LIBERTAD DE ENSEÑANZA

Mi padre trabajaba de sol a sol para que nuestro nivel de vida fuera el mejor posible. No teníamos un gran coche, ni grandes lujos, ni nos íbamos de veraneo con mesa y mantel puesto. Pero buena parte del esfuerzo de mi padre y de los desvelos económicos de mi madre tenían como principal objetivo dotarnos de una formación académica y humana que nos permitiera desarrollarnos como personas y estar preparados para el mundo laboral.

Por aquel entonces no había educación concertada y solo los pudientes o los que, renunciando a otras comodidades, les llegaba el presupuesto,  podían llevar a sus hijos a colegios privados. Y entre las prioridades y firmes convicciones de mis padres estaba la formación humana y religiosa que nos otorgaron colegios como Los Marianistas, en mi caso, y Jesús María en el de mis dos hermanas.

Tanto bien recibimos de esos sacrificios que mi mujer y yo buscamos para nuestros hijos esa misma educación que nos regalaron nuestros padres.

Fruto de la Democracia, del entendimiento y del buen hacer de políticos de esos primeros años de concordia política, nació la educación concertada. Con sus errores y aciertos, la reforma posibilitó el acceso a la otrora inalcanzable opción para la mayoría de los ciudadanos; una educación diferenciada en función de creencias, orientaciones formativas o de otra índole y, sobre todo, elegida libremente.

Esos centros privados, con las ayuda generosa de padres y de las propias comunidades educativas, vieron reforzada su vocación formativa  y humanista haciéndola accesible  a las familias con menos recursos pero que también buscaban una educación diferenciada  y centrada en determinados valores.

Me cuesta trabajo creer que un gobierno que pretende respetar a minorías de diferentes creencias religiosas y que pone medios para cubrir sus necesidades educativas, tenga tanta aversión a aquellas que siguen la mayoría de nuestros compatriotas. Si lo primero es absolutamente respetable, lo segundo no tiene explicación alguna, salvo que respondan a motivaciones ideológicas o adoctrinadoras en valores distintos a los elegidos por los padres.

Que la demanda de educación concertada sea tan elevada debe ser motivo de reflexión para un buen gobernante, cuya obligación es proveer a sus ciudadanos de la mejor calidad formativa. Lejos de esta lógica aplastante, la política educativa del actual Gobierno parece ir en sentido contrario dejando traslucir su sectaria alergia por lo privado, por la Iglesia católica  y por determinados pensamientos, privando a muchos padres del legítimo derecho de darles a sus hijos la educación que antes era privativa de las clases más altas. Justo lo contrario de lo que se le presupone a quienes pretenden proteger a los  más desfavorecidos de la sociedad.

Con objeto de alcanzar sus propios intereses ideológicos y dogmáticos, volverán a impedir el acceso a esa educación diferenciada a los que tienen menos recursos económicos, que caerán irremisiblemente en su órbita moral y de pensamiento. Habrá igualdad dogmática en la verdad única que diga el gobernante de turno,  salvo para aquellos que puedan pagar otra cosa. La libertad de pensamiento y la elección de educación no existirá para la mayor parte de los ciudadanos.

Hubo un personaje, que acabó clavado en una cruz por decir verdades como puños contra una clase dirigente que quería mantener sus privilegios por encima de un pueblo que ansiaba la libertad. Ya dijo entonces que la verdad nos haría libres. Hoy sigue habiendo gente que no quiere que se  aprenda a pensar libremente por temor a esa Verdad.

Francisco Zurita Martín

Octubre 2020

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