TEATRO OLIVARES VEAS
Arcos de la Frontera, 15 de diciembre de 2017
No hay amor más grande que el que Dios siente por la humanidad. Un cántaro rebosante de agua viva que no ha dejado de verterla sobre nosotros en toda la eternidad. Un agua de vida que nos hacía llegar por medio de los profetas, que nos transmitían su palabra, su mensaje de amor infinito sin que nos dejáramos mojar por ella.
Dios, enamorado de un mundo y de unos hombres que ni lo entendían ni lo conocían en realidad, contemplaba con tristeza desde el Reino de los Cielos nuestra frustración, nuestro sufrimiento, nuestros deseos de un salvador.
Porque el mundo estaba en tinieblas y buscaba con ansiedad la luz que lo guiara en medio de la oscuridad. El mundo buscaba ese pozo de agua viva que aliviara su sed de Dios. El mundo buscaba en vano, la forma de llegar al Él.
Dios veía con amargura que la humanidad no se apercibía de ese manantial de amor y viendo sufrir a su pueblo sediento de su Agua Viva, envió al Espíritu Santo para que el manantial estuviera entre nosotros.
Y Dios escogió a una doncella para ser el manantial de su amor en la tierra, encarnándose en ella por medio de su Espíritu y haciéndose uno de nosotros.
De ese manantial nació Jesús, hijo de Dios, fruto encarnado de su vientre y agua de Vida Eterna.
Dios que de amor rebosaba
en su reino de los cielos
viendo tantos desconsuelos
entre los que tanto amaba
a una Virgen anunciaba
que a ese mundo al que quería
como un hombre nacería
para salvar sus pecados.
Y ese Dios enamorado
se enamoró de María.
Ese pueblo se moría
de nuevo en su desconcierto.
Si lo sacó del desierto,
¿qué por su pueblo no haría?
Y Dios tanto lo quería
que quiso venir al mundo
y era un amor tan profundo
que nadie logró entender;
solamente una mujer
no lo dudó ni un segundo.
Tenía que suceder;
esperaban al Mesías
pero pasaban los días
sin llegarlo a conocer.
El que pudiera vencer
a la nación opresora
y soñaban con la hora
de su llegada a Israel,
sin saber quién era él
ni el porqué de su demora.
Mas su fuerza creadora
le muestra sus maravillas
a las personas sencillas
y al poderoso lo ignora.
Y a una joven que lo adora
Dios le anuncia su venida
y María, decidida
fue de Dios la intercesora.
De Dios se quedó prendida
acogiéndolo en su seno.
Su espíritu de Dios lleno
engendró una nueva vida,
su llegada prometida
a este mundo misionero,
para que entienda certero
cómo se alcanza la gloria,
cómo comenzó la historia
del amor más verdadero.
El que entrega al mundo entero
un Dios que por amor muere
y que, amando así, prefiere
ser Él el manso cordero
que clavado en un madero
muera por la libertad.
No existe mayor verdad,
ni existirá tanto amor
que el que regala el Señor
naciendo en la Navidad.
Y entonces llegó el momento en el que Dios pondría a cero el reloj de la humanidad, llegando a este mundo como un niño indefenso que no supieron reconocer ni los más poderosos, ni los más doctos, ni los más ricos.
Lejos de nacer entre riquezas y comodidades, ese niño Dios nació como el más pobre de entre los pobres. En la aldea de Belén, la más humilde de todas las de Israel. Sin posada donde alojarse, una joven virgen iba a dar a luz la luz del mundo, el Salvador que tantos y por tanto tiempo esperaban.
Sólo unos pobres pastores acogieron en su corazón la buena nueva. Y es que Dios revela sus secretos a los sencillos de corazón. Ellos sí supieron recibir la buena noticia; pobres como Él, dormían bajo el frío cielo sin lugar donde albergarse, y recibieron con alegría la gran noticia que el Altísimo les desvelaba. “Gloria a Dios en las alturas y dichosos los hijos que ama el Señor”.
Siguieron la estrella que les había anunciado el Señor y fueron a buscar al Niño para adorarlo esa misma noche.
Una voz del cielo le dijo: hija mía,
bendita seas mujer afortunada.
Y Ella a Gabriel respondió aún turbada:
Esta es la esclava de Dios y en Él confía.
