LA MALETA
No hace mucho viví una experiencia que me hizo reflexionar sobre los “beneficios sucios” que obtienen muchas compañías “LOW COST” (y muchas empresas en general) que no dudan en emplear toda clase de trucos y artimañas de dudosa legalidad para obtenerlos.
Mi mujer, mi hijo y yo, viajábamos a Londres para ver a nuestra hija y cuando ya habíamos pasado todos los controles y estábamos los últimos en la cola de embarque, una azafata con vista aguileña, vino derecha hacia nosotros y con amabilidad me preguntó:
- ¿Le importa medir su maleta en el cajón?
Sorprendido, le informé que esa maleta ya era veterana de otros vuelos y que nunca había tenido problemas pero, aún así, me dirigí con ella hacia el artefacto medidor y, con sorpresa por mi parte, no fui capaz de introducir mi maleta porque chocaban algunos salientes.
Con una indisimulada satisfacción por el logro que estaba a punto de conseguir para su empresa, la azafata, acto seguido de informarme de que tenía que facturar me espetó: - ¿Efectivo o tarjeta?
- Será tarjeta, le dije.
Me fui con la cara partida al final de la cola mientras la azafata, tras recoger en el mostrador el TPV, venía de nuevo hacia mí con el arma de matar para hacer efectivo el trofeo de caza que estaba a punto de conseguir a mi costa. - Serán 60 euros, señor.
- ¿En serio me lo dice? Le pregunté.
- Totalmente en serio, señor.
Miré la maleta que fue adquirida en otro viaje para una emergencia y que no me costó más de 20 euros. Miré que, o dejaba la maleta allí o la pagaba. Miré a mi hijo y éste me leyó el pensamiento. Miré a la azafata y le dije: - ¿Si le rompo las patas y entra, vale?
- Como usted quiera, señor. Tiene hasta la ahora de embarque.
Sin herramientas con las que realizar la operación quirúrgica, pero con una firme determinación, entre mi hijo y yo quebramos las puñeteras patitas de la maleta y el asa de la misma y, probamos de nuevo. La maleta parecía estar hecha para el exigente cajón y, con gran sorpresa por nuestra parte, toda la sala de espera aplaudió la hazaña. Me acerqué a la azafata que presenciaba en la distancia la escena y, acordándome del famoso tenista John McEnroe, le dije: - La maleta entró
- Sí, lo he visto, señor. Yo sólo hacía mi trabajo, me dijo con cierta resignación y pesadumbre por haber perdido la presa.
- Y yo el mío, le respondí.
Realmente aquella ridícula situación me dio mucho que pensar sobre las normas y su implementación. Sobre los beneficios sucios, como los define mi sabio amigo Antonio, y su permanencia y validez en el tiempo. Probablemente se obtengan beneficios a corto plazo pero, desde mi punto de vista, hacen daño en el largo a cualquier empresa que los practique.
Por lo que a mí respecta, no creo que vuelva a volar con esa compañía.
Paco Zurita
Diciembre 2019