LA SALA DE ESPERA

Era una sala de espera de una consulta cualquiera de la que no quiero recordar más detalles.  Reinaba la paz y el silencio,  propios de esta sociedad egoísta,  en la que nadie habla con nadie y  en la que  a pocos  le importan  los problemas de los demás.

Sonaba la tenue melodía del hilo musical que hacía aún más placentera e individualista la estancia. Un enchaquetado y elegante ejecutivo se concentraba  impertérrito en su tableta aprovechando el tiempo hasta el extremo.  Un niño jugaba con su móvil sin pestañear y sin apartar la mirada de algún juego que lo tenía ensimismado. Su madre leía una revista de moda y, de vez en cuando,  regañaba a su hijo cuando celebraba, más efusivamente de lo prudente,  sus logros.   Una muchacha tenía puestos unos auriculares escuchando alguna música que acompañaba con movimientos de sus labios y de sus pies.  Otro hombre, más experimentado en estas lides, traía su propio libro y no perdía ojo de las páginas que pasaban una y otra vez.

 La espera se hacía larga y llegó una señora de más edad y notable corpulencia que dio las buenas tardes con poca fortuna pues tan sólo consiguió que el del libro levantara brevemente  la mirada de la lectura  y saludara con una ligera inclinación de su cabeza.  La señora se sentó, cogió la primera revista que encontró y suspiró,  quizás preocupada por sus temas.  Yo, aburrido de tanta concentración laboral e intelectual, me dedicaba a estudiar los cuadros y actitud de los que allí estaban.

 Pasaron los minutos lentamente y nadie pronunciaba una sola palabra en el silencioso sonar de la música, sólo interrumpido por algún que otro grito de júbilo del niño, reprendido con  poca determinación por el brazo por su madre.

Me preguntaba qué nos estaba pasando a las personas para haber caído en un grado de individualismo y egoísmo de tan grueso calibre.

De repente, como una llamada de nuestra naturaleza, surgió el milagro que puso orden a aquella triste y aburrida situación.  La señora que había llegado la última, quizás fruto de la presión insoportable que estaba viviendo, dejó escapar un estruendoso toque de corneta  provocado por concentración excesiva de gases en el tracto intestinal.  Todos oyeron la llamada de retreta excepto la de los cascos que intuyó que algo estaba pasando al ver la reacción de los demás.

El ejecutivo  cerró el ordenador y se levantó hacia la ventana cerrada de aquella sala.  Dando por hecha la aprobación de los demás la abrió y añadió:

  •  ¡Qué calor hace!

La trompetista, no dándose por aludida, agradeció al señor el gesto y  llevándose la mano a la frente respondió:

  • Muchas gracias, hijo, hace un calor insoportable.

El niño del móvil puso un claro gesto de repugnancia  cuando los primeros efluvios de los gases llegaron a sus papilas olfativas que trataba de aliviar apretándose los senos nasales con sus dedos. Su madre no se contentó esta vez con un toquecito en el brazo y espetó al niño:

  • ¡Deja ya el móvil que vas a caer enfermo!  Y acto seguido se lo arrebató de las manos.

Las protestas del niño sólo le sirvieron para  que se olvidara del olor,  que se extendía  alarmantemente por la sala,  y aprovechara oportuno para dirigirse a la ventana en busca de aire fresco.

La muchacha que oía su propia música se quitó los cascos alertada por el movimiento de los compañeros de sufrimiento  y por el intenso olor a gas intestinal que sí le llegaba a su nariz. Quizás preocupada por el color rojo y el sudor que impregnaba la cara de la señora le preguntó:

  • ¿Se encuentra usted bien, señora?
  • Sí, hija mía.  Es el calor que me afecta mucho….

Como por arte de magia, la conversación se animó y fueron todos  olvidándose del verdadero origen de aquel brote de humanidad, pasando a temas diversos que hizo más entretenida y compartida la espera. Hasta hubo interés por saber algo más de los demás….

Tristemente fue necesario un sonoro y balsámico peo, de los de toda la vida, para que los que estábamos en aquella sala nos percatáramos que, a pesar de los adelantos de hoy en día,  seguíamos siendo personas….

Paco Zurita

Diciembre 2019

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