Y a esa joven sierva, de nombre María
sin conocer varón, siempre inmaculada
la sombra de Dios de ella enamorada
hizo en su vientre cumplir la profecía.
Aún de madrugada, aún no amanecía,
San José trataba de encontrar posada
La hermosa estrella, de luz acrisolada
en Belén de Judá por fin se detenía.
El cielo estrellado algo presentía
sobre campos blancos tras una nevada.
La joven encinta sin hallar morada
en un viejo establo de Belén paría.
Dios se revelaba, la tierra dormía
y unos pastorcillos que al relente estaban,
oyeron del cielo voces que clamaban
anunciando al mundo la gran alegría.
Gloria en la alturas al Dios que nacía.
Gloria a los humildes que a Dios escuchaban.
Gloria al Rey del Cielo al que ya buscaban,
siguiendo esa estrella cuando amanecía.
Locos de contento, aun rayando el día,
lucía la estrella que el cielo anunciaba.
Sobre un viejo establo de Belén brillaba
y allí estaba el Niño como Dios decía.
Y Dios era el niño porque relucía
y la joven madre que lo acariciaba
madre era de todos porque acurrucaba
en tan tiernos brazos al Dios que dormía.
Ella era feliz, como el mismo día,
porque amaba a Dios, porque Dios la amaba,
Y abriendo los ojos, Dios ya celebraba
que estaba en el mundo, porque sonreía.
La Navidad es capaz de obrar verdaderos milagros. Ablanda los corazones más duros, saca lo mejor de nosotros mismos, nos devuelve a la inocencia de una niñez que jamás deberíamos perder. Es el misterio de amor que nos toca en lo más profundo de nuestra alma.
La Navidad es universal sin importar creencias, ideas o culturas, porque el bien y la entrega a los demás no conocen fronteras ni límites.
La Navidad es capaz de parar guerras, de hacer iguales a los desiguales, de aparcar las discordias y los recelos.
La Navidad es un regalo de Dios para todos los hombres que Él mismo nos trae en persona haciéndose el más humilde de nosotros.
La Navidad es un espejo donde hemos de reflejar nuestra alma herida y confusa para que seamos capaces de curarla y de ver la luz.
La Navidad es Dios mismo que se hace presente entre nosotros para que creamos en Él y en su mensaje.
Navidad es la ternura
de un niño recién nacido
que hasta este mundo ha venido
por querernos con locura.
Es ser esa criatura
de tan limpio corazón
que, sin buscar la razón,
regala lo que se anhela
y perdona aunque le duela
que no pidamos perdón.
Navidad es esa vela
que ilumina la penumbra.
Es la luz que nos alumbra
que nos guía y nos consuela.
Es la estrella que desvela
y nos enseña el camino,
la que señala el destino
para darnos confianza.
Un rayo que nos alcanza
pero de origen divino.
Navidad es esperanza.
Es alegría y consuelo.
Es la promesa del cielo;
Nueva y eterna Alianza.
Es tener la confianza
de ver a los que se fueron,
a aquellos que ya partieron
y amamos en la memoria
y celebran en la gloria
el amor que aquí sintieron.
Navidad es la victoria
del imperio del amor.
Es contemplar al Señor
que al vernos se vanagloria
porque entendemos la historia
de ese Niño tan pequeño
que nos regaló ese sueño
de ser grande en la humildad
y alcanzar la libertad
haciéndolo nuestro dueño.
Navidad es la verdad
más grande jamás escrita.
Es la historia más bonita
vivida en la humanidad.
Es resaltar la bondad
y los buenos sentimientos
y poner los pensamientos
en la fe y la caridad.
Que se haga realidad
el final de nuestros cuentos.
Sentir la necesidad
de amar al que no queremos
y que sin querer amemos
a toda la humanidad.
Amar la diversidad,
las diferentes culturas.
Soltarnos las ataduras
del odio y la intolerancia.
Es perfumar con fragancia
y endulzar las amarguras.
Renunciar a la arrogancia,
al orgullo y a la envidia
y derrotar la desidia,
la codicia y la jactancia.
Es recuperar la infancia,
la alegría en la inocencia.
Es descubrir la presencia
del Señor entre los pobres
y el espíritu recobre
lo que los años silencia.
Navidad es la conciencia
de sentirnos como hermanos.
