CLAUSTROS DE SANTO DOMINGO 2 de diciembre de 2016
Asociación de Belenistas de Jerez
El amor es la fuente de la que mana la vicada y la vida fluye del manantial de Dios. Dios es puro amor y su amor es tan inmenso que no hay sima en el mundo capaz de contenerlo, ni fuerza en el universo que detenerlo pueda. Amar es dar sin esperar a recibir nada a cambio, es desprenderse de todo lo bueno para dárselo a los demás, es renunciar al mundo para ganarse el cielo.
Nada tiene sentido si no hay amor o como el mismo San Pablo dijo; “Si no tengo amor no soy nada” añadiendo; “el amor disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites”.
Es difícil encontrar un ser humano que lleve estas palabras hasta sus últimas consecuencias. Pero lo que es imposible para los hombres no lo es para Dios porque lleva amándonos toda la eternidad, disculpando nuestras faltas, creyendo en nuestras posibilidades, esperando nuestra conversión, aguantando todas nuestras penas como si fueran propias.
El mundo estaba en tinieblas y buscaba una luz que lo guiara para salir de la oscuridad. El ser humano tenía sed de amor y no lo encontraba en esta tierra. El hombre tenía necesidad de Dios y no sabía cómo llegar a Él.
Dios rebosaba de amor, de amor puro y verdadero hacia la obra predilecta de su creación y buscaba una y otra vez la forma de hacerle llegar sus deseos de amar. El hombre no entendía ni comprendía sus mensajes y Dios se apenaba por la dureza del corazón del hombre.
Dios rebosaba de amor y, no pudiendo contenerlo más, se convirtió en la luz que el mundo tanto ansiaba, viniendo Él mismo a manifestar ese amor a la humanidad.
Y cuando menos se esperaba, como menos se esperaba, donde menos se esperaba, su amor llegó a nosotros….
DIOS REBOSABA DE AMOR
Dios rebosaba de amor
en los confines del cielo
y viendo los desconsuelos
de su pueblo pecador,
por ser nuestro redentor,
vino del cielo a este mundo
y que su amor tan profundo
lo pudiera derramar:
sólo así podría salvar
a este pueblo moribundo.
Era un mundo de tinieblas
que esperaba a un salvador.
Un rebaño sin pastor,
un pueblo que se despuebla.
Almas tristes en la niebla
en busca de un resplandor.
Fuego sin luz ni calor.
Un sueño que no despierta.
Almas errantes y muertas
en busca de su Señor.
Esperaban al Mesías
al ungido de Yavé.
A aquel que según su fe
al pueblo liberaría
de opresión, de tiranía
y naciones invasoras.
A la espera de la hora
de su llegada a Israel
no sabían cómo era Él
ni el porqué de su demora.
Pero es que Dios se revela
a las personas sencillas
obrando mil maravillas
tallando en el mar estelas.
Una paloma que vuela
con un mensaje del Cielo
fue el espíritu que al vuelo
se enamora de María
Y ella llena de alegría
Colmó feliz sus anhelos.
Por eso dijo que sí
A lo que Dios le pidió,
Y a Gabriel le respondió:
“Desde que al mundo nací,
su voluntad se haga en mí
que esta esclava del Señor
Lo llevará con amor
en el seno de su vientre
para que el mundo se encuentre
con su Dios y salvador”.
Y llegó el ansiado día
para este mundo sin dueño
y en el pueblo más pequeño
ese vientre de María,
a este mundo en agonía,
le dio luz y libertad.
No existe mayor verdad
ni un amor más verdadero
que el que entrega al mundo entero
nuestro Dios por Navidad.
Y se paró el reloj de la historia de la humanidad una fría madrugada de invierno. Desapercibido para la mayoría de los hombres, Dios se presentaba ante su creación y no lo reconocieron. Ávidos de un salvador, no supieron ver en un indefenso niño nacido en la humilde aldea de Belén al rey de los Cielos, al Salvador del mundo, al tan esperado Mesías.
Sólo unos pobres pastores acogieron en su corazón la buena nueva. Y es que Dios revela sus secretos a los sencillos de corazón. Ellos sí supieron recibir la buena noticia; Una joven doncella escogida de Dios acababa de dar a luz a su salvador. “Gloria a DIOS en las alturas, y paz a los hombres que ama el Señor”.
Dios se despertaba, la tierra dormía
bajo un cielo frío cuajado de estrellas
y una que anunciaba, como una centella
el lugar exacto donde nacería.
