CÓMO NOS DIVERTÍAMOS ENTONCES

Encontré la vieja foto y vinieron a mí recuerdos imborrables de aquella niñez feliz que se forjó sin grandes lujos ni sofisticados aparatos electrónicos, pero con mucha imaginación. En ese mundo que nos hacíamos a la medida de nuestras posibilidades y de nuestros sueños, bastaban cuatro cosas baratas para convertir esos sueños en una realidad al alcance de muy pocos.

A pesar de los muchos años transcurridos, recuerdo perfectamente aquella escena y aquellas entrañables aventuras forjadas alrededor de tan sencillas cosas. Y lo recuerdo, quizás, porque esas cosas cobran con el tiempo más valor e importancia cuando miro a los valores que priman hoy en día.

Sobre la mesa había una vieja caja de un Meccano, desgastada de tanto uso más allá de los modelos que venían propuestos por el fabricante. Seguro que,  entre sus múltiples y versátiles piezas, habría encontrado lo necesario para terminar aquella tienda de indios que salía en la película de Sesión de Tarde de cada sábado.  Los materiales eran abundantes y muy a la mano de unos niños que sabían sacar partido a los recursos disponibles, siempre y cuando contaran con la comprensión de los mayores que, a veces,  no lo  veían igual.  Pero, al fin y al cabo, los palos de escoba y de fregona servían para algo más que fregar y barrer los suelos y el mantel con el que cubríamos los palos era más que apropiado para emular las pieles que utilizaban los indios Sioux para sus tiendas de campaña.

Los jerseys de lana eran ideales para que se quedaran en ellos prendidos las espigas silvestres y la avena loca que abundaban en el campito y que hacían de improvisadas fechas que hasta el mismo Toro Sentado hubiera envidiado. Faltaba la pipa de la Paz, pero mi tendencia a jugar con fuego era rápidamente abortada por mis vigilantes padres que sabían hasta dónde podría llegar mi  peligrosa imaginación.

En aquellos tiempos los ordenadores no habían llegado aún a nuestros hogares y los niños éramos dueños de nuestras propias aventuras. Y viendo a tanta juventud pegada a un mundo virtual que muchas veces no controlan,  me pregunto si esta sociedad de avances informáticos increíbles no puede resultar una cárcel  para su libertad como ser humano y un freno para su desarrollo emocional.

Viendo la cara de felicidad del futuro santo Carlo Acutis,  que supo utilizar estos avances sabiamente y para el bien de los demás puede que esté la respuesta a mi inquietud. Es la sonrisa que se dibuja en su rostro y que se dibujaba en los nuestros  alrededor de esa improvisada tienda de campaña la que marca la diferencia. Una sonrisa que no veo reflejada en muchos niños y jóvenes a los que le produce ansiedad no acabar a tiempo con marcianos o enemigos virtuales y que son reos de una dependencia excesiva de un mundo intangible. La sonrisa es la respuesta espontánea del cuerpo al bienestar que siente el alma, al igual que la frustración interior se deja sentir también el rostro.

Quizás por ello, real mejor, o virtual en su defecto,  deberíamos seguir incentivando en nuestros niños aquellos juegos que provocan una hermosa sonrisa.

Paco Zurita

diciembre 2020

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