UN REGALO DE DIOS

Todavía con el dulce regusto de los hermosos momentos vividos que impregnaron mis sentidos, pero ya desde el sosiego de la razonada calma tras esos intensos días,  aún me conmueve la imagen de ver el cielo en la tierra.

Quizás porque el regalo más hermoso es el que se ofrece,  he descubierto el secreto escondite de donde mana la felicidad en los rostros de las Hermanas de la Cruz. Porque en nuestro afán de hacerles el  regalo de llevarles a la Virgen del Desconsuelo por el LXXV aniversario de su llegada a Jerez, nos hemos llevado la alegría de dar felicidad y recibirla al mismo tiempo quintuplicada.

Es como el milagro de la multiplicación de  los panes y los peces, como la cesta interminable de fray Leopoldo, como esa frase de San Francisco  que decía que “Dando se recibe”…. O el hermoso verso de Santa Teresa “Quien a Dios tiene, nada la falta”.   Es la constatación empírica de la frase profética de Jesús al enviar a sus discípulos al mundo; No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias….   Es el día a Día de las hermanas de la Cruz que ante la adversidad, las dificultades y los imprevistos de la vida responden con una sonrisa en la boca “Dios proveerá”… ¡Y siempre provee!

En nuestros miedos y ansiedades por el futuro, no nos fiamos de esa promesa de Cristo de proveernos con lo necesario para el camino; bien al contrario, preferimos prever, ser precavidos, cicateros y acaparadores. Nos gusta llenar bien las alforjas y no regalar zapatillas que no utilizamos por si se nos rompen en el corto caminar por esta vida.

Al verlas tan llenas de gozo vistiendo a la Virgen, besando sus manos, mirando su rostro, me preguntaba si realmente sabemos qué es amar, si realmente sabemos ver en las mejillas de María el ardor y la entrega que ven las hermanitas en cada una de las ancianas que cuidan, que miman y que aman, como si se tratara de la mismísima madre del Señor… Y, observando aquella escena de verdadera pasión, no nos quedaba más remedio que rendirnos a esa lección de humildad y plenitud al mismo tiempo, de sosegada calma de espíritu y felicidad en el alma.

Como una catarsis de amor incontenido, nos marchamos del convento con las almas elevadas, mirando al prójimo de otra manera, tratando de repartir el infinito cariño que habíamos recibido tan gratuitamente. Volvíamos radiantes, generosos, satisfechos, sumergidos en un sueño de hermandad.

Después de los bellos días vividos al arrullo de sus cantos, de sus atenciones y sonrisas, de sus desvelos e infinitas respuestas de “Que Dios se lo pague”, los componentes de esta vieja cofradía recibimos, en respuesta a nuestro sencillo pero sincero presente a las Hermanas de la Compañía de la Cruz, el regalo más hermoso; saber encontrar a Dios por medio de la Virgen. Saber admirar, como lo hacen ellas, el espejo impoluto de aquel bendito ser que llevó a Cristo en su vientre y lo recibió al pie de la cruz para devolvérselo al Padre. Entender el camino que nos debe llevar por esta vida para llegar hasta Él. 

Después de la experiencia vivida, ya no podré volver a mirar a la Virgen del Desconsuelo de la misma manera. Las Hermanas de la Cruz nos hicieron el inmenso regalo de saber ver en sus ojos el camino que lleva a Dios.

Paco Zurita

Julio 2022

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