva al jerezano

y al que, absorto nos visita,

porque esta tierra bendita

no sabe vivir en vano.

Que el corazón le palpita,

la sangre bulle en sus venas

y su garganta morena

gritando se desgañita

por si acaso se marchita

y se duerme en el olvido

y que su pueblo dormido

se olvide de su grandeza.

Y esa es la gran proeza

de los que más la han querido;

Los que  siempre han defendido

en su alma y en su peña

un arte que no se enseña

pero que se ha transmitido,

por el amor recibido,

de nuestros padres y abuelos,

que hasta en los tablaos del cielo

a San Pedro han convencido.

Porque esos son los desvelos

de toda esa gente buena

que con su tierra se llena

y por ella siente celos,

porque colma sus anhelos

viviendo sus tradiciones.

Son los queridos rincones

donde el flamenco se cuida,

donde la tierra es querida.

Donde se escuchan los sones

de una guitarra escogida,

de una voz que se desgarra

que acompaña a una guitarra

que susurra al alma herida

de esta ciudad bendecida

por tanto arte y grandeza.

Que sabe amar la belleza

de una voz que dolorida

encuentra soporte y vida

en esas peñas sagradas,

porque están enamoradas

de esta tierra agradecida.

Las Peñas son las moradas

y los cofres del tesoro

de ese verdadero oro

de sus mágicas veladas.

De esas historias cantadas

en largas noches de ensueño.

Y hacen realidad el sueño

de mi alma nazarena

que si la saeta suena

es por su fuerza y empeño,

que fluye alegre en sus venas.

Que a su Jerez tanto quiere

que por su flamenco muere

Y estamos de enhorabuena.

Porque, buena, lo que es buena

es esa gente valiente

que a su cante tanto siente

y a sus saetas adora.

Y hoy Jerez lo corrobora

¡¡Ay  Peña La Buena Gente!!

A lo largo de la historia Jerez ha dado al mundo los mejores cantaores de saetas. Las voces de muchos de ellos se han ido  apagando con el paso de tiempo, pero aún resuenan sus ecos entrecortaos por las esquinas y balcones desde las que cantaron a Dios o la santísima Virgen. Como los Campanilleros pasan, ellos pasaron pero no se fueron. Quedan en nuestra memoria y en los corazones de los que hoy  han tomado su relevo.

Hacia allá partió hace poco Manuel Moneo que siguió la estela de tantos buenos jerezanos que oraron a Dios con sus voces y que ahora le cantan al Padre cara a cara.

A ellos se lo debemos todo y como homenaje a estas voces del cielo quiero terminar esta exaltación recordando a aquellos que ya partieron a la casa del Padre. No puedo nombrar a todos, pero va por todos ellos….

Lo que en la tierra sembramos,

en el cielo recogemos.

Aquello que desatemos

o todo aquello que atamos

lo tenemos los cristianos

del mismo modo en el cielo.

Y esos que alzaron el vuelo

por lo mucho que te amaron

a tu puerto ya arribaron

y gozan de tu consuelo.

Pienso en los que ya pasaron.

Pienso en los que ya se fueron.

Pienso en el cielo que gozan

tantos jerezanos buenos

que te rezaron  cantando,

que  te cantaron pidiendo

por sus penas y sus males,

por sus  llantos y sus miedos.

Que se mueren ya los vivos

por vivir como esos muertos

que te cantan cara a cara

desde balcones eternos.

Desde el balcón de la gloria

que me viene a la memoria

tras barrotes y macetas

tantos payos y gitanos

tantos buenos jerezanos

que te cantaron saetas:

El Garbanzo,  el Agujetas

Eduardo el Carbonero,

El Guapo con Terremoto,

El Locajo, Manuel Soto

también llamado el Sordera

y esta vez desde un balcón

al lado del Anfitrión

también canta La Paquera,

con su fuerte vozarrón.

Se desata la emoción

cuando un visillo descorre

y aparece Manuel Torre,

La bizca y la Jerezana

y la Pantoja con ganas

de revivir la memoria

de Juan Acosta o del Gloria

de Moneo o el Chocolate.

Y es que Jerez se debate

por ver quien canta mejor

a su Dios y  a su Señor

y a la fe más verdadera.

Que en Jerez de la Frontera

la saeta es oración

y la oración es saeta

y es arte y es devoción

reviviendo la pasión

cada nueva primavera.

Cuando, Señor, otra vez

oyes a tus cantaores

que te alivian los dolores

con el arte de Jerez.

Pues todo Jerez es arte

Y  aunque yo no sé cantarte

mas sueño con ese anhelo

Ay Madre del Desconsuelo;

si yo he sido de los buenos,

cuando a tus pies yo me plante,

madre, que te cante al menos,

deja  que al menos te cante,

una saeta en el cielo.

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