Compartir lo que tengamos;
nuestras pobres pertenencias.
Es acoger esa herencia
de nuestros padres y abuelos,
de los que están en el cielo,
mostrándonos el camino
de un pastorcito divino
que nos llenó de consuelo.
Es el soñado destino
del que encuentra lo que ansiaba.
Es la mágica mirada
que refleja el peregrino
cuando, gozoso y rendido,
llega a la meta soñada.
La Navidad deseada
cada noche, cada día
El regalo de María
del Señor enamorada.
Navidad es alegría,
amar donde se ha nacido,
querer donde se ha crecido,
y exclamar “Ay tierra mía”
Y así hasta llegue el día
en el que el Señor nos llama.
Y si el cielo me reclama
pueda decir con orgullo
que en Arcos este hijo tuyo
pudo decir que te ama.
Acabado agosto, el veranillo de San Miguel nos trae la feria del Arcángel patrón de Arcos que termina anunciando el próximo otoño.
El tiempo empieza a cambiar de repente. Caen las hojas de los árboles y de las viñas, amarillentas y cansadas tras el tórrido verano y, con las primeras lluvias, las lomas y los valles de Arcos se van tiñendo de un verde intenso que anuncia tiempos de nuevas cosechas.
En estas tierras serranas el sol del ocaso proyecta sobre los campos y sembrados tonos de hermosos dorados, asomando sus rayos entre las nubes turquesas del atardecer. Y en los crepúsculos se dejan ver los luceros que anuncian cambios venideros.
Algo en el corazón de los arcenses les susurra que se acerca la época más hermosa del año y un sentimiento de alegría les inunda el alma.
La ciudad bulle con los preparativos para tan magno y feliz acontecimiento. En los conventos, las monjas preparan huesos de santo y mazapanes de almendra. En las casas, las manos temblorosas de nuestras abuelas vuelven a amasar los deliciosos pestiños y buñuelos hasta que Dios las reclame para hacerlos en el cielo.
Es en esta época, ya cercana a la Navidad, cuando de vuelta a Jerez después de haber pasado el fin de semana en la finca familiar en Arcos, aparece siempre ese hermoso lucero en cielo crepuscular de poniente.
Y a mis hijos, cuando eran pequeños, les decía: mirad, esa es la estrella de la ilusión que nos anuncia que el Niño Jesús va a nacer pronto.
Ayer, cuando atardecía,
vi de nuevo ese lucero
que anunciaba al mundo entero
que algo bueno nos vendría.
El otoño se moría
por estas tierras serranas
que con las lluvias tempranas
lucen sus verdes trigales.
Los ocasos otoñales,
tras desnudos abedules,
pintan los cielos azules
de dorados manantiales.
Se ven rayos celestiales
cuando en el monte amanece.
Cuando la lluvia aparece
se transforman los eriales
con los regueros fluviales
y torrentes y cascadas.
Y la vega enamorada
de su Rio Guadalete
otra vez se compromete
con la tierra ya sembrada.
Ya huele a tierra mojada
por caminos y senderos
y a limoneros luneros
celebrando la alborada,
más fresquita y más dorada,
tras el verano tan fiero.
Los verdes desfiladeros
se tiñen con la blancura
de la escarcha y la blandura
de rocíos mañaneros.
La noche estrellada y pura
huele a leña requemada,
y el frescor de la almohada,
de almidonada blancura,
arrulla con la dulzura
de los mágicos momentos.
Se desnudan los sarmientos.
Se desnuda nuestra vida.
Se desnuda, convencida
que va llegando el Adviento.
Hay un mensaje en el viento
que sopla fuerte y se calma
que nos susurra en el alma
un próximo nacimiento.
Va creciendo un sentimiento
que nos nace en las entrañas
cuando olemos las castañas
asadas a fuego lento.
Vemos cómo el tiempo pasa
al recordar los pestiños
que comíamos de niños
cuando íbamos a casa
de la abuelita que amasa
con sus manos temblorosas.
¡Cómo añoramos las cosas
que nos hicieron felices
y buscamos las raíces
con lágrimas silenciosas!
¡Qué época tan hermosa
que nos toca los adentros!
Revivimos los encuentros
del esposo con la esposa;
De aquella primera rosa,
de esa cita tan soñada,
del amado con la amada
y el corazón palpitando.
