VERGÜENZA

No sé por qué cuando empecé a leer en el Diario aquella impactante noticia de la paliza que cuatro individuos propinaron a un indefenso discapacitado mental, enseguida pensé que se trataría de jóvenes de corta edad. Supongo que tal deducción tendría que ver con la proliferación en redes sociales de vergonzosos videos de casos similares protagonizados precisamente por adolescentes.  Pero conforme fui avanzando en la lectura, identificados y detenidos los autores, mi sorpresa fue mayúscula al saber que la edad del más joven era de 20 años y el mayor tenía 47.

Y al ver la foto del pobre muchacho, cubierto su rostro de vendas  y postrado ausente en la cama de un hospital, sentí la  lógica pena por su sufrimiento y un profundo sentimiento de repugnancia y también de tristeza por los autores. Porque, de alguna manera, toda la sociedad en su conjunto es responsable de esta ola de maldad y  de violencia que está engendrando tantas alimañas entre niños que nacieron humanos.

Llegados a este punto, es lógico y normal que se les aparte de la sociedad por el tiempo que la Justicia determine. Pero, desgraciadamente, el mal que se les ha inoculado seguirá germinando en sus dañados corazones para seguir haciendo daño a su salida de la cárcel.

El problema es mucho más profundo y tiene más que ver con la falta de valores  con los que muchos adultos de hoy fueron educados y tratados  cuando eran niños. Son esos hijos de la violencia vivida en sus hogares, de injusticias consentidas en los colegios, de comportamientos no corregidos a tiempo por los mayores y de la confusión generada en los valores que deben imperar en cualquier sociedad que se considere civilizada.

En el afán por promover libertades en esa juventud que empieza a vivir, hemos hecho dejación de nuestras obligaciones  al no inculcar el respeto a los mayores, a los profesores que son ninguneados por los niños, por los padres y por los responsables políticos. Hemos de ser especialmente persistentes en la defensa de los desfavorecidos, de los discapacitados, de los diferentes en ideologías, credos o culturas.  Hemos mirado para otra parte cuando hemos dejado que esos abusos inoculados en sus incipientes conciencias se hayan traducido en comportamientos violentos e inasumibles para cualquier sociedad que se considere justa y solidaria.

Hay que dejar aparte posicionamientos interesados y egoístas, más tendentes a adoctrinar que a educar. Hemos de respetar la libertad del individuo en todo aquello que concierne a su conciencia pero, al mismo tiempo, ser tajantes en la defensa de la dignidad y  del respeto que merecen los demás. Es imprescindible detectar desde pequeño cualquier atisbo de violencia física, verbal o de cualquier  otro tipo que practique un niño contra otro, máxime cuando ese otro no ha sido tan bien tratado por la naturaleza o convierta el acoso por sus debilidades en acoso futuro a los demás.  Y está claro que estamos fallando cuando aumentan sin cesar los casos de violencia, abusos, maltratos, lo que violaciones y falta de la más absoluta misericordia con los que sufren.

Por eso siento de veras el dolor que ha recibido ese pobre muchacho golpeado por todos los que han ejecutado, propiciado y consentido un comportamiento tan vil y cobarde. Y también siento de veras que hayamos forjado seres frustrados que tengan que recurrir a ese execrable acto de violencia para llenar de sentido su existencia.

Nos queda la esperanza de buscar un mundo mejor aprendiendo de nuestros errores y así luchar sin descanso para alcanzarlo algún día, con palabras, con ejemplo, con determinación. Mientras tanto, compartiendo en la distancia el dolor de la víctima y de su familia, pido a Dios que le haga llegar al menos el aprecio y cariño de todas las personas de buena voluntad que sufren con él por lo acontecido.

Paco Zurita

Febrero 2022

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