Érase una Virgen llamada María,
pura entre las puras, bella entre las bellas
que aceptó sin dudas la noticia aquella
que Dios de su vientre hombre nacería.
Posadas no había donde se hospedase
la Virgen encinta con Dios en su vientre
más quiere su Dios que al final encuentre
un establo viejo donde se quedase.
Y a la luz del alba, a la de la aurora
se puso de parto la Virgen María.
La joven doncella, tan alta señora
fue entonces la causa de nuestra alegría.
No importa el establo, ni el intenso frío.
Ni el buey ni la mula, ni el lecho de heno:
Ella se sonríe y dice “Dios Mío”
¡Que feliz me haces, Señor, padre bueno!
Y así nace Dios, para el mundo entero.
Para los creyentes, para los gentiles.
No para unos pocos, sino para miles
de almas perdidas buscando un sendero.
¡¡¡Qué buena noticia!!! ¡¡¡Que gran alegría!!!
que no la concede, poder o dinero.
Feliz el humilde, rico o pordiosero
que cree en el regalo que Dios nos traía.
En aquella noche, ángeles hablaron
a aquellos pastores durmiendo sin techo;
“Veréis entre pajas a un niño en un lecho”
y ellos acudieron y al niño adoraron.
Y un pobre pastor lleno de alegría,
por verse ante Dios en ese momento,
regaló a Jesús, lleno de contento,
su ajado chaleco por si se resfría.
Y lo vio María y lo vio José
y el niño entre pajas que ya se dormía.
Antes de dormirse también sonreía;
Si a este mundo vino, ya supo por qué.
La Navidad es capaz de obrar verdaderos milagros. Ablanda los corazones más duros. Saca lo mejor de nosotros mismos. Aparta las diferencias y refuerza los lazos fraternales. Facilita la paz y la concordia. Une a pueblos diferentes. Resalta nuestras virtudes y empequeñece nuestras faltas. La Navidad es la buena noticia que Dios, apenado por nuestros pecados, nos trajo haciéndose hombre por nosotros.
Fue una víspera de Navidad de 1914, en el frente de batalla de Yprés, en Bélgica, durante la I Guerra Mundial, cuando unos soldados alemanes empezaron a cantar “Noche de Paz” en su idioma. En las trincheras británicas, los soldados aliados respondieron con villancicos en Inglés. Todos celebraban el nacimiento del niño Dios y pronto se atrevieron a aventurarse en “tierra de nadie” para intercambiar presentes y enterrar y llorar juntos a sus caídos….. La guerra siguió, como sigue presente hoy en tantos lugares del mundo, pero por un momento, el mensaje de paz de ese niño Dios recién nacido invadió el alma de todos esos hombres que luchaban sin saber por qué…
Hoy sufrimos guerras, violencia, terrorismo, pobreza, injusticias, desencuentros familiares, abandono de nuestros mayores, crisis económicas…. Pero, aún más, de valores.
¡¡Cuánta falta nos hace la Navidad y cuán poco buscamos en ella el espíritu con el que Dios nos la regaló!!
Creamos en ella una vez más, dejémonos amar por ese Niño Dios que pudo obrar ese milagro de parar una guerra para que siga haciendo de nosotros instrumentos de su amor.
Navidad es alegría,
es hacer un mundo nuevo.
Es recoger el relevo
de San José y de María
acogiendo en nuestro días
a ese niño de los cielos.
Es colmar nuestros anhelos
y hacer del hogar, su templo
y así seguir el ejemplo
de nuestros padres y abuelos.
Navidad es el amor
hacia Dios y hacia los otros.
Amarnos entre nosotros,
como nos dijo el Señor.
Es hacer acogedor
nuestro hogar a los que vienen.
Pensar en los que no tienen
ni pan, ni felicidad
y que, amando en caridad,
nuestras almas se nos llenen.
Navidad es compartir
lo poquito que tengamos.
Ser siervos y no ser amos,
porque dar, es recibir.
A las penas, sonreir
que así se alegran las penas.
Dar la sangre de las venas.
Poner el hombro al que llora
y pedir al que atesora
para que dé a manos llenas.
Navidad es perdonar
y acoger a los extraños.
Olvidar los desengaños.
Saber cuándo hay que callar.
No ofender ni criticar
al que opina diferente.
Ser humilde, ser paciente
como lo fue el niño Dios.
Porque con Dios somos dos
Jesús siempre está presente.
Navidad es recordar
a los que ya se nos fueron,
a los que nos precedieron
en nuestro peregrinar.
