Hoy mi abuela, si viviera, tendría más de cien años. Era una persona adelantada a su época, que estudió, se licenció en su carrera y ejerció de directora de un colegio de Jerez. Tuvo que luchar en una sociedad machista, superar múltiples dificultades políticas y religiosas y, a pesar de todo ello, llegó a donde quería llegar para orgullo propio y de las personas que la tomaron como ejemplo.
Hace pocos años, cuando un verano visité la facultad donde mi hija iba a estudiar puede observar que, en una de las aulas, un grupo de estudiantes de Medicina preparaba el examen de MIR. Me causó especial impacto comprobar que más del 80 % de los mismos eran mujeres. Si hoy mi abuela levantara la cabeza, vería con satisfacción tal escena y se sentiría orgullosa de ver que las dificultades que ella encontró han sido superadas por una sociedad madura e igualitaria. No se trata de un caso aislado. Cada vez son más las profesiones y puestos de responsabilidad que son desempeñados por personas de sexo femenino porque, sencillamente, son las que los desempeñan más eficientemente. Estas cotas de éxito que están alcanzando las mujeres en la sociedad de hoy son fruto de su propia valía, una vez superadas las limitaciones injustas e impuestas por un machismo decadente y trasnochado.
Pero, aun así, muchos dirigentes políticos y responsables de colectivos interesados, siguen insistiendo en fomentar una igualdad que, lejos de favorecer a las mujeres a las que dicen representar, las convierten en meras favorecidas y enchufadas por cuotas impuestas. Y, no contentos con ello, quieren arreglar el mundo retorciendo el lenguaje hasta un punto que ponen en evidencia su propia ignorancia y falta de rigor en aras de una supuesta igualdad. Estos ignorantes, o “ignorantas” (tendré que decir para no ofender), no hacen favor alguno a las mujeres; más bien desvalorizan el esfuerzo que éstas han llevado a cabo sin ayuda de nadie para ser un pilar básico de la sociedad actual. Más bien evidencia el complejo de inferioridad intrínseco que llevan consigo, no por ser mujeres, sino por ser personas mediocres que no pueden competir con otras mujeres que valen mucho más que ellas y que, a diferencia de sus supuestas defensoras, son simplemente personas brillantes.
Lo que no saben esas mediocres feministas interesadas es que el Castellano, el Catalán, el Francés o cualquier otro idioma procedente del Latín, no surgieron por imposición o “imparables” revoluciones o ansias de libertad, sino por comodidad y eficiencia. Afortunadamente esa evolución la decide un pueblo llano y no unas estúpidas visionarias de una igualdad que sólo está en sus mentes menguadas e ignorantes.
Llegará el momento en que no se discriminen los puestos de trabajo en función del sexo (tal y como quieren las defensoras de la igualdad impuesta) sino por la valía e idoneidad humana, formativa e intelectual del aspirante. Llegará un momento en que no sorprenda ver que haya mayoría de mujeres en las facultades de Medicina o en cualquier otro trabajo o disciplina, sencillamente porque veamos a personas y no a un sexo determinado. Llegará un momento en que nadie con dos dedos de frente se ofenda por decir “ESTUDIANTES” y omitir la palabra “ESTUDIANTAS”
Cuando llegue ese momento y pasen de moda estas estúpidas formas de hablar y de interpretar la igualdad, entonces habremos alcanzado la verdadera libertad.
Paco Zurita
Febrero 2020
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