AQUELLA CARRERA DE BICICLETAS DE 1973

En uno de mis paseos mañaneros en mi bicicleta por los confines de Jerez, no hace mucho recalé en la Plaza San Francisco de Guadalcacín,  donde vino a mi memoria una vieja experiencia que viví en mi niñez….

Aquel día había algo que celebrar pero no recuerdo qué. Era un sábado de 1973 y en el colegio de aquella entrañable pedanía jerezana, se congregaron alumnos, profesores y casi toda su población para vivir competiciones y terminar con una convivencia en una de las blancas aulas, compartiendo las cosas que cada cual llevara.

Hubo carrera de sacos, de relevos de huevos llevados en cucharas de boca en boca, concursos de redacciones y dibujos, de canciones y cuentos… Y una curiosa carrera de bicicletas que prometía vibrantes emociones.

Era sin duda la estrella de las competiciones porque su premio era el mejor dotado; un enorme lote de productos de la tierra de Caulina que los buenos colonos donaron para tan noble causa. Los chavales de entonces no disponían  de los mejores bólidos de dos ruedas. Muchas bicis eran prestadas y los cambios de marchas no habían llegado aún al pueblo.  En aquel patio del colegio, todos se preguntaban cómo podrían correr sin derrapar en las curvas. Y otros muchos protestaban porque había alumnos, a los que ya les crecía la barba, que competían con niños que casi no llevaban a los pedales.

Esa carrera la organizaba Santiago Zurita y todos aguardaban expectantes recibir las instrucciones para empezar a darle a los pedales con todas sus fuerzas. Ordenó a los participantes que se dispusieran en las calles dibujadas con  tiza y que habían servido para la carrera de sacos. Parecía una locura que esa carrera consistiera en esprintar en esos pocos metros sin tragarse la valla del fondo. Pero tratándose de ese profesor… cualquier cosa era posible.

Los más jóvenes protestaban y recriminaban a los organizadores lo injusto de la situación; era sencillamente imposible ganar a los mayores. Los mayores se frotaban las manos y miraban con suficiencia el corto recorrido que les restaba hasta el lote de hermosos rábanos, patatas y demás….

Y se alzó la voz de D. Santiago con una sospechosa sonrisa que anunciaba, para sorpresa de los concursantes y jolgorio de los asistentes,  que el ganador sería el último en llegar a la meta sin salirse de la calle. Era como un mazazo para unos y una esperanza para otros…

Sonó el silbato y las bicis, como presas de una impresionante borrachera, hacían verdaderos esfuerzos ondulantes para ralentizar la marcha sin pisar las rayas de tiza y viendo la amenazante línea de meta cada vez más cerca. Unos se cayeron presa de tanta parsimonia. Otros se descalificaron metiéndose en la calle del vecino. Otros llegaron demasiado pronto al final del camino. Y uno, el vencedor de la carrera, tuvo la habilidad de plantar la bici de forma milagrosa sin avanzar un milímetro.

A veces en la vida queremos correr demasiado y no nos paramos a pensar y a disfrutar por el camino. A veces pensamos que llegar el primero es lo que más nos conviene. A veces nos creemos menos que los demás y, en nuestra ciega y absurda competencia, no damos lo mejor de nosotros mismos pensando que no podemos…

Aquellos chavales ganaron mucho más que ese lote de buenas hortalizas. Aprendieron que en la vida nada es imposible y  que todos podemos alcanzar la meta de nuestros sueños.

Paco Zurita

Septiembre 2020

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