VERSIÓN ESCRITA Y VIDEO
PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE JEREZ Al principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. El Señor bajó del cielo encarnándose en María y nos llenó de alegría, de esperanza y de consuelo porque en Belén nacería la luz a nuestros desvelos; la que traspasara el velo de las penas y agonías y de tantos desconsuelos. Se cumplió la profecía del profeta del Carmelo; la del ansiado Mesías por quien nadie moriría sin ver cumplido ese anhelo de saber que existe el cielo y ver el cielo algún día. ¿Cómo más bien lo diría? ¡Esta es la historia de amor más grande que se ha contado! La de ese Dios creador de este mundo enamorado que de Virgen encarnado se hizo hombre y salvador. Fue prendido y azotado, y con saña escarnecido. Vilmente crucificado sin haberlo merecido. Fue muerto y resucitado. Y, así, tras haber vencido a la muerte y al pecado el hombre fue redimido sin que hubiera comprendido el amor más abnegado. Amor que sacrificamos negándolo en nuestras vidas, abriéndole las heridas cuando de él renegamos. Y ese mismo Dios que ansiamos que entienda nuestro dolor en la Semana Mayor otra vez crucificamos porque que en ella recordamos esta Pasión del Señor donde Jerez es su altar y las saetas sudario que en busca de otro calvario lo vuelve a crucificar. Y él, loco por proclamar el cielo que nos espera, sigue estando a nuestra vera como dijo el relator. Que al llegar la primavera envuelto en incienso y cera, Cristo, nuestro redentor, vuelve a morirse de amor en Jerez de la Frontera SALUDOS A LAS AUTORIDADES Acalladas las últimas zambombas con las que Jerez celebra la venida de nuestro Salvador, algo en nuestro interior nos dice que su Pasión se acerca. Embriagados por aromas de incienso y azahar, de rosas y alhelíes, de cera y clavel, de torrijas y garrapiñadas, los jerezanos no necesitamos consultar el calendario para saber que está próxima una nueva Semana Santa. En nuestras almas expectantes surgen enormes deseos de vivir la Cuaresma y dejarnos arrebatar el corazón por palabras de conversión y de vida eterna que se multiplican en la cada una de nuestras Hermandades. Los corazones palpitan de alegría porque se acerca la Pascua del Señor y no hay tierra alguna en el mundo que sepa adorarlo como lo hace Jerez. ¡Qué extraordinaria proeza!; conservar las tradiciones, el fervor y las pasiones, del que te mira y te reza del que te llora y te canta, de aquel que en Semana Santa su fe se le despereza. De la sublime belleza de los blancos azahares. De azules cielos, de altares de calles y plazas llenas. Ceras que lloran sus penas. Penas que en encajes lloran. Parejas que se enamoran compartiendo sus creencias. Vacíos por las ausencias de los que ya se nos fueron, de los que tanto nos dieron a los que tanto se añora. Del que con silencios ora. Del que reza con saetas. Del que quiere con cornetas. Del que ama con tambores. Capirotes de colores, capas que al viento revuelan, penitentes que desvelan un rosario entre sus manos. Ancianos de pelos canos de túnicas ya colgadas que aunque con piernas cansadas, a su Virgen quieren tanto que la siguen tras su manto. ¡Que en sus memorias ancianas aún resuenan las campanas que tañeran cuando niño!; Hoy derrochan su cariño como la primera vez; en la infancia, en la vejez, como ayer o como ahora que nadie Señor te adora ¡Como te adora Jerez! Cuánto amor derramas, Señor, en este Jerez nuestro en el que, como nos dice San Juan, habitas entre nosotros. Hoy este humilde pregonero hace suyas las palabras que te dijo Pedro; “Tú lo sabes todo, Señor, y sabes que te queremos”. Y viéndote en silencio sufrir tus Penas en la peña del Calvario, antes de dejarte crucificar por todos nosotros, déjame que te diga cuánto. Déjame que te diga que en la Jerusalen jerezana también tenemos dorados trigales y verdes vides que crecen generosos en las fértiles tierras morenas y en las duras y blancas albarizas. También hay plagas, Dios mío, plagas