Y aunque nos duele no estar
con ellos, los añoramos
y juntos los recordamos
hasta que el Señor nos llame
y junto a ellos nos ame
igual que aquí nos amamos.
Navidad no es un derroche.
No es gastar inútilmente.
No es responder cruelmente
al hermano con reproches.
Es pasar días y noches
desparramando bondad,
amor y felicidad.
Si no, que Dios te bendiga
pero deja que te diga:
No entiendes la Navidad.
La Navidad se acerca y a cada rincón del mundo van llegando señales que anuncian su venida. El otoño en nuestra campiña jerezana tiñe de oro los atardeceres y algo nos hace presagiar que se aproxima la época más entrañable y maravillosa del año. El humo de las castañas esparce su aroma y cubre con su blanca neblina las plazas de nuestra ciudad. Las lluvias caen generosas y riegan nuestros campos sedientos y el olor a tierra mojada se mezcla con el del mosto que ha dejado de borborear en las bodegas. El fresquito de la tarde va dejando paso a las noches frías al abrigo del brasero. Recordamos a nuestros difuntos que ya pasaron a la casa del Padre. Y noviembre pasa veloz, casi de incógnito, cuando los primeros pestiños llegan a las confiterías. Algo palpita en nuestro interior que nos va anunciando su presencia. Algo nos inunda el alma y nos dice que se acerca. Algo nos susurra al oído que ya llega….
Es tiempo de Adviento, es tiempo de espera, es tiempo de esperanza. Es tiempo de María que tanto queremos en esta tierra. Es tiempo de zambombas. Es tiempo de alegría. Es tiempo de celebraciones, de reencuentros, de cenas con amigos a los que hacía tiempo que no veíamos. Es tiempo en el que los jerezanos celebramos y disfrutamos como nadie el próximo nacimiento de nuestro salvador.
Huele a mosto en las bodegas
de las uvas palomino
que para hacerse buen vino
borborea y se sosiega.
Tras la escasez veraniega
llegan las tardes lluviosas
que nos riegan generosas
nuestros campos ya sedientos.
Soplan ráfagas de viento
que desnudan a las rosas.
Las hojas bajan al suelo.
El viento sopla con saña
y el humo de las castañas
se eleva, sublime, al cielo.
Un cielo de terciopelo
azul de noches más frías.
Se hacen más cortos los días.
Se hacen las noches más largas.
Y una emoción nos embarga
cuando se anuncia a María.
Todas las plazas se llenan
con gentes que van en trombas
en busca de las zambombas
que por todas partes suenan.
Amigos que alegres cenan
y celebran su reencuentro
regando bien sus adentros
con los vinos de la tierra
a la que el alma se aferra
cuando se lleva tan dentro.
Las monjitas hacen Yemas
y pastelitos de gloria
y nos viene a la memoria
las abuelas con sus temas
y el aroma de alhucema
que volaba por sus casas.
Los lebrillos de las masas
de esos divinos pestiños.
Ayer mismo éramos niños.
¡Cómo el tiempo se nos pasa!
Pero reina la alegría.
La nostalgia se hace hermosa.
Y hoy sus manos temblorosas,
morenas como las mías,
amasan para el Mesías
pestiños en su morada.
Y, María, enamorada
de los dulces jerezanos
los reparte con sus manos
por los cielos, encantada.
Y por fin llega ese día
en el que el Niño nos nace.
Cuando Jerez se complace
y se llena de alegría.
Que esta tierra de María
todas las penas destierra
y a su fe con fe se aferra
alabando a su Señor.
Y nadie lo hace mejor
que lo hace nuestra tierra.
Y es que Jerez lo hace todo especial, diferente, singular y sabe celebrar con más duende que nadie cada una de sus fiestas. El arte y la gracia rebosan en sus gentes, no importa su condición o clase, su poderío económico o su procedencia. La magia se contagia y se transmite de generación en generación haciendo vibrar las almas de aquellos que, atónitos, nos visitan. Hay alegría en las calles por la Navidad que viene y todos los rincones de Jerez se llenan de gente que celebran el próximo nacimiento del Niño Dios. La cultura se palpa a pie de calle, entre las gentes sencillas, con coplas que aprendieron de sus padres, de sus abuelos, de los abuelos de sus abuelos desde tiempos arcanos. Los jóvenes siguen sus letras recuperadas con tanto acierto después de años de letargo y se sienten orgullosos de ser los herederos de una tradición ancestral. Son nuestras zambombas que no tienen igual en el mundo entero y que debemos querer y respetar como un tesoro de valor incalculable, evitando que se desvirtúen y se conviertan en lo que no son. De nosotros depende que no pervirtamos su esencia y mantengamos vivo este patrimonio de todos los jerezanos.