Y soñamos añorando
esa época pasada.
Y gozamos esperando
el calor de los amigos,
ellos que son los testigos
de cómo vamos pasando.
Y es que ya se va acercando
lo que Arcos tanto espera
y celebra a su manera,
con las zambombas tocando
y bellas coplas cantando
al calor de las hogueras.
Subiendo por corredera,
en las casas, en su calles,
en las peñas y en los valles
y allá por la Molinera.
Qué pasión tan verdadera
desde los tiempos arcanos
siente este pueblo serrano
por su Navidad preciosa
que celebra jubilosa
el nacimiento cercano.
Porque jóvenes y ancianos
los que están, los que se fueron.
Aquellos que lo vivieron,
todos los que aún estamos
vivimos y celebramos
con los arqueños buñuelos
que el Dios de nuestros anhelos
en Arcos habrá nacido.
Y es que viene decidido
a probarlos desde el cielo.
Cada uno de nosotros vivimos y celebramos las grandes cosas de la vida según nuestras costumbres y nuestra forma de ser. Dios lo sabe y, por eso, la Navidad se vive de una especial y genuina manera en cada uno de los rincones de la Tierra. Él quiere ser uno de nosotros naciendo para todos los habitantes del mundo como uno más de ellos…
Nuestra tierra es generosa y alegre, agradecida por tantos días de sol y cielos azules. Hemos sido agraciados con una tierra fértil donde la vid y el olivo, el trigo y el centeno, nos dan cosechas generosas.
Hemos sido bendecidos por una cultura que hunde sus raíces en pueblos ancestrales que han dejado lo mejor de sí mismos a las generaciones venideras.
Dios nos ha regalado una fe y unas creencias que se dejan sentir en cada ciudad, en cada pueblo, en cada plaza…
Y tenemos la suerte de vivir en este rinconcito de España que ama a Dios y a su santísima Madre con todas sus fuerzas y se alegra en el alma cada Navidad cuando el Niño nace entre nosotros.
Y lo hacemos a nuestra manera, con nuestros dulces, con nuestros cantes, con belenes y colgaduras, con esa forma de ser que sólo concede un pueblo como el nuestro.
Y Dios lo sabe y cada año vuelve a nacer en esta querida tierra de Arcos.
.
Fíjate si Dios es grande
que nace todos los años
en un lugar de la Sierra
que lleva el nombre de Arcos,
con un castillo en la peña
y una torre en lo más alto
en honor de aquella Virgen
que pudo obrar el milagro
de concebir en su vientre
por el Espíritu Santo.
Fíjate si Dios es grande
Y, que por querernos tanto
se hizo uno de nosotros
comprendiendo nuestro llanto.
Haciendo suyas las penas
nuestras faltas y pecados
y por esos revivimos
y por eso celebramos
que Dios quiso hacerse hombre
de este pueblo enamorado.
¡Fíjate si Dios es grande
y esto hay que celebrarlo!
Con pestiños y alfajores,
con ricos huesos de santo,
con peladillas de almendra,
mazapanes y pistachos,
polvorones y buñuelos
y fiestas en nuestros patios.
Que esta tierra generosa
le ofrece a su Dios dichosa
los dulces más deliciosos,
los presentes más preciosos,
las costumbres más señeras;
zambombas en las hogueras,
villancicos populares
y un lugar en los hogares
para el niño que ha nacido
para el niño que ha venido
por querernos con locura.
Y colocamos figuras
de pastores, de angelitos
y de tiernos corderitos
en brazos de los pastores.
Y también esos señores
a lomos de los camellos
con esos trajes tan bellos
y coronas relucientes.
Y los niños sonrientes
ayudan en la tarea
para que el padre los vea;
que como el Señor provee
en el que como un niño cree
el cielo tiene el que crea.
¡Fíjate si Dios es grande
que siendo Dios bien de veras
deja que con Él gocemos
viviendo a nuestra manera!
Que no hay lugar en el mundo
con un amor tan profundo
y que al Niño tanto quiera
como esta tierra bendita
patria de la Molinera.
¡Fíjate Si Dios es grande!
¡Fijaros si Dios es grande!
Que como nuevos pastores
hoy anunciamos, Señores,
que en Arcos nos ha nacido
porque así Dios lo ha querido
el Amor de los Amores.
