EL PODER DE LA ORACIÓN

Llevaba ya un buen tiempo con la moral por los suelos, fruto de varias decepciones y fracasos seguidos. Llegué a un punto en el que la única salida que veía para mi desazón y desánimo era reconocer sin más que no había más remedio que abandonar, reconocer la derrota y afrontar que nada podía hacerse salvo encerrarme en mí mismo y dejar pasar el tiempo…

 Veía a mi alrededor altos muros de piedra imposibles de escalar, enormes cadenas que ataban mis  cansados pies, una puerta cerrada con una bocallave llena de telarañas y una llave mohosa sobre un celemín visible por la tenue luz de una vela encendida.

En aquel cuarto oscuro e insalubre en el que me hallaba, miraba una y otra vez  la pequeña llave,  que reposaba oxidada y ennegrecida pero  que quizás abriera la puerta de mis esperanzas. No quería cogerla, incrédulo quizás de que la puerta abriera, o temeroso de saber lo que habría más allá.

Me quedé dormido o quizás me  desperté  de aquel sueño que me tenía absorto y a salvo de la lucha diaria y de la impotencia para salir adelante.  Abrí los ojos y me encontré ante otra puerta, sin cerradura ni llaves, por cuyas rendijas se colaba una brillante luz y aromas de incienso. Esta vez no dudé;  la empujé sin esfuerzo y apareció ante mí un hermoso Sagrario y unas monjas rezando antes de que amaneciera.

Me sentí bien; estaba dormido para mis fracasos y despierto para mis esperanzas. No hablaba en aquel silencio que se podía tocar con los dedos. Dejé que todas mis frustraciones fluyeran de mi alma como un invisible río, como una callada cascada, como un silente viento que se llevaba todo el hollín que pude ver en esa llave. Me dejé abandonar por esa sensación y una brisa de aire fresco fue inundando el espacio que ocupaba el hedor de mis miedos y fracasos.

Aquella fuerza del Espíritu alivió el peso que recaía sobre mis hombros y sentí que lo abrazaba hacia su seno como un Cireneo de nuestros tiempos. Respiré hondo y me fui en silencio sintiendo en mi interior alivio y una indescriptible sensación de haber abierto la cerradura que creía bloqueada por el hollín de mis decepciones.

Volví a abrir la puerta y estaba amaneciendo. La dorada luz del sol alumbraba tenuemente, como la de aquella vela del celemín, una pequeña leyenda a pocos pasos de la capilla:

“Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”

Paco Zurita

Febrero 2020

2 comentarios sobre “EL PODER DE LA ORACIÓN

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