
A muy pocos les ha pasado desapercibida la dramática historia de unos adolescentes que se desprendieron de su hijo recién nacido en el rio Besós. Probablemente, fruto de la peligrosa trivialidad con la que la sociedad de hoy habla de la vida y de la muerte esos jóvenes padres no fueran conscientes del mal que estaban causando y del daño que se han hecho a sí mismos.
Unos y otros se han rasgado las vestiduras por la desconcertante e injusta muerte de un recién nacido al que sus padres le negaron en última instancia la oportunidad de vivir. Muchos se preguntan si, tras haber llevado el niño en su vientre nueve meses y haberlo alumbrado, no hubiera sido más sensato darlo en adopción o dejarlo en la puerta de un convento.
Ni siquiera el llanto del recién nacido pudo conmover a sus padres, quizás asustados, quizás avergonzados, quizás con un corazón enfermo que les llevó a dejarlo abandonado en un río…
Según las leyes de los hombres, cometieron un horrendo crimen por el que, con toda seguridad, serán condenados. Por esas mismas leyes, si hubieran “interrumpido” el embarazo, no habrían cometido crimen alguno ni serían portada de los periódicos de toda España.
Sin entrar en valorar esas leyes, ni a juzgar a aquellas personas que se ven en la tesitura de abortar, sí quisiera llamar la atención de cuantos piensan que la protección al “nasciturus” se puede discriminar por la capacidad del ser humano de tener vida fuera del seno materno. Esa delgada línea es la que separa, en la sociedad civil, la condena de la exculpación, el escándalo de la comprensión de la sociedad, salir en los periódicos de acabar ignorado en un contenedor de desechos del hospital. El niño muerto en el Besós no se podía valer por sí mismo, aunque ya hubiera abandonado el seno materno, como tampoco lo puede hacer el que ya vive en el vientre de su madre aun no habiendo nacido.
Hemos de tomar conciencia de la importancia de la vida, de la cultura de la vida, de la educación que tenemos que dar a nuestros hijos para que no trivialicen con ella. La sociedad tiene que evitar que estas desgracias, haya habido alumbramiento o no, marquen la vida de tantos padres a los que no se les ha dado otra alternativa, otra salida, otra esperanza. Quizás entonces, sean o no culpables ante los hombres, no se sientan culpables en sus conciencias, no se sientan culpables ante Dios.
Paco Zurita
Septiembre 2019