PATRIA

Al término de la serie “PATRIA” me preguntó mi hijo, cinéfilo donde los haya,  qué personaje de la misma me había suscitado la mayor simpatía y cuál la mayor aversión. Le di más de una vuelta antes de contestarle, quizás porque me costó trabajo encontrar aquel que me resultara especialmente repulsivo, aún habiendo varios candidatos al “premio”.

Para cualquier español que no haya vivido los años duros del terrorismo,  es especialmente recomendable que vea esta producción y que, analizándola en conciencia, le ayude a entender que no debemos repetir los errores que nos llevaron a tantos sufrimientos.

Estaba claro a priori que aquellos que practicaban abiertamente la violencia o la secundaban, eran las primeras opciones para mi elección definitiva,  pero no resultaba tan fácil como yo pensaba,  porque también sufrieron las consecuencias de la irresponsabilidad y las ensoñaciones de otros.

En aquel tranquilo y pacífico pueblo del País Vasco donde se desarrolla la historia, se sembró el germen del odio.  Los que eran amigos, familiares y creyentes, se volvieron enemigos, desconocidos e increyentes. El amor humano se transformó en ciego fanatismo que trituró las más mínimas muestras de la caridad humana.

Tras devanarme mucho, mucho, mucho los sesos, llegué a la convencida  conclusión de que casi todos los personajes fueron víctimas de aquella inútil, estéril y manipulada violencia.

Sentí lástima de casi todos ellos; del que murió  vilmente asesinado con dos tiros en la nuca, de sus desesperados hijos, de su desconsolada viuda, de su inseparable amigo y padre  de un etarra, de la pobre y buena hermana de ese pobre terrorista y hasta  de la impertérrita y enfervorizada madre del asesino que parecía enferma de odio.……. Sí, sentí lástima de todos ellos, de todos menos de uno; de  aquel supuesto siervo de Dios que utilizó el mensaje de Cristo para enfrentar a sus hermanos y sembrar la discordia entre gente ávida de un mensaje de cordura entre tanta locura.

Aquel párroco nacionalista, siervo de algunos hombres pero no de Dios, no entendió que su PATRIA  no es de este mundo y que su palabra hizo más daño que las balas y las bombas que esos pobres desdichados ponían para salvar supuestamente a un pueblo que ansiaba la paz y la libertad por encima de cualquier otro valor.

Me acordé enseguida de aquella frase de Jesús a unos hipócritas fariseos; “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Me acordé también de todos los que siembran la muerte y  el odio en nombre de Dios, sea cual sea el nombre que le quieran dar al creador del universo o sea cual sea la religión que pretendan representar y defender. Ese Dios, que es uno sólo, lo llamemos como lo llamemos,  estará estupefacto en los confines del cielo viendo cómo nos matamos en su nombre.

Si algo es especialmente hermoso en esa serie,  es el perdón que aflora de tantos corazones rotos. Perdón que sana las almas del que perdona y del que es perdonado.  Perdón que es necesario hoy  en día después de tantos años. Perdón al que muchos herederos de aquella locura renuncian reivindicando unos planteamientos que causaron tanto daño y dolor y que ahora pretender imponer aprovechándose de la ambición personal y extrema debilidad del que debe gobernarnos a todos.

La paz es el fruto de la sangre de los que dieron su vida por los demás y no cedieron al chantaje de los que sembraban muerte y dolor. La paz la merecen todas las personas de buena voluntad que lucharon por una causa que creyeron justa, engañados por aquellos que emponzoñaron su alma.  La paz no la merecen aquellos que utilizaron la violencia para sus propios intereses y arengaron a pobres infelices a luchar por una libertad que nunca alcanzarían por la violencia. La paz no es para esos que dicen que el perdón es integrar a aquellos que aún no han pedido perdón.  No, esos no la merecen. La paz es de todos,  pero no de aquellos que venden su alma y la de cualquier mortal que se cruce en su camino por un puñado de votos manchados de sangre de tantos inocentes. Esos tampoco la merecen.

Ha pasado ya mucho tiempo desde aquellos siniestros años de plomo y llanto, pero los que lo vivimos y recordamos,  sentimos asco y pena al ver cómo los herederos de esa perdida causa pretenden cambiar el régimen, con la aquiescencia interesada de los que gobiernan. Un régimen, el del 78, que con tanto esfuerzo nos dimos y que en buena medida se construyó sobre la sangre de tantos, tantos y tantos inocentes.

Paco Zurita

Noviembre 2020

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