LAS ZAMBOMBAS
Jesús se hace jerezano
cuando escucha las zambombas
y el cante de los gitanos.
Que vio bailar en un patio
del barrio de Santiago
a una chiquilla morena,
ojos color hierbabuena,
que lo tiene encandilado.
Cantaban de un niño Dios,
nacido en un portalito,
que vino a salvar al mundo
y a todos los gitanitos.
Y es que ese amor tan profundo
que lo trajo hasta Belén
nadie tan bien lo ha entendido
ni a Jesús ha enternecido
como lo entiende Jerez.
Como lo entiende su gente,
cantando con alegría,
bailando por bulerías,
ante un fuego y al relente.
Como fue mi nacimiento,
piensa el Señor sonriente.
Mira a las gentes sencillas
cantando sus maravillas
junto al chorro de una fuente.
Cantan de un marinerito.
De quintos que van al frente.
De la calle San Francisco.
De la Virgen y sus peines.
De una guapa Micaela.
De unos peces en el rio.
De un portal donde hace frio
De un doctor y una mozuela
De un cura que estaba en cama
y que quiere chocolate.
Y, ante tanto disparate,
más coplas quiere y reclama.
Sabe que cantan al niño
a San José y a su madre
y dan gracias a Dios Padre
con anís y con pestiños.
Un guitarrista hace un guiño
para que baile su abuela
que se afana en la cazuela
echándole vino al pavo,
echándole la canela.
Y sin tener un centavo
alivian sus sufrimientos
celebrando el nacimiento
del que le quita las penas.
Son los puros sentimientos
de este pueblo enamorado
de su Dios, que al verse amado,
goza y ríe de contento
ante las coplas morenas.
Cómo se está divirtiendo
Cómo Dios está gozando
en esta tierra tan buena
Que nada le alegra tanto
a Jesús que los encantos
de Jerez, en Nochebuena.
Tradicionalmente, el día de la Inmaculada marca el inicio de las fiestas navideñas. Muchas familias se afanan en ese día en montar sus belenes, desplegar las colgaduras con el Niño Jesús y decorar la casa para el gran acontecimiento. Con cuanto cariño participamos en esos momentos en los que toda la familia se une. Hay que sacar las cajas con las figuras del belén, las guirnaldas y espumillones, las bolas y luces para el árbol, las velas para la mesa, buscar el pascuero de color más rojo intenso. Todos colaboran y disfrutan con el deseo de que la casa esté más bonita que nunca para recibir al Niño Jesús. En nuestra mente ya anticipamos cuánto vamos a disfrutar con la familia y con los amigos que vendrán a vernos, a compartir con nosotros nuestro hogar a la luz de las velas rojas y escuchar los villancicos flotando en el ambiente de una noche de ensueño.
Vamos sacando las figuritas una a una y se agolpan los recuerdos de navidades pasadas, de regalos, de personas que las ponían y hoy ya las ponen en el cielo. Miramos con nostalgia y también con alegría por continuar con la tradición tan hermosa como mágica, heredada de los mayores, que nos une en torno a un niño que nos cambió la vida.
¡¡Qué alegría, qué contento!!
¡¡Qué alborozo reina en casa
cuando llega ese momento
de desempolvar las cajas
de figuritas de barro,
de espumillones de plata,
de guirnaldas de colores
y estrellitas de hojalata!!
¡Qué momentos más hermosos!
¡Qué gozo viven las almas
de los niños y mayores
y que estalla en sus entrañas!
¡¡Qué alegría, qué contento!!
¡¡qué alborozo reina en casa!!
Vamos sacando recuerdos
de Navidades pasadas.
El árbol del abuelito
la casita de la tata,
el puente que cruza el rio
gallinas, ovejas, cabras
y un pastorcito manquito
forrado en papel de estraza.
¡¡Cómo gozan los mayores!!
¡¡Cómo los niños se afanan
en preparar con sus padres
las navidades soñadas!!
Hasta el niño con chupete
sin saber bien lo que pasa
ríe lleno de churretes
que se limpia con sus mangas.
¡¡Qué alegría, que contento.
Qué alborozo reina en casa!!
La abuela decora el árbol
con estrellas y guirnaldas,
con bombillas de colores
azules, verdes, moradas.
El padre va a por arena
y por piedras para el agua
corcho para las montañas
papel azul para el cielo
y para alfombrar el suelo
no se olvida de la paja.