Hay un tesoro escondido en lo más profundo del corazón de este pueblo que a lo largo de muchos años ha transmitido, de generación en generación, la alegría por el nacimiento del Niño Dios en forma de coplas y zambombas tradicionales. Ese patrimonio que sólo Arcos y Jerez tienen la suerte de poseer, ha estado a punto de desaparecer. Las zambombas son la quintaesencia del amor de un pueblo por su Señor. De su pasión por expresar la alegría a su manera. De compartir su secretos más íntimos con el Dios que les dio la vida. Con nobleza, con gracia, con sincero y alegre desparpajo, este pueblo expresa con ingeniosas letras la alegría de la vida misma.
El cristiano debe ser alegre porque Dios así lo ha querido y nos lo ha transmitido. Ser cristiano es llevar las bienaventuranzas a nuestro día a día, dándonos cuenta del regalo que hemos recibido del cielo por medio del Niño Dios.
Como alegres seguidores de Cristo y como hijos de esta bendita tierra de la alegría, nuestras almas dan rienda suelta a la desbordante felicidad que nos inunda en estos días.
Y al Niño Dios no sólo no le importa que cantemos y gocemos, sino que bendice nuestra forma de ser porque esta tierra se desborda de cariño devolviéndole parte del amor que el derrama sobre nosotros.
Y si hay algo que expresa esa alegría por ser hijos de Dios y que demuestran el cariño y el regocijo por su venida, son nuestras Zambombas, porque describen la vida tal cual es, con nuestros defectos, con nuestros sinsabores y anhelos y, también con nuestras faltas, que encuentran perdón en el profundo amor de Dios.
Y me imagino a ese Niño Dios, pidiéndole a María y a José oír una copla más antes de dormirse en tanto amor…..
LAS ZAMBOMBAS
El Señor no quiere penas.
El Señor quiere alegrías.
Y San José que lo sabe,
como lo sabe María,
hasta Arcos se han venido,
con el niño que ha nacido,
a celebrar el gran día.
Pues saben que los arqueños
se mueren por su pequeño
y lo quieren con locura.
Y es que el Niño de sus sueños,
que es Divina Criatura,
goza y celebra risueño
nuestros cantos navideños
de tanta gracia y finura.
La esposa que esconde a un cura
en un gran saco de trigo
y que encuentra su castigo
porque el esposo lo ve.
Y en vez de harina, el marido
se encuentra despavorido
un sombrero calañé.
Y el curita perseguido
bautizado como Andrés
que lo amarran a la una
y lo sueltan a las tres
parecía que llevaba
el demonio entre los pies.
El niño tanto disfruta
lo que oye, lo que ve
que a San José le ha pedido
oir la de Moisés,
la que pelaba la pava,
la del cura sin calzones,
las doce retorneadas,
los sables que relucieron,
y el mozo de la estocada
que a cuatro llevó hasta el suelo.
Los zapatos gurripatos
Un truhán cebollinero
que al cabo de nueve meses
dejó en posada un mancebo.
Y el pobre esposo engañao
estaba tan despistao
que invita encima a biñuelos.
María no entiende nada.
San José lo caza al vuelo
y se santigua ante el cielo
de forma disimulada.
Pero el Niño Dios se ríe
asomado al almizcate,
que esa serie de coplitas
le hace mover sus manitas
aplaudiendo sus dislates.
Disfruta con la frescura
de nobles almas tan puras
cantando los disparates
de sus coplas y zambombas.
Viéndoles regar gaznates
con los vinos y aguardientes.
Y es que son tan diferentes,
de tanta gracia y nobleza,
que con todo se embelesa
y disfruta sonriente.
Porque adoran a su madre,
Porque quieren a su padre,
el Dios que todo lo puede
y que lo envió a este mundo
para que en él que nos quede.
Y es que cantan tantas cosas
que , viendo lo que sucede
en esta Villa de Arcos,
mis versos se quedan parcos
para explicar lo que siente.
Que al ver cómo tanta gente
celebra su nacimiento
Él revienta de contento
y casi baila en pañales.
Que estas zambombas geniales
le transmiten sentimientos
de los felices momentos
que viven por su Señor.
Y Dios viendo tanto amor
por su hijo y por María
nos refleja su alegría
en la luz de las hogueras.
