Hay veces en las que la tensión acumulada nos obliga a respirar hondo y a buscar ayuda del cielo. En las que las preocupaciones y problemas parecen acumularse y ponerse de acuerdo para cercarnos todos a la vez. En las que, lejos de encontrar una salida a la situación sobrevenida, se van cerrando puertas y ventanas a luces de esperanza y siguen apareciendo nuevos motivos de preocupación y amargura.
Son esas veces en la que sobreviene la impotencia, nos puede la incapacidad, nos sobrecoge certero un abismo de ansiedad y miedo.
Aparejados con nuestros yugos y cargados con nuestras preocupaciones, se nos antoja imposible librarnos de ellos, aceptando resignados, en nuestra débil condición humana, la espada que nos traspasa.
Es en esos momentos cuando cobran sentido esas paternales y propicias palabras de Cristo;
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Se me antojaba hoy, tras una semana complicada, buscar un momento de paz a solas en un sagrario y repetir ante Dios esta preciosa frase para aliviarme las cargas y aflojarme el yugo que en la vida tantas veces soportamos. Fue en ese momento cuando un buen amigo, asiduo de la deliciosa calma de la Cartuja, tuvo el divino impulso de envíarme una foto de aquel remanso de paz, en el que Dios vive y repite esa frase constantemente para todo el que busca aliviarse.
Sonreí, pensando en los caprichos del cielo. Pensando en que Dios está dentro de nosotros y hace un sagrario de nuestras almas sedientas de su amor. Que se vale de otras almas generosas como la de ese buen amigo que no se guardó para sí ese tesoro y lo regaló generoso sin saber cuánto lo necesitaba en ese momento.
No desaparecieron la preocupaciones, ni se disiparon los temores, ni se borraron los miedos, pero una fuerza interior emergió de repente y abracé tembloroso la mano que Dios me tendía. Y en la debilidad latente que impregnaba mi espíritu hizo Dios prender la mecha de su fuerza poderosa para darme la fe y la esperanza que creía pedidas.
Se lo agradecí de corazón al ángel improvisado que quizás no entendiera por qué me envió esa foto de su remanso de paz.
Paco Zurita
Mayo 2021