Colocamos los pastores,
el molino, la cascada,
árboles, plantas y flores,
el camino, las calzadas
por donde vienen los Reyes,
por donde la gente avanza
caminito del portal
donde el Niño Dios descansa.
¡¡Qué alegría, que contento
que alborozo nos abrasa.
Compartir los sentimientos
y esos hermosos momentos
porque Jesús ya está en casa!!
En nuestra tierra, la Navidad no se puede concebir sin el misterio del amor de Dios que vino a este mundo a salvarnos. No me podría imaginar una Navidad sin belenes, sin villancicos, sin coros de niños…. A muchos les molestan nuestras costumbres y creencias, nuestra historia, nuestra fe. Hacen todo lo posible para eliminar de las calles cualquier motivo religioso, despojando a la iluminación y a los exornos navideños de las calles del verdadero sentido de estas fiestas. Es el odio de la increencia y de la intolerancia por Aquel, con mayúsculas, que nos trajo precisamente tolerancia, paz y valores que, incluso los más incrédulos, no podrían desdeñar. Es renunciar a la historia y a la cultura que impregna cada rincón, cada calle, cada plaza de nuestras ciudades.
Pero, ante estos ataques a la libertad de la mayoría, hay que responder con la libertad de expresar nuestros sentimientos, nuestros deseos de que nuestros valores también sean respetados, siendo constantes y valientes en la defensa de los mismos. No con violencia, no con revanchismo, no con odio ni con prepotencia, sino recordando que un indefenso niño cambió la historia del mundo anunciando la verdad, siendo humilde y manso de corazón. Así nosotros tenemos que manifestar alto y claro que queremos que no nos desvirtúen nuestra Navidad porque a unos pocos les moleste. Quizás alguno, harto de tanto odio inútil se dé cuenta de que Dios también nació para Él y entienda el significado de la Navidad.
Inundemos de belenes
las calles de nuestros pueblos
y anunciemos en balcones
al niño rey de los cielos.
Proclamemos la noticia.
Digamos que el padre bueno,
triste por vernos de vernos sufrir,
quiso ser niño pequeño
naciendo como nosotros
de mujer de carne y hueso.
Que no pudo consentir
que pudiéramos vivir
sin amor y sin consuelo.
Seamos nuevos pastores
como aquellos que entendieron
que el Señor vino a este mundo
a salvar al mundo entero.
Hasta a aquellos que no entienden
y se mofan de los cielos
manchando su santa imagen
sin vergüenza ni respeto.
Que esa es nuestra grandeza
ser últimos, no primeros.
Ser, como quiso el Señor,
los pastores de su Reino,
poniendo la otra mejilla
como nos puso de ejemplo.
Pero también ser valientes
sin renunciar a lo nuestro
y predicar al Señor
con orgullo en nuestro aliento.
Y si alguien se molesta
por herir sus sentimientos
que no se llene de espanto,
que el Señor lo quiso tanto
que por él también nació.
Fue tanto lo que lo amó
que a pesar de su desprecio
no dudó en pagar el precio
de salvarlo con su muerte.
Fíjate si tiene suerte.
Y nosotros a lo nuestro:
Ser en la fe siempre fuertes
como nos dijo el maestro.
Con su espíritu a la vera
y su gracia que convierte
los corazones más duros
se convertirán seguro
a nuestra fe verdadera.
Por eso no renunciemos
y obremos en consecuencia
e inundemos de belenes
nuestras calles y alamedas.
San Mateo, Santiago,
San Miguel, la Albarizuela,
las barriadas lejanas,
la recoleta plazuela
y con bombillas que anuncien,
les duela a quien les duela,
que el Niño Dios ha nacido
en plazas, calles e hijuelas.
que aunque pretendan matar
a Dios por la convivencia
nunca nos podrán robar
nunca podrán desterrar
de esta tierra sus creencias.
El belén nació en tiempos de San Francisco de Asís en la península Itálica. A mediados del s. XVIII pasó a España. Y en España se fue extendiendo por todos los pueblos y ciudades, imprimiéndole cada lugar su personalidad y estilo propio. Y Jerez es Jerez, y su forma de entender las cosas cuando las ama y aprecia, hace que lo normal se transforme en algo extraordinario. Los belenes jerezanos son auténticas obras de arte, convirtiéndose en verdaderos catecismos que llegan a los mayores y niños. Nuestra forma de entender la Navidad hace que pongamos todo el amor, dedicación y entusiasmo en recrear el nacimiento del niño Jesús según nos transmita el alma.