de dolor y llanto, como esa que se llevó a tantos jerezanos a los trigales eternos. Déjame que te confiese que, como aquel pueblo al que anunciaste el Reino de los Cielos, seguimos necesitando que nos hables de él y que nos traigas de nuevo la esperanza a este mundo que se aleja de ti y deambula perdido entre tantos males y aflicciones. Déjame que te hable, para calmar tu dolor, de todo lo bueno que en tu nombre hacemos los cofrades de esta tierra que, llegando la primavera, ya no puede contener las ganas de tenerte en nuestras calles. ENTRADA TRIUNFAL Te recibimos, Señor, como se recibe a un Rey. Mira, Señor, a tu grey esperando al salvador. Con tu mensaje de amor entrando en ese pollino Tú nos abres el camino de nuestra Semana Santa. Jerez te reza y te canta buscando tu amor divino. Como Jerez y su vino, que enamora a los extraños, con el paso de los años, que hace Amontillado al Fino, crece el amor genuino que por ti siente Jerez. Recordando mi niñez, al verte en la gris pollina vuelvo a estar en esa esquina como la primera vez. Y es que verte aparecer por nuestra plaza Rivero sobre ese asnillo burlero, me hace reverdecer los recuerdos del ayer, esa infancia cofradiera. Que en Jerez de la Frontera tu hermandad es la de todos porque no hay forma ni modo que a ti Jerez no te quiera. La Estrella que guio a los Magos, Señor, es el nombre de tu madre y al amparo de esa Estrella que el cielo en Jerez corona, los hermanos lasalianos han sido, como tú, maestros de miles de jerezanos durante casi 150 años. ¡Qué hermoso es fundar una hermandad sobre los cimientos de esas personas e instituciones que dedican su vida al noble oficio de enseñar guiados por tu ejemplo! Como mis queridos marianistas que forjaron, en buena medida, el amor que por ti siente este humilde pregonero de tu Pasión. Sigo mirando, Padre mío, tus tristes ojos clavándose en el cielo de la vieja plaza del Mercado y adivino que ya sabías que ese caluroso recibimiento del Domingo de Ramos era como aquellas semillas que caen entre las piedras y cuyos retoños acaban marchitándose… No puedo ocultarte, Señor mío, que muchas veces nos olvidamos de ti y no regamos ni cuidamos las semillas de la fe. Pero también hay muchos cofrades que sí se ocupan de tu jardín sembrando palabra y obras. Déjame que te hable, para aliviarte tus penas y en nombre de todos ellos, de un hermano de las Angustias que nunca te dijo que no y que andará cerquita de ti haciendo belenes en el cielo. LETE Con cada belén que hacía José Alfonso te anunciaba y con ellos proclamaba su amor por ti y por María. Nada se le resistía a sus portentosas manos, que el bueno entre los cristianos hace el bien con lo que puede y de corazón accede a ofrecer a sus hermanos hasta con cabellos canos el don que Dios le concede. Porque hay muchos jerezanos cofrades de Dios, modelos, que cosechan ya en los cielos trigos de dorados granos. Y sintiéndolos cercanos sabemos que, como a ellos, Tú cuentas nuestros cabellos y las rayas de la palma. Y hoy disfrutan de tu calma aquellos que sólo el bien grabaron bien en su sien y en el fondo de su alma. Bien sin importar a quién, sin obviar el sacrificio; y hasta en el más nimio oficio dando más de lo que den; ¡de un talento, diez no, cien! ¡Que eso es lo que Dios quiere!; vivir como un miserere esta pasión de la vida, dando la mano tendida al que ayuda te pidiere. Esa es la vida elegida de un cofrade que te amaba, que con sonrisa aceptaba la misión por Ti pedida. Y hoy disfruta sin medida de tu celestial banquete bajo un dorado templete que te llevó el comensal; ¡Ese cristiano cabal que aquí llamábamos Lete! Sí, padre mío, ya sé que aún no hemos comprendido la grandeza de aquel regalo que nos hiciste en forma de pan y vino. Que esa sangre que mana generosa por tu espalda y por todo tu cuerpo nos la regalaste en esa última cena mostrándonos el camino del cielo. Esa Bondad y Misericordia que enseñaste mostraste a tus discípulos lavándoles los pies, no la