Y es que no hay mejor manera
de vivir la Navidad
que hacerlo en esta ciudad
de Arcos de la Frontera.
Los franciscanos fueron los padres del Belén que nació en Italia en tiempos de San Francisco de Asís. Poco a poco se fue extendiendo por toda la península itálica y a mediados del s. XVIII pasó a España. Y en España esa tradición se generalizó por todos los pueblos y ciudades, imprimiéndole cada lugar su personalidad y estilo propio.
En Arcos existe una gran tradición belenística, fruto del trabajo de magníficos artistas que hacen de sus belenes verdaderos catecismos que explican sin palabras cómo fue el nacimiento de nuestro Salvador.
La pasión por los belenes tiene tanta fuerza y arraigo que en cualquier época del año podemos contemplar el hermoso museo del Belén, donde Dios se hace presente en cada uno de los momentos representados.
Pero Arcos es un Belén en sí mismo que en la época de Navidad invita al viajero a adentrarse en sus angostas calles para buscar el pesebre donde nace el Niño Dios.
Cada callejuela empinada jalonada de arcos y vistas al lago o a la campiña, o sus cuevas y rincones, es una visión prodigiosa y mágica que en la época de Navidad nos recuerda cómo sería aquel nacimiento en Belén.
¿Quién no ha soñado alguna vez adentrarse en aquel primer Belén de la historia y presenciar el milagro del nacimiento de Dios?
¿Quién no se ha dejado seducir por la magia de un Belén y, por un momento, verse dentro de él convirtiéndose en un mudo espectador del momento más importante de la historia.
¿Quién no se ha imaginado alguna vez recorrer esas angostas calles de Belén y vivir el momento junto a los pastores?
Basta con venir a Arcos y dejarse embriagar por la maravilla de su Belén viviente que hace realidad el sueño de ver nacer al Niño Jesús todos los años….
EL BELÉN VIVIENTE
¿Quién de niño no ha soñado
que ha visto a Jesús naciendo
y que el Niño sonriendo
con ternura lo ha mirado?
¿Quién tal vez no ha deseado
ser pastorcito del Niño
y llevarle unos pestiños
y buñuelos a María
y expresarle la alegría
por su entrega y su cariño?
¿Quién no ha soñado de día?
¿Quién no ha soñado despierto
haber cruzado el desierto
para servirle de guía
cuando de Herodes huía
a Egipto desde Belén?
¿Quién no ha soñado que ven
nuestros ojos el momento
en que locos de contento
los pastores saben quién
es el vivo testamento
de nuestra nueva Alianza
y con fe y con confianza,
llevando a Dios en su aliento,
ya sueñan con el momento
de ir al portal a adolarlo.
¿Quién no quiere celebrarlo?
¿Quién no ha soñado vivirlo?
¿Quién no ha querido sentirlo
y en el portal contemplarlo?
Y así, casi sin pensarlo
soñé un pueblo que vestía
su peña con crestería
de blancura al contemplarlo.
Y os juro que, al recordarlo,
un Belén me parecía.
Brillaba la luz del día
y vi casas encaladas
por sus angostas calzadas
a medida que subía
por calles encaramadas.
Y mi alma viajera
empezó en la Corredera
a sentir las dentelladas
de certezas consumadas
de hallar lo que había soñado.
Cuando vi desconcertado
a un pastorcito pequeño
que me preguntó risueño
¿Buen hombre qué estás buscando?
Pensé que estaba soñando
mi alma casi sin dueño.
Viendo el niño preguntando,
viendo el niño sonriendo,
yo ya me estaba muriendo
por ver qué estaba pasando.
Y así seguí caminando
hasta que llegué a un castillo
y en pañales vi a un chiquillo
que allí estaban adorando.
Un halo de puro brillo
refulgía en su carita
y una joven muy bonita,
sin ni siquiera un zarcillo,
sonreía ante a un corrillo
con regalos y presentes.
Y la joven sonriente
bendecía a un pastorcillo.
Me abrí paso entre la gente
para verlo más cerquita
y levantó su manita
como diciéndome, ¡vente!
Mi corazón obediente,
confuso por lo que oía,
oyó a un hombre que decía
¿Era él el que soñaba?
A María preguntaba.
Sí, José, le respondía.