Me vienen a la memoria esos belenes que mi padre montaba en el colegio de mi infancia. Recuerdo su olor a pino y romero, su frescura, su ambiente…
Recuerdo sus prodigiosos artilugios superando la tecnología de la época en la que un molinillo de viento en una lata de leche condensada giraba por el calor ascendente de una bombilla y simulaba el fuego alumbrando desde abajo, con ráfagas, los cristales rotos de una botella de cerveza. O las medias naranjas que eran los forjados artesanales de las bóvedas de esas casas judías, o los cambios de luces a golpe de interruptor que un resignado alumno voluntario cambiaba trescientas veces al día….
Pero esos belenes forjaron mi cariño hacia un Niño Dios que muerto de frío se calentaba en un portalito porque nos amaba tanto que vino al mundo para salvarnos de esa manera…
A veces me quedaba el último para estudiar en detalle cada figura, cada casita, cada camino que recorrían todos aquellos pastores para adorar al Niño Dios. Y en mi imaginación el belén cobraba vida….
Porque el belén cobra vida
para el corazón creyente,
despierta el alma dormida
vuelve el Espíritu ausente.
Queda la sala vacía,
se queda el belén a solas
y se encienden aureolas
en Jesús, José y María.
Un gallo ya anuncia el día.
Va despertando la aurora.
Se levanta una pastora
y el viento gira un molino.
Mueve la cola un pollino.
Mana el agua de la fuente
y la virgen sonriente
mece a Jesús en la cuna.
Brilla el sol en la laguna.
Va por el camino gente
y un pastor cruzando el puente,
con un cesto de pestiños,
quiere conocer al niño,
que un ángel le ha desvelado;
“Es Dios que se ha revelado,
desbordado de cariño,
a gente humilde y sencilla
y que ha obrado maravillas
en una joven hebrea
y el Espíritu que crea
tiene el cielo prometido”.
El fuego chisporrotea
tras la noche larga y fría.
José recoge unas teas
para calentar el agua
porque el niño en las enaguas
del regazo de María
un dolorcito tenía
y tienen que darle un baño.
Se divisa en lontananza
camellos de gran tamaño,
pajes armados con lanzas
que tiran de los camellos
y unos reyes sobre ellos
que hacia el portalito avanzan.
Hay bullicio y alborozo.
Gente comprando en las plazas
y en la mesa con dos tazas
junto al camino del pozo
desayunan moza y mozo
cogiditos de la mano.
Se han levantado temprano
para acudir al portal
y llevarle al niño Dios
un regalo de los dos
y es que esperan un chaval.
Quieren lo Dios lo bendiga,
lo libre de todo mal
y el cuidado maternal
de la madre de los cielos
le destine sus desvelos
y lo guíe por la vida.
En una casa escondida
entre encinas y palmeras
se afanan las lavanderas
lavando ropa en el río.
Y unas guapas hilanderas
se apuran con un relío;
No terminarán a tiempo
la bufanda para el niño.
Se asoma con un corpiño
una señora al balcón
y un joven barbilampiño
se sube los pantalones,
evitando a los mirones,
tras un viejo corralón.
Es el belén que ha soñado
desde niño el belenista.
Es la pasión del artista
que le regala al Señor.
Es todo un gesto de amor,
una entrega generosa.
Es la forma más hermosa
de cariño y devoción.
Es transmitir la pasión
de la única verdad;
Que el Señor nos ha salvado
y en cada Belén montado
de verdad que hay Navidad.
Las navidades también nos traen recuerdos y sentimientos de añoranza por los seres queridos que ya no están con nosotros. Nochebuena y Navidad son días en los que esas ausencias se hacen más intensas y presentes y el sentimiento de alegría se mezcla con la nostalgia por esos seres queridos que compartieron con nosotros esas mismas alegrías en las navidades pasadas.
Para muchos, estas fechas suponen tristeza y dolor llorando en soledad sus ausencias. Es inevitable que echemos de menos a los seres queridos en estas fiestas tan familiares, pero la vida sigue y nuestros hijos toman el relevo de aquellas ilusiones de las navidades de nuestra infancia. Poco a poco nos vamos convirtiendo en esos abuelos que conocimos en nuestras primeras navidades. Pero si hay algo que Dios nos trajo con su nacimiento es precisamente la esperanza, más aún, la certeza de unas navidades eternas en el cielo en las que podamos estar de nuevo todos juntos.
Navidades son ausencias
de los que ya se nos fueron;
de aquellos que se durmieron
en el Dios de sus creencias
y viven en su presencia
Navidades en el Cielo.
