No me gusta hablar de política pero, en realidad, no voy a hablar de ella sino de historia de la humanidad. Y es que las imágenes que estamos viendo estos días en Barcelona y en otras ciudades catalanas no dejan indiferente a nadie y, desde luego, a mí tampoco.
No dudo de la buena voluntad de unos y otros que tratan de buscar la fórmula mágica que ponga remedio a esta peligrosa y lamentable situación y que, intereses electorales al margen, buscan el bien de sus conciudadanos.
No dudo que estamos ante una situación muy complicada, con múltiples flancos e intereses cruzados y muchas sensibilidades distintas, pero, no dudo tampoco que nos encaminamos hacia un incierto pero quizás temido destino del que nos arrepentiremos por no aprender de la Historia.
Fue la imagen, que publican hoy muchos medios, de un solitario anciano retirando barricadas ante jóvenes alborotadores, la que me hizo reflexionar sobre las lecciones que nos enseña el pasado.
Porque ese anciano habrá conocido y sufrido en su vida los avatares de sus más de ochenta años, sabrá bien lo que nos jugamos permaneciendo de brazos cruzados, callados o prudentemente expectantes ante el abismo que se nos viene encima.
Porque fue precisamente esa pasividad la que permitió que nacionalismos exarcerbados –da igual el color que tengan- sembraran Europa de dolor y muerte buena parte del s. XX. Fue la indiferencia de un pueblo dormido la que veía en los extremismos la solución a sus frustraciones e incapacidad. Fue ese “mirar para otro lado” lo que permitió que muchos jóvenes fueran aleccionados, manipulados y, en síntesis, sacrificados para una causa que creían justa y de la que finalmente renegaron viéndose traicionados por sus propios maestros de la doctrina impuesta.
Cuando finalmente ese pueblo dormido despertó de su ensoñación ya era demasiado tarde y las crías de bestias que habían amamantado ya eran fieras adultas y con garras irreductibles. Costó más de 40 millones de muertos poner el reloj de la sensatez a cero.
Pero poco duró lo aprendido, porque siguieron muchos ciegos, egoístas, interesados y estúpidos dirigentes visionarios de vagas grandezas alentando las diferencias y prometiendo utópicos sueños que acaban sucumbiendo a la realidad. Y lo que empieza siendo el sueño de unos pocos insensatos acaba siendo una pesadilla para muchos justos bañados en su propia sangre.
No renunciemos a las lecciones que nos da la Historia y aprendamos de esa anciano que, aunque sin fuerzas corpóreas, sí tiene la fortaleza moral de plantarles cara y sacar de su absoluto abismo a tantos jóvenes que no la conocen.
Paco Zurita. Octubre 2019