Mi corazón palpitaba,
jubiloso y sorprendido,
sin saber si lo vivido
lo vivía o lo soñaba,
porque tanto lo anhelaba,
porque tanto lo quería
que cuando escuché “María”
y a José que la miraba
el cielo me desvelaba
la razón de mi alegría.
Y es que un buey los calentaba
también una mula había
y junto a la cuna ardía
un fuego que lo alumbraba
¿Seguro que no soñaba?
¿Seguro que lo vivía?
Y en la esquina aparecía
un cortejo con tres reyes
con camellos y con bueyes,
cuando la tarde caía.
Tres cofres lo que traían.
Tres pajes los escoltaban.
Tres camellos cabalgaban,
y hacia el castillo venían.
Sus coronas relucían
y sus ropajes brillaban
y unos cofres que anunciaban
que algo grande contendrían.
Los cofres al Niño abrían.
Los Reyes se arrodillaban.
Todos alegres cantaban
y sonaban panderetas
y en calles y en plazoletas
vecinos se alborozaban.
Mis ojos se iluminaban
de ver lo que estaba viendo
¿Estaría yo durmiendo
o mis sueños me engañaban?
Los vecinos me miraban
con sus ojos asintiendo.
Y así seguí recorriendo
las calles que había soñado
de ese Belén deseado
que me estaba poseyendo
Y mi corazón latiendo,
de ese pueblo enamorado,
Se quedó como parado.
¡¡¡Dios era el recién nacido
y me había reconocido
de cómo me había mirado!!!
¿No lo habría imaginado?
¿Fue cierto lo que sentí?
¿No fue verdad lo que vi?
Y así estando atribulado
oí el susurro a mi lado
de una hermosa piconera;
Tu palabra es verdadera.
No es sueño lo que has vivido
que el Señor nos ha nacido
en Arcos de la Frontera.
Cuenta la tradición que tres magos de oriente acudieron a Belén a adorar al Niño Dios, siguiendo su estrella. No sabemos cómo eran en realidad esos magos o reyes que cruzaron medio mundo para llevar ricos presentes a un recién nacido en una humilde aldea de Israel.
Emulando a esos magos, el día de la Epifanía del Señor, cada uno de nosotros vivimos con alegría la tradición de regalar felicidad a los seres queridos y a aquellas personas que necesitan recibir amor y cariño.
Para muchos increyentes y enemigos de esta hermosa tradición, hacemos de los más pequeños objeto de nuestros engaños. Y yo les digo, bendito engaño que ha dejado tan hermosos recuerdos en la mayoría de nosotros y que nos hace seguir practicándolo en nuestros hijos para arrancar de ellos sus sonrisas.
Y no sólo de los más pequeños, sino de todas las personas que necesitan recibir amor y cariño en tiempos de tanta indiferencia y laicidad.
Este tesoro, esta magia, esta bendita fantasía nacen del corazón de las personas de buena voluntad que dan lo mejor de sí mismos para hacer la vida más hermosa y llevadera a los demás.
Y ese milagro se hace presente cada año en las preciosas calles de Arcos que ven desbordar su alegría cuando ven a sus Reyes repartir caramelos y presentes por toda la ciudad.
Todas esas personas que hacen posible la magia y la ilusión, son los verdaderos Reyes Magos.
LOS REYES MAGOS
Dicen que por las canteras
ya vienen los Reyes Magos
con sus camellos y pajes
cargaditos de regalos.
Vienen de la Molinera
y han parado junto al lago
donde beben los camellos
y esos corceles tan bellos
tras un camino tan largo.
Dicen que vienen contentos
que vienen entusiasmados.
Que Arcos quiere mucho al niño
y en Arcos no hay niños malos.
Se oyen remotos tambores
y a lo lejos, los colores,
de sus preciosos vestidos
que levantan los clamores
de los niños atraídos
por esos ricos señores
que llegan desde tan lejos.
Junto a ellos van pastores
Cargaditos de presentes
Y los niños sonrientes
buscan ansiosos el suyo
Hay júbilo en el ambiente
Alegría desbordada
Ilusión en la mirada
de los niños inocentes
que ya esperan impacientes
el regalo que han pedido.
Y Arcos espera rendido
en sus calles relucientes
que los Reyes nuevamente
hagan realidad los sueños
de mayores y pequeños
y de tanta buena gente
que, al servir a Dios de puente,
son de la magia los dueños;
pensando en los que no tienen,
en los que sufren y lloran.
