«EL MORORQUE»

(A mi hermana Beli, inseparable compañera de juegos)

Cuando veo a tantos niños y jóvenes encerrados en sus cuartos,  ensimismados ante una pantalla de ordenador y con los nervios sueltos por los avatares de los videojuegos,  siento tristeza.  Quizás porque los de mi generación no conocimos estos avances de la ciencia o porque teníamos mejores cosas que hacer, pudimos gozar de otras diversiones, no por ello menos intensas.

Mis dos hermanas y yo, junto a nuestros padres, mi abuela y tres hermanos de ella, vivíamos en una casa de campo de la carretera de Sevilla cerca de Cañada Ancha.  Y yo, alma inquieta y soñadora, veía oportunidades de diversión en aquel aislamiento voluntario que iban más allá de las indicadas por los fabricantes de los juguetes con que contábamos….

Mi abnegada y noble hermana Beli, que así conocemos en mi familia a la hoy catedrática y  Doctora en Derecho, era mi inseparable compañera de juegos,  siempre dispuesta y confiada a participar en las brillantes pero, muchas veces descabelladas, ideas de su hermano.

Así, no tenía problemas  en ceder sus preciosas muñecas para que yo las vistiera de Vírgenes sobre una mesa de playa. O  para hacer de capataz del improvisado pasito para que el costalero Paco, lo llevara con su cabeza por media finca.  Tampoco para que su ingenioso hermano diseccionara el interior de las muñecas en busca del disco que las hacía hablar porque, en el fondo, miraba con admiración los increíbles “conocimientos científicos” del Nene.  O  para quemarse en la azotea junto a mí, viendo pasar camiones y tractores de remolacha hasta que la cola llegaba a nuestra misma portada porque en eso consistía la trama del juego……

No existía el aburrimiento en nuestras vidas y, menos, cuando llegó mi tractor…….

Pocos juguetes he gozado tanto en mi vida como ese precioso tractor a pedales que hizo nuestra vida mucho más amena y divertida.  Eran innumerables las aplicaciones del ingenio y, claro, mi hermana formaba parte de casi todas ellas.

Un día, a pesar de las advertencias de mi abuela,  monté a mi  hermana en el “mororque” , que así me refería yo al coqueto remolque que traía el tractor y probé la potencia del aparato por rutas indómitas.   Ella,  feliz y ajena al peligro que se cernía, disfrutaba del paseíto hasta que el “moroque” se soltó y  fue a rodar cabeza abajo por un desnivel junto al pozo.  Alertada por el llanto de mi hermana, mi abuela la rescató de la zanja  y a mí de los sueños de tractorista experimentado.   Con una mano llevaba a mi hermana y con la otra el “mororque” que acabó sus días embarcado en la alberca.  De vuelta, con las dos manos libres, me condujo hacia las estancias donde se guardaban las herramientas y aperos (y la amenaza de algún que otro bicho)  donde, muerto  de miedo,  estuve un buen rato encerrado “reflexionando”  sobre mi próximo futuro profesional.

Hoy recuerdo con cariño aquellos intensos años de diversión e ilusiones que se forjaron sin ingenios electrónicos pero con mucho ingenio humano.   Aquellos preciosos años en los que la imaginación de unos niños construyó  un mundo real  en contraposición al virtual que hoy venden a nuestra juventud.

Paco Zurita

Mayo 2020

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