LA CULTURA DE LOS TOROS

Con la gracia única y universal de la gente de mi tierra, me quedé pensando en la imagen de un toro luciendo flamenca mascarilla en el bar “Las Banderillas” de Jerez.  Y es que ignorantes de nuestra historia o  temerosos de nuestra fuerza en común,  muchos preferirían que fuera bozal para que no hable y diga lo que piensa.

Probablemente el llamado toro de lidia o toro bravo (Bos primigenius taurus) sea el mayor punto en común que tenemos, no sólo los españoles, sino todos los pueblos que conforman   la península ibérica. Y es que es difícil no encontrar su huella e influencia en cualquier pueblo de nuestra geografía peninsular.  Quizás por ello, a pesar de estar enraizada en las costumbres y fiestas populares de cada rincón de España, independentistas y alérgicos a cualquier cosa que nos una, hacen cuanto esté en sus manos por acabar con él. Eso sí, de cara a la galería,  porque se siguen celebrando más de 450 “correbous” en Cataluña demandados y aclamados por muchos catalanes.

El emblemático toro bravo tiene en las tierras hispanas el último reducto de supervivencia de una especie desaparecida en el resto de Europa, que prefiere bovinos más tranquilos, de carne más tierna y, sobre todo, más barata de producir.  Al fin y al cabo, los toros de lidia viven en libertad a “cuerpo de rey” pastando en grandes dehesas de verdes pastos.

Es la fiereza  y orgullo de ese toro bravo el que ha cautivado  a nuestra España a lo largo de la historia y que ha llevado a muchas generaciones a preservar su especie, constituyendo el culto al toro, elemento privilegiado en  nuestra cultura y arte populares.

Nos guste o no nos guste, ese casi mitológico animal forma parte de nuestra vida cotidiana hasta en los más mínimos detalles.  El toro es ensalzado por pintores, poetas, escultores, músicos o actores. Su presencia se deja sentir en bares, restaurantes, museos, prendas de vestir, marcas, emblemas, recuerdos turísticos, publicidad… Y  hasta ha sido “indultado” de nuestras carreteras el famoso toro de Osborne, como única publicidad permitida en los campos de España.  De su mundo viven miles de personas que encuentran en torno a él un modo de vida que sitúa a nuestro país como destino turístico por sus muchas fiestas en torno al toro reconocidas internacionalmente.  No son pocos los artistas e intelectuales de todo el mundo (de izquierdas o de derechas) que han ensalzado su cultura y han mostrado su admiración por su mundo.

Pero claro, con la excusa de la barbarie que representa su lidia, muchos ignorantes se muestran beligerantes contra la tauromaquia y no tienen los “bemoles del toro” para denunciar verdaderas aberraciones y barbaries que se comenten contra seres humanos aduciendo motivos de respeto a otras culturas o religiones. Y, así, mujeres  son sometidas a mutilaciones genitales, privaciones de libertad, discriminación, sometimiento sexual y otras atrocidades que harían vomitar al mismísimo toro bravo que, al fin y al cabo, tiene más honor y vergüenza que esos mudos aquiescentes .  Y creyéndose los únicos jueces de lo que es Cultura o lo que no, excluyendo los espectáculos taurinos del lote cultural, apuestan por unos productivos bonos para jóvenes que, saliendo de nuestros maltrechos bolsillos, prometen pingües beneficios electorales. Quizás algunos de esos jóvenes tengan la nobleza del toro y embistan contra tan burda manipulación de sus conciencias porque el orgullo ibérico sigue fluyendo por sus venas.

Antes que morir como un pato al que revientan el hígado a base de sobrealimentación para hacer el mejor foie gras, el toro preferirá morir luchando en una plaza tras años de buena vida en libertad. Y es que su existencia depende de la admiración y respeto que siente la mayoría de los españoles por ese bello y noble animal.

Paco Zurita

Octubre 2021

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