entendieron aquella noche y muchas veces seguimos sin entenderla hoy. Es hacerse pequeño para ser grande, como lo fue San Juan Dios, San Juan XXIII, o ese Juan Pecador al que hoy conocemos precisamente como “San Juan Grande”. ¡Cuántas veces te referiste a la humildad en tus parábolas y cuánta humildad falta en este mundo nuestro! Déjame que te diga que te vi vestido de blanco cerquita del sanatorio donde veneramos las reliquias del santo y me acordé del hermano Adrián y de todos esos hermanos que siguen lavando los pies y las heridas a tantos necesitados desde nuestras cofradías. Esos serán los primeros en tu Reino y no los que, equivocadamente, buscan un lugar de privilegio en ellas.. ¡Y qué mayor privilegio que tenerte dentro de nosotros! Sé que te alegra saber que cada vez hay más hermandades que viven ardientemente el Sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre y disfrutan del gozo de adorarte, como . Y tú sigusiguees ardiendo de gozo por cenar con nosotros cuando recorres, cada Lunes Santo, la vieja collación de San Marcos. Cristo en aquellos momentos sabiendo que ya partía nos dejó su amor eterno en forma de Eucaristía. Antes de aquellos tormentos, que en su Pasión sufriría dándose por alimento nos dejó en su testamento la vida que no moría; Que así ama a sus sarmientos la vid que nos dio María. Reviviendo esos momentos por Rivero o Tornería Él mismo ante doce asientos, el copón que sostenía lo mostró a los cuatro vientos y elevó hasta el firmamento la vida que contenía; Nuestro pan de cada día y un cáliz de vino lleno la Sangre del Padre bueno que en la cruz derramaría. En San Marcos, Lunes Santo celebramos la alegría del Dios que amándonos tanto nos dio el cielo en adelanto en forma de Eucaristía. ¡Se han ido casi todos, Padre mío! y vuelves a sentir esa soledad del huerto de los olivos. Esa soledad de tantos hermanos que, como a ti, abandonamos en nuestro mundo. PorqueY, hoy, seguimos teniendo miedo de ese patíbulo de muerte y sacrificio que es la vida misma. Tú sabes, Señor, que la soledad es uno de los grandes males que nos afligen. Que en esta era de las comunicaciones prodigiosas y de los grandes adelantos, vivimos más aislados que nunca de ti y de los demás. Viéndote bajo ese olivo por Santo Domingo, Señor, sé que sientes como propios el calor y el consuelo de esas personas que en nuestras hermandades encuentran refugio, comprensión y amor fraterno. Ese amor que demandabas a los tuyos en la soledad del huerto y que nos demandas cada día en el huerto de la vida. Y no puedo ocultarte que, a pesar de nuestros fallos y equivocaciones, esa vocación de acogida, tan valorada en los equipos de Nuestra Señora, es especialmente hermosa en nuestras hermandades y hace que me sienta más cofrade. Seguramente, Dios mío, esa sangre que sudas y lloras por la soledad del mundo, nos empuja a ser mejores personas y convertirnos por ti en los ángeles de tantas almas sedientas de tu amor. Y hoy me acuerdo de Manolo, ese hombre de alma grande que te rezaba bajo tu olivo en el convento de los padres dominicos. Con Manolo, el del Huerto, y con todos esos hermanos que encuentran confortación en nuestras cofradías déjame que te alivie alguna de tus penas… MANOLITO EL DEL HUERTO Era tu casa, Manolo; la del Señor en el huerto, que en su soledad despierto no quiso dejarte solo. Como un rojo gladiolo testigo del sufrimiento del que mira al firmamento buscando ayuda del cielo, fuiste su más fiel testigo, fuiste su mejor amigo fuiste su mayor consuelo. Y ¿Sabes lo que te digo? Que el que tiene el alma pura es la feliznoble criatura que lleva al Señor consigo, pues ni siente desabrigo ni se siente abandonado, que el Señor enamorado rezando bajo ese olivo, aunque lo lleventomen cautivo no lo deja abandonado. Manolo, tienes motivos para reír de alegría; reconfortas a María y eres su angelito vivo. Ese es el gozo afectivo reflejado en tus hoyuelos, pues colmas ya tus anhelos; Entre olivos del buen Dios