Cuando el gran pintor jerezano Juan Lucena realizó un lienzo dedicado a las víctimas del Covid 19, ni él mismo podría imaginarse el verdadero alcance que llegaría a tener en nuestras vidas esta maldita pandemia pero, quizás guiado por una voz divina, lo describió magistralmente con sus pinceles….
Al otro lado de la pantalla de cristal que dibuja el artista, se pude ver cómo se van marchando los seres queridos hacia lo desconocido, contemplados por los impotentes familiares y amigos que no pueden romper esa metafórica pantalla invisible. Sólo los gestos y los rostros de unos y de otros bastan para expresar todo lo que llevan en sus almas.
Quizás porque muchas veces el silencio lo dice todo, hace unos días en la Basílica de la Merced, no necesitábamos palabras, ni siguiera gestos para saber qué pensamos, qué sentíamos, qué anhelábamos….
La muerte jugó su baza con una querida familia que tiene a Dios siempre presente en su vida. Golpeó con dureza el corazón que late en nuestra mortal existencia y sonrió indisimuladamente sabedora del daño que causaba a los que aman con ella.
Truncó prematuramente la vida de Ana y también la postrera existencia terrenal de su querida madre que partieron casi de la mano hacia ese destino que se pierde en el arco de luz del lienzo de Lucena.
Habló el padre Felipe, que lloraba como hombre y rezaba y hablaba como fiel y enamorado siervo de Dios. Cantó el padre Enrique, que tenía el corazón quebrado pero la voz prestada por algún ángel del cielo que lo guiaba, leyó emocionado el Evangelio el padre David, compañero de Tacho desde la más tierna infancia, y que sabía con él lo que duele una madre, una hermana. Rezaban y miraban en silencio el padre Juan Carlos y el padre Patrick, que vivieron en sus carnes el dolor y la muerte en las lejanas y olvidadas tierras de Africa….
Callábamos todos, pensando en el dolor y en el vacío por la ausencia de los que ayer estaban sentados día tras día ante la imagen de la Santísima Virgen de la Merced.
Un móvil hacía de improvisada cámara remota para sus hijos, para sus nietos y para tantas personas que querían pero no podían estar en la basílica y que, como nosotros, mascaban desde sus hogares, el espeso silencio que nos tocaba el alma.
Y a través de esa magia de la tecnología, María, Tacho, Fermín y tantas personas que tenían a Ana María y a Ana bien dentro de su corazón, pudo el padre Felipe recordarles las palabras que Tacho le dijera unas horas antes… ”Dios es más sabio que nosotros y sabe bien lo que se hace”.
Tras el cristal no sabemos lo que nos espera, pero todos pasaremos más tarde o más temprano ese arco de luz que se adivina en la pintura de Juan Lucena. Es cuestión de tiempo y el tiempo de nuestra vida es tan efímero que casi no nos da tiempo a mirar tras ese ilusorio cristal.
Es la fe la que da luz a ese destino y de eso andaban sobradas nuestras Anas y tantos y tantos creyentes que esperan aún a este lado de la invisible mampara. Alguien la atravesó desde el otro lado hace más de dos mil años para decirnos que hay esperanza, que hay muchas estancias allende el cristal, que su padre ha preparado para nosotros. Y nos lo hizo ver, sufriendo y muriendo como un ser humano y rompiendo el cristal del miedo a la muerte a la que venció con la cruz de nuestras culpas y miserias.
Nos duele, que nuestros seres queridos se alejen por un tiempo, un tiempo que sólo Dios sabe cuánto dura, pero que, con la fe de Tacho y de esta familia de Dios, sabemos que llenos de gozo nos esperan en un lugar privilegiado donde pronto podremos volverlos a ver.
Paco Zurita
Febrero 2021