De los que alzaron el vuelo
hacia el portal de la gloria
y nos dejan su memoria
que nos llena de consuelo.
Hoy nos resuenan los ecos
de sus voces en la mesa.
Sus consejos, sus promesas
llenando sus sitios huecos.
Nos mojan los ojos secos
de lágrimas silenciosas
recordando tantas cosas
que con ellos compartimos;
Y en silencio revivimos
sus imágenes borrosas.
Recordamos la alegría
de navidades pasadas,
de nuestra infancia añorada.
La tierna melancolía
de la unión de aquellos días
junto al belén de la casa.
De la abuela haciendo masa
de rosquillas y pestiños
y la risa de los niños
con sus bromas y sus guasas.
Nacen los hijos, renace
el espíritu perdido.
Y en los recuerdos dormidos
goza el alma y se complace
por los momentos fugaces
que ahora vivimos de nuevo.
Ellos toman el relevo
devolviendo la ilusión
que vivimos con pasión
en esos años longevos.
Nostalgias y sentimientos
vienen al atardecer;
Los recuerdos del ayer
y la ilusión del momento
nos elevan de contento
porque Dios nos ha nacido.
Y de aquellos que se han ido
nos acordamos también
pues desde el cielo nos ven
todos en Dios reunidos.
Se mueren las azucenas,
pero también nacen rosas,
que aunque quizás más hermosas
duran semanas apenas.
Son alegrías, son penas.
Son gozos y sufrimientos
Es la razón del Adviento:
Si la muerte nos separa
vida es la que nos prepara
el Señor del firmamento.
Regalar es un hermoso gesto de amor hacia los demás. Es comprimir en el regalo que se entrega todo el afecto y cariño que nos profesa el ser humano al que va destinado. Regalar es un hermoso gesto que supone un desprendimiento de lo propio para dárselo a los demás. Es devoler la ilusión y la magia que envolvía, cuando éramos niños, el ansiado día de Reyes.
Porque es el día de la ilusión, de la magia, de la alegría desbordante de los niños y también de los mayores. Nadie se ha sentido engañado al descubrir que aquellos Reyes Magos no eran sino los padres que, en un gesto de amor hacia sus hijos, conmemoraba el de los Magos de Oriente hacia el Niño Dios dos mil años atrás. El que ha recibido amor en su infancia, al convertirse en adulto, estará en mejores condiciones de amar que aquel que sólo recibió odio y desencuentros.
Por eso es tan importante que no haya niños que no reciban su ración de cariño el día de Reyes. Gracias a Dios, nuestra Iglesia, sus hermandades, sus asociaciones benéficas y todos los cristianos, se movilizan cada año para que la solidaridad y la caridad lleguen a muchas familias en necesidad. Aun así, en el mundo, quedan muchos niños que no tienen la oportunidad de recibir regalos, ni siquiera comida para subsistir.
Regalar ilusión y amor es sembrar cariño, respeto y valores para las generaciones futuras. No se trata sólo de regalos materiales. Son muchas las cosas que podemos regalar y que no cuestan dinero, sólo afecto, cariño y entrega hacia los demás.
La verdadera magia de los Reyes Magos es que seamos capaces, hoy en día, de emular aquel gesto de los tres Señores de Oriente y repetirlo con todos los seres humanos que no lo esperarían nunca.
LOS REYES MAGOS
Junto a su madre que jala
mira un niño los juguetes.
Lleva remiendos, churretes;
Se fija en uno y señala:
Que Melchor me lo regala
y quiero, madre, ese tren
y los reyes, que me ven
saben que he sido muy bueno
y Manolita y el Neno
han sido buenos también.
Su madre sufre y se calla
viendo al niño sonreir;
¿Cómo le podrá decir
que en este mundo canalla
existen las injusticias?
Ella mira y lo acaricia
y con lágrimas suspira.
Escribe tu carta, mira
que tendrás buenas noticias,
que los Magos del Oriente,
además de al Nazareno,
le traen a los niños buenos
caramelos y presentes.
La madre se marcha ausente,
buscando ayuda del cielo,
al menos con el consuelo
de que Dios le preste ayuda,
oiga su plegaria muda
y conceda sus anhelos.
Que la Navidad convierte
los corazones más duros
y se derriban los muros
de la vida y de la muerte.
Una señora que advierte
el dolor de la señora,
se vuelve su salvadora,
porque así Dios se lo pide.
