AQUELLOS FIEROS CALZONCILLOS

Gracias a Dios empezamos a recuperar la normalidad en nuestras vidas y este pasado fin de semana pudimos disfrutar de las Bodas de Plata de unos queridos amigos. Ávidos de buenos ratos y risas, reprimidas durante tanto tiempo, gozamos en la mesa compartiendo viejas historias y contando anécdotas de aquella época vivida veinticinco años atrás.
El vino de Jerez, además de bueno, rico y saludable, hace aflorar recuerdos entrañables y secretos inconfesables, que bebedores de otros líquidos más insípidos, como decía Shakespeare, nunca podrán entender. Y, con sus prodigiosas propiedades coadyuvantes de la locuacidad, uno tras otro fue escarbando en los recuerdos de aquella época…… Y, así, enlazando temas, empezamos hablando del desaparecido y añorado Cine Jerezano, para acabar haciéndolo… ¡¡¡De los calzoncillos de mi noche de bodas!!!
El cine jerezano se inauguró en 1948 y, a pesar de estar protegido por la Ley de Patrimonio Histórico de Andalucía, languidece entre telarañas de olvido. Antes de cerrar sus puertas en 1998, era un lugar de obligada visita para los amantes de la gran pantalla y acogía los estrenos más esperados. En 1993 muchos jerezanos acudíamos a su sala para para la ver la proyección de la famosa película de Steven Spielberg “Jurassic Park”, que marcó toda una época y ejerció una notable influencia en la sociedad y cultura de aquel entonces. Por lo menos en la mía… Y es que hasta que contraje matrimonio en 1995, los únicos calzoncillos que había llevado puestos en mi vida eran aquellos clásicos “Ocean” de impoluto color blanco e ingeniosa abertura cruzada que facilitaba enormemente las maniobras propias de la micción masculina.
Quizás pensando que para una noche de bodas no eran los más apropiados, mi abuela y tías abuelas, siempre pendientes de mi felicidad, quisieron asegurar el éxito de tan novedosa empresa para mí. Y con estas intenciones salieron de compras para actualizar mi vetusto vestuario íntimo y, aconsejadas por el dependiente de turno, optaron, muy a pesar suyo, por adquirir unos modernos y sugerentes calzoncillos estampados con los simpáticos animales de la película de Spielberg. Apretados al contorno y más largos que mis cómodos Ocean, todo el Cretácico animal poblaba aquella prenda ajustada e incómoda pero que, según las promesas del vendedor, eran la última moda y haría las delicias de la expectante novia.
No estaba yo muy convencido del resultado, pero mi absoluta fe en las acciones de mis queridas abuelas, hizo que me abandonara ciegamente en su sabiduría femenina y dejé en sus manos el destino y éxito de la noche más esperada. Dispuesta mi maleta para el viaje de novios en la casa que iba a ser nuestro hogar, mi aún novia no pudo reprimir la curiosidad de inspeccionar el contenido del equipaje y, según me confesó años más tarde, descubrió con horror aquellos calzoncillos que no hacían presagiar nada bueno. Y es que aún frescos en su memoria los terribles recuerdos de la película, todo ese muestrario estampado del Jurásico le infundía ansiosos temores y presentimientos en forma de gigantescos Diplodocus, enormes y aguerridos Tyrannosaurus Rex o fieros y agresivos Velociraptores dispuestos a cazar y a comerse cualquier ser vivo, «o parte de él», que se le pusiera por delante. Bien es cierto que también había Microraptores y Epidendrosauros de menor tamaño incluso que un camaleón y que le permitía albergar ciertas esperanzas de no ser devorada viva…
Pasada la noche de bodas y aliviada de que aquellos negros presagios fueran sólo eso, mis flamantes calzoncillos fueron cayendo en el olvido y convertidos oportunamente en trapos para limpiar metales, prueba infalible de que no eran del gusto de mi esposa. Tampoco volví a usar mis antiguos Ocean porque, ya convencida de que los dinosaurios de Spielberg no existían en la vida real, renovó mi ropa interior con estampados más relajantes para sus gustos y más acordes con la realidad que había encontrado tras ellos. Y , como buen marido,
acataba sus designios sin rechistar y sonreía por dentro porque tenía la alegría de disfrutar de una esposa, del deseo de formar una familia y de emprender una vida llena de ilusiones y proyectos. Y hoy sonreímos los dos, emocionados por esos imborrables recuerdos y conmovidos de que aquellas ilusiones de entonces, bendecidas por Aquel que nos unió, no se hayan apagado veintiséis años después.
Paco Zurita
octubre 2021

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