Mi amigo Juan es asiduo como yo de las escapadas mañaneras y de un ratito de oración en una capilla donde el alma coge fuerzas para empezar el día. Jubilado ya desde hace años, es de esos jerezanos que se quedaron pronto sin padre y tuvieron que buscarse la vida desde muy temprana edad.
Hablando de los estudios de nuestros hijos, hoy me contaba que no hay mejor universidad que la calle, sobre todo cuando hay que “quitarse el hambre a golpe de ingenio”. Con poco más de 14 años, entró de botones en una bodega y con los poquitos duros que ganaba, ayudaba a su madre a sacar adelante al resto de la prole a falta de padre que trajera dinero a casa. Aun así, el jornal no daba para mucho, y el estómago del joven le recordaba de vez en cuando que hay que comer para dar pedales a las bicicletas.
Había en la bodega gran cantidad de empleados que llegaban en velosoles y otros artefactos de dos ruedas, que aparcaban a la entrada de la misma. Juan salía a hacer recados y encargos por medio Jerez y encontró la forma de matar dos pájaros de un tiro…. Fijándose en los velosoles aparcados, fue al primero que encontró y le vació una de las ruedas. Anunció al propietario la mala noticia del «pinchazo» y acto seguido se ofreció a reparárselo en un taller aprovechando que tenía que entregar unas facturas. El propietario, agradecido por el gesto, le entregaba cinco pesetas, suficientes para el arreglo y una propinita por el servicio, que incluía la sorpresa de un lavado y engrasado “detalle de la casa”, porque era en su casa donde inflaba la rueda y dejaba el vehículo como nuevo.
El duro que le daban era más que suficiente para tomarse un bocadillo de melva, media ración de albóndigas y una cerveza en el Bar de Fernando Pacheco, más conocido como “La Moderna” y que, desde que lo fundara su padre, ya hacía las delicias de cualquiera que pasara por la Calle Larga. Hoy las siguen haciendo, para orgullo y deleite de miles de jerezanos, Alfonso, Atilano y Fernando.
Las semanas pasaban y los pinchazos se sucedían y, Juanito, que se hizo famoso por su servicial disposición, era requerido una y otra vez para hacer favores de reparación de ruedas pinchadas y puesta a punto de vehículos de dos ruedas. Las visitas a “La Moderna” eran tan frecuentes como los pinchazos y Juanito también disfrutaba del placer de saciar su apetito probando las delicias que tan bien sabemos apreciar los jerezanos. Y un día, hasta tenía “convidá” extra cuando alguno de los agradecidos dueños de velosoles pinchados lo veía en el bar…… “Juanito, te he dejado pagada media ración de albóndigas que el velosol va de lujo”. Juanito sonreía sabedor que, después de todo, había hecho un buen trabajo.
Hoy, después de tantos años, me confiesa que le decía al Señor antes de cometer la pillería… “Dios mío, perdóname por lo que hago y por el hambre que tengo, pero cuando pueda, te lo recompensaré con creces”. Los dueños de los velosoles, me decía, están ya todos muertos, pero aún me acuerdo de ellos…..
Desde arriba ya habrán perdonado a Juanito con una sonrisa de comprensión y de respeto hacía aquel chaval que se ganaba ese durito para gastarlo en comida. Y hoy Juan sigue rezando por ellos. ¿Qué mejor pago podrían tener?
Paco Zurita
Mayo 2020