No llore, mujer, descuide
que el tren se lo compro yo
y para los otros dos
cómpreles lo que ellos quieran
y que tengan lo que esperan
que así me lo pide Dios.
Seamos para los niños
como ángeles del Padre.
Ser madre cuando no hay madre.
Ante el odio, dar cariño.
Hacerle al amor un guiño
sin esperar ningún pago,
sin esperar un halago.
Ser magos de la bondad
que dando felicidad
somos también Reyes Magos.
Cuando se apagan las luces del alumbrado navideño y se callan los ecos de los últimos villancicos, nos toca volver a la rutina del día a día. Es como si la magia se muriera de repente y aquellas risas y momentos dichosos se marcharan de nuestras vidas. Toca desmontar el árbol, los belenes, las guirnaldas y las luces y guardar todo en las cajas para, si Dios nos da vida, volverlas a abrir el año próximo con la ilusión renovada.
Pero la Navidad no debe ser una alegría pasajera. La Navidad es un regalo del cielo que hay que disfrutar día a día. La Navidad hay que dejarla viva en cada uno de nuestros corazones recordando aquellos días en los que la vida era distinta, como la de aquellos soldados que se olvidaron de la guerra. Si fuéramos capaces de prolongar la Navidad todos los días de nuestra vida, el mundo sería distinto, la vida sería mejor y la alegría de vivir sería eterna.
Y Jerez ya sueña con su Cuaresma, con su Semana Santa, y como dice una de las coplas de María José Santiago, vemos en el niño una corona de espinas.
El amor de Dios cala en esta tierra que lo vive con pasión. Alegrándose con su nacimiento, viviendo su muerte, celebrando su resurrección. Empapándose de la gracia de María en cada rincón de la ciudad. El mejor lugar del mundo para vivir y para morir. Nuestra tierra de Jerez.
La Navidad no termina.
La Navidad es eterna.
No tiene principio o fin.
No tiene alfa ni omega.
Es un regalo de Dios
que no espera recompensa.
Es la promesa del cielo
que anunciaron los profetas.
Es Dios mismo que a los hombres
su inmenso amor manifiesta
sin importarle su raza
su país o sus creencias.
No dejemos que se olvide.
No dejemos que se muera.
Y aquel que de veras quiera
que la Navidad perdure
pida a Dios que le procure
Navidad en primavera.
Que se quede a nuestra vera
todos los meses del año
y olvidemos nuestros daños
como si diciembre fuera
y lograr que así naciera
Navidad en nuestras almas.
Y si la tormenta impera
tras ella viene la calma
recordando cada día
el regalo de María
que quita todas las penas;
Al que le fluye en las venas.
A aquel a quién desconfía.
Y al que nunca creería
en aquella buena nueva
que en él, también Dios pensaba
cuando en esa madrugada
para él mismo nacería.
Poniendo paz en las guerras,
en las penas, alegrías
y sembrando en esta tierra
esperanza y armonía.
La Navidad no se muere
ni tampoco se marchita
cuando en el alma se acoge
y el corazón nos palpita
por los pobres y afligidos.
Por los que en Dios se han dormido
y por el que necesita
amor, cariño y consuelo,
dándole paz y esperanza
arrimándole un pañuelo
cuando las penas le alcanzan
llorando por él sus duelos
Porque aquí no se termina
nuestra hermosa Navidad.
Ahora empieza de verdad,
cuando vuelve la rutina,
la gracia de Dios divina
que nos regalara el cielo.
Es encontrar su consuelo,
hora a hora, día a día
porque aquel que en Dios confía
Dios sosiega sus Desvelos,
porque el Señor es su guía
y el Niño Dios su modelo.
Y es que se queda prendido
en almas y corazones
el niño que en los balcones
proclamábamos nacido.
Que este pueblo agradecido
al Dios que le dio la vida
ya espera la cruz teñida
con la sangre del Señor
que derrama por amor
a esta tierra tan sentida.
Qué orgullo comparto y siento
por mi tierra jerezana,
tan noble y tan mariana,
que llena mis pensamientos.
¡Qué profundos sentimientos
por el Señor de la gloria,
que celebra en su memoria,
la Navidad más hermosa!
¡Que Jerez es otra cosa!
¡Que Jerez es otra historia!
Que esta es la forma de ser
del Jerez de mis amores,
la tierra de Lola Flores
que un día la vio nacer.
Es su forma de creer
y de sentir a María
bailando por bulerías
con zambomba y almirez.
Y si llego a la vejez,
porque Dios así lo quiera,
que me reclame a su vera
cuando me muera en Jerez.