No. No les faltaba razón a mis seres más queridos. Estas pasadas Navidades, conocedores de los nuevos tiempos que se me avecinaban como prejubilado, mis más allegados pensaron con buen criterio que no habría mejores Reyes que una buena ración de libros que mantuviera mi mente ocupada. Y, aunando esfuerzos y bien encaminadas intenciones de inculcarme sólidas e ilusionantes ideas para nuevos proyectos de vida, me inundaron de obras de prestigiosos autores, eruditos todos en cultivar el poder de la mente y practicar el “Mindfulness”
Aunque ya había leído y experimentado algo sobre esta técnica para llegar a la “conciencia plena”, leí con avidez y entusiasmo todos esos libros que, además, fueron mi bálsamo para pasar las largas horas de un nuevo confinamiento por el dichoso Covid 19. Así, sumergiéndome en ese mundo maravilloso del enorme potencial de nuestra mente, aprendí sorprendentes datos científicos, fisiológicos, empíricos y toda índole en los que descubrí que todos tenemos un primitivo cerebro reptiliano (de lagarto simple y llanamente) que es el que nos permite sobrevivir y reaccionar ante los estímulos y necesidades más básicas. También que es el evolucionado lóbulo derecho del cerebro humano el que nos diferencia del resto de los mortales por su especialización en ahondar en lo desconocido, en lo oculto, en lo espiritual…
Y partiendo de todas esas realidades científicas, los autores ahondaban en la búsqueda de ese estado de la consciencia que se alcanza a través del misterioso lóbulo de derecho y que es el nos permite soñar, progresar, innovar y alcanzar metas insospechadas para la mayoría de nosotros. En esa apasionada y ansiada búsqueda del equilibrio y plenitud mentales, los avezados autores no dudaron en recorrer medio mundo para encontrar aquellas culturas o personas que lo han conseguido; Tribus primitivas de América, monjes budistas, hinduistas….. Gentes que, en definitiva, han hallado un estado de la consciencia que los ha llevado a encontrarse a sí mismos, a reencontrarse con su espíritu más puro, más auténtico, desde el que emprender un camino nuevo y apasionante. Con técnicas, entre otras muchas, como el Yoga o el mindfulness, tratan de guiarnos por ese ilusionante camino de descubrir nuestro interior más profundo, oculto y auténtico.
Curiosamente, si algo tienen en común todos los autores es en reconocer el fuerte componente espiritual de estos métodos que, se sea creyente o no, es consustancial al ser humano por esa búsqueda constante de lo desconocido, de lo inmaterial…. También es llamativo que la mayor parte de estas técnicas nacen en culturas profundamente religiosas donde el estado de ausencia de dolor y sufrimiento está íntimamente relacionado con el encuentro de esa espiritualidad interior. Esa divinidad tiene muchos nombres y muchas manifestaciones a lo largo del mundo y de la historia pero hay un solo Dios y es el mismo para todos, aunque muchos pretendamos hacerlo sólo nuestro
Sin despreciar ni mucho menos todas esas maravillosas técnicas que ayudan a encontrar el “karma” de cada uno de nosotros, también me percaté al instante que lo verdaderamente importante es el camino que lleva hasta él. Casi inadvertidamente, en el profundo deseo de transitar el mío, encuentro el equilibrio mental y la fuerza invisible de cada día en la sosegada paz de un sagrario o de un lugar apartado donde llega a escuchar la voz de Dios. El Dios de los que creemos en Cristo no hay que buscarlo; vino a encontrarnos él mismo, haciéndose uno de nosotros, entregando su vida y dejándonos su presencia en forma de sacramento eucarístico. Ya lo encontraron místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila. Y lo siguen encontrando gente a la vuelta de la esquina buscando esa paz interior en el fondo de su alma.
Quizás sin saberlo estaba practicando mindfulness sin moverme del lugar en el que Dios me puso, como aquel alquimista de la novela de Paulo Coelho. Pero para que muchos hijos de este mundo amante de lo novedoso, postmoderno y encantador de almas perdidas me entiendan y puedan alcanzar esa libertad que ansían, debería llamarlo “GOD-FULNESS”.
Paco Zurita
Febrero 2022