En esta España, aburrida de mirarse en un espejo y no reconocerse a sí misma, surgen iluminados advenedizos e insensatos aprovechados que buscan en la figura del Rey o en la institución monárquica la cabeza de turco con la que justificar sus verdaderas dañinas intenciones.
La persona del Rey no es precisamente la que molesta a los que elevan la voz pidiendo un cambio de régimen; lo que verdaderamente les produce urticaria a su piel hipersensible al concepto de España es lo que éste representa.
Y, si en aras de la unidad de la España (a la que odian y desprecian esos insensatos), convencen a muchos incautos de la necesidad de buscar otro marco que nos englobe a todos, sacrificando al monarca por tan “justa” causa, habremos caído en la trampa de la que nos advierte repetidamente la Historia.
Aunque creo firmemente en la Institución monárquica como garante de la unidad y símbolo de la permanencia del Estado más allá de la alternancia y vaivenes políticos, diría lo mismo si se atacase al presidente de una hipotética República Española. A fin y al cabo, España está por encima del régimen que nos demos. Pero el que tenemos ahora ha permitido un marco de convivencia que ha dado grandes y buenos frutos, con sus luces y sus sombras, con sus defensores y detractores, y respetado y avalado por la mayoría del pueblo español.
No debemos permanecer callados e impasibles cuando somos indignados testigos mudos del desprecio con el que una minoría, de forma temeraria, sectaria y desleal, pone en peligro la convivencia de todos los españoles, especialmente la de los catalanes. Cómo individuos sectarios, instruidos por años de adoctrinamiento se burlan una y otra vez del marco constitucional que tanto sacrificio y generosidad les costó a nuestros padres y abuelos.
Esos pensamientos que comparten la inmensa mayoría de los españoles y, desde luego, la mayor parte de los catalanes, son a los que puso voz nuestro rey el día 3 de octubre de 2017. Un discurso valiente que fue aprovechado por la minoría intransigente y separatista para justificar los desprecios al propio rey y a todos los españoles a los que representa.
Siento asco y repugnancia de aquellas actitudes que promueven el odio y la división, aprovechándose de circunstancias como un atentado, un partido de fútbol o una visita institucional para alentar pitidos, abucheos o insultos hacia el representante del Estado. Esta repugnancia es aún más profunda cuando, determinados dirigentes, que habiendo instado y propiciado algaradas y altercados, esbozan una cobarde e indisimulada sonrisa de satisfacción cuando ven los brotes de las malas hierbas que han sembrado.
Siento vergüenza cuando, sin pudor alguno, se utilizan y se manipulan a niños adoctrinándolos en el odio hacia España en las escuelas o llevándolos a manifestaciones en las que son inconscientes activistas, en aras de una libertad que niegan a los demás y que los propios niños no entienden.
Siento pena de que muchos españoles que piensan como yo, se queden callados viendo cómo juegan con nuestro futuro y con el de nuestros hijos y miran para otro lado cuando los partidos a los que han votado hacen interpretaciones egoístamente interesadas de unos resultados electorales que marcan una inequívoca voluntad de buscar acuerdos amplios y no una división entre dos bloques.
Hay que dejar atrás el concepto de las dos Españas; basta con ver las tibias reacciones del conjunto de españoles al traslado de los restos de Franco, a pesar de los intentos de los nostálgicos de uno y otro lado por reabrir las heridas. La España que tenemos hoy está cimentada en la madurez de más de 500 años de historia común, construida con el sacrificio, sangre y sudor de muchas generaciones de españoles y renovada en la generosidad y concordia que supuso nuestra Carta Magna. El Rey, garante y depositario de esa rica herencia, sólo dijo en voz alta lo que muchos callan y por eso, aunque sea sólo un grano en la arena de la playa, elevo mi voz para reconocerlo. Muchos granos hacen la playa y espero que se unan muchos más granos.
Es necesario que en este marco de estabilidad los partidos políticos lean con nitidez lo que une a los votantes de uno y otro lado. Que respetando las Leyes, encuentren un punto de acuerdo que permita a España seguir avanzando por la senda de la unidad y de la estabilidad. Que sepan abrir cauces de diálogo que acaben con diferencias malévolamente creadas entre catalanes, entre españoles…
Es imperativo que haya un gobierno que devuelva la ilusión a esos compatriotas que están perdiendo la fe en España.
Es preciso que las empresas catalanas vuelvan a la tierra emprendedora que las vio nacer auspiciando desde el Gobierno Central medidas urgentes y necesarias para la defensa del marco de estabilidad que han perdido.
Esto no se consigue derrocando al Rey, cambiando de régimen o cediendo al chantaje de una minoría. El problema del chantaje es que no tiene límites y no muere hasta que se acaba de raíz con el propio chantajista.
Es absolutamente imprescindible tener un gobierno de amplio espectro que ponga por encima de los intereses electorales el futuro y el bienestar de España. Que inste a recomponer las relaciones entre catalanes y entre éstos y el resto de españoles. Habrá tiempo para la generosidad y para la altura de miras, pero desde una posición de firmeza y unidad.
Una unidad que pasa por arropar, se sea monárquico o republicano, al actual Jefe del Estado que resulta ser el Rey de España.
Francisco José Zurita Martín
Jerez, 30/11/2019