En los que trabajo imploran
por aquellos que sostienen
a los que falta el sustento
la vivienda, el alimento,
el cariño y el consuelo.
Son los que logran el cielo
de nuestro Dios en la tierra
buscando paz en las guerras,
concediendo los anhelos
de los pobres pequeñuelos
de un mundo que tanto yerra
pero tiene a Dios presente.
Y dejadme que os lo cuente:
Que este Arcos tan bendito
con amor de Dios ha escrito
cómo el milagro se labra:
Basta con una palabra
que vale más que las leyes:
Esa palabra es cariño
Que quienes aman a un niño
son los verdaderos reyes.
Cuando las fiestas llegan a su fin y las luces y decorados navideños se apagan hasta el próximo año. Cuando acabamos esos últimos dulces y delicias que aún quedan en la despensa. Cuando volvemos a la rutina del día a día, entonces es cuanto tenemos que mirar atrás y quedarnos con el verdadero sentido de la Navidad, saboreando el mensaje de alegría que nos dejó el Niño Dios.
La Navidad hay que vivirla cada día del año recordando en nuestros corazones la verdadera esencia de la misma, manteniendo ese espíritu que nos hizo ser tan distintos, tan felices, tan solidarios con nuestros hermanos durante esos preciosos días.
Recién apagadas esas luces, esta tierra ya se prepara para la culminación del proyecto que Dios tiene para nosotros, viviendo con pasión la Cuaresma y la Semana Santa que nos llevará a la Resurrección de nuestro Señor.
Él vino a nacer entre nosotros, disfrutó con nuestras zambombas, con nuestros dulces, con nuestra alegría. Estará con nosotros en los momentos difíciles, en los de sufrimiento y tribulación. Morirá por nosotros y nos demostrará que aquí no acaba todo.
Pero todo empezó con un niño venido del cielo que ha de nacer cada día en cada uno de nuestros corazones….
Cuando las luces se apaguen,
se silencien las canciones
y las risas y emociones
por el infinito vaguen.
Cuando nuestros miedos plaguen
nuestra vida y su rutina
y se borre en la retina
la alegría ya pasada;
Hay que volver la mirada
a esa carita divina
de mirada enamorada,
que nos trajo la alegría.
Hay que pensar en María
que de amor de Dios prendada,
entregó sacrificada
su vida por nuestras vidas.
Pues las horas doloridas
de nuestra existencia humana
tienen respuesta cristiana.
Cuando llegan las caídas,
cuando acaban las mañanas
y la madrugada llega.
Cuando la vista se ciega
o se acallan las campanas
Cuando nos llegan las canas
y el cansancio nos derrota.
Cuando con el alma rota
de dolor desfallecemos
al perder lo que queremos
o el alma se nos agota.
Por aquello que perdemos.
Por aquello que nos duele.
Por la vida que nos muele,
miremos y recordemos
el milagro que tenemos
en el niño que ha nacido.
Que Dios nos ha comprendido
y al saber lo que pasamos
responde a cuanto rezamos
y Él mismo al mundo ha venido.
Y es que se queda prendido
en las cumbres y en los valles
a ese niño que en las calles
cantábamos que ha nacido.
Y este pueblo agradecido,
entendiendo su venida,
ya espera la cruz teñida
con la sangre del Señor
que derrama por amor
a esta tierra prometida
Y que le canta rendida
a su amor y a su grandeza.
Que le canta y que le reza
y le llora arrepentida,
con su alma en dos partida,
cuando la Cuaresma llega.
Que lo mismo que lo niega,
el Señor tanto nos ama
que su sangre la derrama,
y por nosotros la entrega.
Y a su Navidad nos llama
a vivir con alegría,
que nos espera María
si la muerte nos reclama.
Que este pueblo que la aclama
por ser su reina y señora
hasta que llegue esa hora
en ella espera y confía
y hallará su compañía,
no importa el día o la hora.
Y hasta que llegue ese día
que siempre nos acordemos
y que juntos celebremos
lo que en Arcos nos nacía.
Y si alguien nos porfía
y niega la realidad,
le digamos que es verdad;
Que Jesús nos ha nacido,
de amor por Arcos prendido,
una nueva Navidad