En 1978, con los mundiales de Argentina, mi padre se presentó un día con una Tele en Color. Fue la única manera de jubilar a la vieja Zenith que, tras muchos años de servicio llegaba exhausta a los nuevos tiempos. Los años no pasaban en balde y el fiel televisor necesitaba cada vez con mayor frecuencia la visita del bueno de Cesáreo, su técnico de “cabecera, ” que conocía sus achaques al dedillo y casi formaba parte de nuestra familia.
La primera vez que supe el significado de “placa” fue al llevar mi coche a la ITV que no pasó porque uno de los testigos, carente en absoluto de importancia, no había forma de apagarlo. Pobre de mí que pensaba que en la casa oficial lo solucionarían con un pequeño toque de destornillador. <Es la placa> me dijo con gesto serio el jefe de taller. <No tiene reparación y hay que poner una nueva. Son 430 euros ¿La voy encargando?>. Entendí al instante el significado del dicho “muerte o susto” o lo que es lo mismo, “placa o coche nuevo”.
Desde aquel amargo bautizo del conocimiento de lo que es una “placa”, he experimentado muchas más veces en mis carnes el zarpazo inmisericorde de esta filosofía de producción eufemísticamente llamada “obsolescencia programada” y que tiene su cerebro del tiempo en la dichosa “plaquita”.
Ya casi no quedan técnicos a domicilio y, los que quedan, más bien parecen empleados de una funeraria que hacen el trabajo de retirar el cadáver del difunto aparato una vez certificada que la causa es esa maldita pieza que nos obliga a jubilar los electrodomésticos y otros dispositivos cuando aún parecen nuevos….
Los tiempos cambian y casi todos los ciudadanos de este primer mundo disfrutan del llamado “estado del bienestar”. Es ese mundo en el que se resalta el concepto de “calidad de vida” en el que se desecha todo aquello que ya no sirve y que no merece la pena conservar. Esta sociedad venera lo novedoso, la última moda, lo más moderno y avanzado, obligándonos a jubilar cosas que funcionan. Ocurre con todo lo que nos rodea y, de alguna manera, queramos o no queramos, la tendencia imperante nos marca el ritmo de nuestro estilo de vida y nos aboca a un consumismo desmesurado.
Y lo peor de esta filosofía de vida es que cada vez son más los individuos que la hacen extensiva a las personas, arrojando a ancianos a las residencias, abandonándolos a su suerte o promulgando para ellos una “muerte digna” cuando ya no se puedan valer por sí mismos y a nosotros nos salte la “placa” del egoísmo humano.
Ojalá algún día reconozcamos que algo falla en este mundo cuando basamos nuestro bienestar en un hedonismo caduco y ciego que lleva a nuestra propia destrucción como seres humanos, alejándonos de los valores que nos hacen, precisamente, humanos.
Quizás porque soy un nostálgico empedernido, aún conservo un viejo transistor que me regaló mi querido tío abuelo Paco y que aún funciona, quizás porque le doy cariño y no tiene placa de caducidad en sus entrañas.
Paco Zurita
Septiembre 2020