EL COMERCIO TRADICIONAL

No seré quien niegue que el progreso y un futuro prometedor son aspiraciones legítimas de una humanidad que ansía mejorar su calidad de vida y la de las generaciones venideras. Si en los seres humanos no imperara esa voluntad de progreso, seguiríamos viviendo en cuevas y cubiertos por pieles de animales para protegernos del frío.

Pero, en esa evolución histórica que nos ha llevado hasta el bienestar de nuestros días, hemos ido dejando por el camino muchos tesoros que se han perdido en aras de ese progreso alcanzado.

Pensaba en todo ello cuando pasé por delante de la desaparecida “droguería España”, uno de tantos comercios tradiciones que han cerrado sus puertas víctimas de los centros comerciales y de la desidia y comodidad de todos nosotros. Ese entrañable comercio de la plaza Plateros, fue el último en desaparecer de otros de su gremio, como la de Quirós, o la  Agustín el la plaza del Mercado.

Sentí una profunda nostalgia, no solo de sus peculiares aromas que mezclaban olores de jabones, inciensos, tintes y almizcles, talcos y betunes, colonias y áloes, ceras y barnices, talcos perfumados, cosméticos exclusivos, brea, alcanfor, estropajo, colonias…. Pero sobre todo, atención y cariño de unas personas que te encontraban el producto y el remedio justo y necesario que andabas buscando.

Aún me acuerdo de Carmen, ya anciana pero enamorada de su oficio que,  tras el viejo mostrador de su droguería “España”, sonreía cuando facilitaba la solución perfecta que hallaba entre sus centenarias estanterías de donde colgaban escobas, fregonas y utensilios que ya utilizaban nuestras abuelas.  O la de Agustín que,  en su reducida estancia de la plaza del Mercado, tenía los mejores óleos y utensilios para artistas y pintores. O de tantos y tantos profesionales de comercios tradicionales que daban un valor añadido insustituible a sus productos que, hoy en día, venden empaquetados y por lotes inseparables en unas despersonalizadas estanterías de algún gran centro comercial.

Ese factor humano, cercano y cariñoso, profesional y experto, preciso e insustituible, es uno de esos tesoros que nos vamos dejando por el camino en aras de un supuesto progreso.

Por supuesto que no podemos renunciar a esos grandes centros donde se ofrece de todo, en un lugar concreto, que nos ahorra tiempo y puede que dinero. Por descontado que el progreso implica renuncia a viejos usos y costumbres que van quedando obsoletos.  Sin duda que el futuro implica dejar atrás muchas cosas que se sacrifican en favor del progreso.

Pero hemos de ser conscientes que, engullidos por ese progreso, hemos perdido y seguimos perdiendo muchas cosas que,  no sólo cubrían y cubren  nuestras necesidades, sino también el puro placer de adquirir esas cosas que necesitamos y el trato y consejo humano de quienes nos las proporcionan.

Leyendo esta semana en la prensa local que siguen cerrando comercios en el centro de nuestra ciudad, me imaginaba amargamente cómo sería Jerez dentro de algunos años. Pensaba en los propietarios de esos comercios tradicionales, en sus familias, en sus sabios y desapercibidos consejos para una población acomodada y presa de las prisas y egoísmos. Pensaba en que no es necesario comprar un lote completo de puntillas cuando sólo se necesita un mero clavo que vende encantado, tras un viejo mostrador y con una bata azul, el amable empleado de una ferretería de toda la vida.

Quizás por ellos, pero también por nosotros mismos, deberíamos recapacitar seriamente sobre la necesidad de contar con estos comercios tradicionales que, no sólo satisfacen nuestras necesidades materiales, sino  que  también nos elevan a la categoría de seres humanos cuando añaden a esos productos que adquirimos su saber, su experiencia, su cariño…… y su HUMANIDAD.

Paco Zurita

Mayo 2021

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