Cuando lo conocí, el mundo y, especialmente nuestro país, atravesaban la peor crisis que se recuerda desde aquella profunda depresión de 1929. No estoy seguro de cuál era su nombre; tampoco me importa. Lo que no podré olvidar es lo que me dijo y su profunda paz y convicción cuando me lo contaba.
Entró en la oficina con una mujer de la mano. Se dirigió a ella con ternura y le dijo que se sentara en uno de los sillones de espera. La dejó allí sentada jugando con su muñeca y se dirigió a mi mesa.
Venía el buen hombre a informarse de depósitos y fondos para invertir lo que consideraba unos ahorrillos que, a decir verdad, a mi me parecían una considerable cantidad. Ávido de captar a un buen cliente, después de presentarme, me dispuse a ofrecerle todo lo bueno que nuestro banco tenía en productos financieros. Pero antes de que siguiera dando lo mejor de mí, el buen hombre me miró a los ojos y me dijo:
<<Paco me has dicho que te llamas, ¿No? Te diré cómo tengo ese dinero y lo que busco.>>
Empezó a contarme su vida y yo fui dejándome encandilar por la historia de aquel hombre de profunda y noble mirada y con aquella sabiduría forjada a lo largo de muchos años….
Hoy, me contaba, la gente sufre por esta situación de crisis que estamos viviendo. De niño, me crie en una choza de las que había en Caulina a las afueras de Jerez. No teníamos agua corriente, ni saneamientos y muchas veces se llovía la choza cuando arreciaban los temporales. Me levantaba temprano para ayudar a mi padre a ordeñar unas pocas vacas que teníamos y no tuve la suerte de ir al colegio; todo lo poco que sé, me lo ha enseñado la vida. Pero fui muy feliz en mi infancia, en mi familia y aún recuerdo con cariño esos pucheros de mi madre que humeaban sabrosos en el invierno de la choza. De joven encontré trabajo como portero de un edificio que me ha permitido lo suficiente para vivir y casarme. Dios me trajo una sola hija, esa que ves allí jugando feliz con su muñeca. Nació con retraso y hoy ya tiene cuarenta años. Mi esposa murió hace poco y ahora solo tengo a esa “niña de mis ojos”.
Fui feliz entonces con esa hermosa mujer que me tocó por compañera y soy tremendamente feliz ahora con mi niña, pues me concedió la suerte de ser padre y de sentirme amado por un ser tan especial como ella.
No he tenido grandes necesidades y este dinero son los ahorros de toda una vida. Cuando ya no esté en este mundo, quizás pueda pedir a alguien que cuide de ella y que se ayude de este dinero para su sustento.
Viendo mi cara absorta y leyendo él en mi alma que yo ya leía en la suya, me volvió a mirar a los ojos y me dijo:
¿Entiendes ahora lo que busco hacer con este dinero?
Me olvidé de la crisis, de mis objetivos, de mi vida y del mundo entero. Ese buen hombre me había dado una lección de amor, de cómo aceptar lo que Dios nos envía, de cómo ser feliz en lo poco y de cómo hacer de la verdad y de la honesta sencillez una tarjeta de visita.
Ese hombre, como el buen samaritano, me pedía que pusiera esos fondos a buen recaudo para que cuidaran de su hija hasta su vuelta. Tras su marcha, rogaría a Dios a diario desde arriba que no le faltara ni amor ni atención hasta que el día que volviera para llevarse a “la niña de sus ojos” para siempre junto a Él.
Paco Zurita
Octubre 2020