LA RECOGIDA DE METALES
A finales de la década de los cincuenta, en la plaza del Mercado había grandes y frondosos árboles. En primavera, sus flores blanquecinas, que los niños del barrio llamaban “quesitos”, hacían las delicias de los chavales que se atiborraban de las florecillas para aliviarse el hambre a costa de seguras diarreas. En el barrio de San Mateo vivían muchas familias numerosas y la falta de recursos hacía que muchos niños tuvieran que trabajar desde pequeños sin apenas haber aprendido a leer y a escribir.
Por aquel entonces un jovencísimo maestro de nombre Santiago, cuya vocación por la enseñanza y por los jóvenes la llevaba en la sangre, recibió su primer destino en el centro parroquial de San Mateo. Tenía 66 alumnos (entonces no existía la famosa “ratio”) y su paso por aquella escuela -sólo dos cursos- dejó una huella indeleble en los chavales de aquella generación que hoy recuerdan con cariñó todo lo bueno que aprendieron de él.
Fiel a su estilo innovador y luchador, Santiago, con más imaginación que recursos, se metió pronto en el bolsillo a los alumnos. Deseoso de compartir y transmitir los valores en los que creía, le pareció que hacer un equipo de fútbol era la mejor manera de hacerlo.
Los niños que contaran con una camiseta de deporte eran unos privilegiados, así que el impetuoso profesor compró a crédito telas baratas con las que sus madres pudieran confeccionar el conjunto. Camiseta roja, calzonas negras y su Virgen del Desconsuelo como guía, eran los colores de su hermandad y la equipación perfecta con la que llevar a los jóvenes por el buen camino de la vida.
Para sufragar los gastos que se le venían encima encargó a los chavales que buscaran y trajeran a clase todos los cartones y botellas vacías que pudieran encontrar. Se pagaban entonces a una peseta las que no tenían inscripciones y cincuenta céntimos las que la tenían. A pesar de convertir la clase en una pequeña fábrica de botellas, aquello no fue suficiente, así que decidió dar un paso más…. En aquellos años, el cobre, el plomo y el estaño eran metales que se pagaban bien al peso y en su imparable iniciativa no dudó ni un momento en pedirles el nuevo material milagroso.
Los muchachos se pusieron manos a la obra y limpiaron el barrio de San Mateo también medio Jerez de latas, cápsulas, tornillos y……¡¡Tuberías!!
Muchas madres y afectados acudieron alarmados al maestro porque tenían inundaciones y averías en sus casas o serias dificultades para abrir las puertas de o cerrar las ventanas. Hasta las llaves y picaportes acabaron en el depósito de metales….. Por el fútbol de alta competición y por su convincente entrenador estaban dispuestos a todo.
Aquel maestro no era otro que mi padre quien me enseñó a tener ilusión por hacer el bien a los demás sin esperar nada a cambio. Muchos de esos chavales son ya abuelos y recuerdan con cariño a aquel joven profesor que les marcó el buen camino de la vida.
Francisco J. Zurita Martín