Era joven, de aspecto desaliñado, casi de los que asustan cuando nos cruzamos con alguien con esas pintas en una calle solitaria, pero aquel pequeño gesto que realizó el muchacho me sorprendió gratamente y me llenó de esperanza.
Sentado en una cafetería, junto a la ventana que daba a la calle, me ensimismé observando el ir y venir de gente en un paso de peatones. Los coches que no paran, los que cruzan sin mirar, los que protestan. Me quedé absorto asomado a esa pequeña parte del mundo que me rodeaba.
En aquel paso de peatones había mucha gente; Un ejecutivo leía un periódico. Otro consultaba el móvil, otros charlaban entre sí, otro miraba el reloj impaciente. Gente bien vestida, gente aparentemente educada y social, gente, supuestamente, de bien. Gente de este mundo, de este perdido mundo…. Me recordaba aquella canción de Phil Collins “Another day in Paradise” cargada de tanto significado humano.
Me fijé en una anciana con un bastón que, insegura de cruzar la calle, llevaba un rato esperando. Nadie se percató, nadie advirtió su presencia, nadie reparó en su angustia o en sus limitaciones. Nadie, excepto ese chico, ese joven estrafalario por el que nada hubiera apostado en este mundo que no piensa en los demás.
Sorprendido por la acción que presenciaba, clavé mis ojos y detuve el tiempo, sobrecogido al ver al chico coger a la anciana del brazo y con su brazo libre bien en alto, exigir enérgicamente a los coches que se pararan. Así cruzaron ambos, despacio, sin importar el tiempo y las impacientes bocinas de los que tenían prisa, de los que hubieran cruzado antes de perder dos minutos de su vida esperando a una frágil y lenta anciana.
Y aprendí una lección que me llenó de vergüenza pero a la vez de profunda satisfacción: En este mundo hay gente con el corazón enorme a pesar de su edad, de su apariencia, de los prejuicios que podamos tener hacia ellos. Me sentí lleno de gozo y pensé en cuántas almas hermosas se esconden en las apariencias más alejadas de los valores imperantes. Me sentí, sobre todo, lleno de profunda esperanza, porque Dios sigue habitando en nuestros corazones.
Paco Zurita
OTRO DÍA EN EL PARAÍSO