juntitos rezáis los dos en el huerto de los cielos. ¡Padre! ¡Qué dura es la traición de uno de los tuyos! ¡Qué fácil es vender a los amigos por avaricia, por ira, por envidia, por soberbia, por ansias de poder! ¿Cómo no vas a sentir penas, Dios mío, cuando ves las muchas veces que somos como Judas y traicionamos a nuestros hermanos? Déjanos ser como ese hijo pródigo que vuelve a ti arrepentido y que Tú, lleno de clemencia, nos perdones y nos recibas en tus brazos paternales. CLEMENCIA Judas, ¿por qué hiciste eso? Que quien te entregó su vida llore hasta sangre vertida por venderlo con un beso. Por ti se lo llevan preso como oveja al matadero. Sacrificas al cordero sabiendo que es inocente. Por ese beso indecente va a morir en un madero. ¿De verdad fue por dinero? ¿Por esas treinta monedas? “Hazlo y que pronto suceda” te dijo el Señor certero. Y sin pensarlo primero sin caridad, ni conciencia, sabiendo de su inocencia cometiste el vil delito. ¡Que el Señor de San Benito tenga por ti más Clemencia! ¡Y aquella madrugada de fraguas morenas te dejaste prender por Santiago, Dios mío! Las luces del Angostillo se reflejaban en tus pupilas llorosas al verte, Señor, prendido dejando a Pedro implorando al cielo bajo un olivo. Como tantos jerezanos te rezan cuando sus saetas llueven sobre ti al verte llegar, Señor, a la plaza del Clavo. Pidiendo desatar tus manos, quizás buscan romper las ataduras de la vida con las oraciones más hermosas del mundo que te cantan por Seguidillas tantas gargantas morenas. Tu rostro se prenda de ellas y Tú nos dejas prendidos de amor de Dios, como prendido quedó de ti aquel humilde vendedor de almendras aquella tarde de Miércoles Santo…. ALMENDRAS Ayer tarde no lo vi cuando pasé por Algarve, el de la camisa blanca, el de blancos delantales. No sé cómo se llamaba y ya no puedo acordarme pero lo que nunca olvido es el arte indiscutido de sus almendras geniales. Era un gitano cabal del barrio de Santiago, donde vive el Dulce Nombre, donde vive la Piedad, donde vive el Desamparo y un señor de hermosas manos que prenden por predicar el amor y la verdad entre tantos jerezanos. Él se ayudaba en la vida vendiendo en Semana Santa cartuchos de almendras fritas y dulces garrapiñadas. Cuando el cielo se doraba, el gitano aparecía repartiendo esa ambrosía que a Jerez le regalaba.preparaba. Miércoles, mientras pasaba ese Señor que prendían su mirada se perdía y sus ojos se empañaban. Y es que el Señor lo miró y, sin pronunciar palabra, tan sólo con su mirada al gitano le pidió, para aliviar su dolor, sus ricas garrapiñadas. Y el jueves ya no lo vi, ni el viernes pude ya verlo. Y el buen hombre no volvió ni jamás apareció ni su carro, ni su cesto. Miércoles, ya madrugada, miércoles de luna llena volviendo a su calle Nueva el gitano se apagaba. Y a otra vida despertaba; vida nueva, vida eterna. Que el Señor lo reclamó y al cielo se lo llevó con su carrito de almendras. Y en ese puesto del cielo donde el sol ya no se pone Dios le enciende sus fogones con estrellas y luceros Y entre humo y luminarias atiende colas diarias donde compra Terremoto la Paquera, Manuel Soto y también la Piriñaca. Y Lola flores le encarga a gitanitos palmeros y a gloriosos saeteros, todos con camisas blancas, que repartan sus cartuchos por esas miles de estancias, que Jesús nos prometió para estar junto a María a tantas y a tantas almas. ¿Sabéis quien va tó ló día? Sí, Señor, estáis certeros, ¡Mas dejadme que os lo diga! El que prendido imploraba esas almendras que ansiaba para aliviar su agonía. Que mientras se las pedíaQue cuando se las pedía la Gloria le procuraba señalandoseñalando al firmamento. Y ese firme juramento por ser Dios el que lo hiciera, es lo que al bueno le espera; Verlo ya en todo momento. QueY hoy libre de sus tormentos, extendiendo bien sus manos, pide almendras al gitano el Señor del Prendimiento. ¡Cuánto arrojo tuviste, Padre mío, expulsando a esos mercaderes de la casa de tu Padre! Tú también buscas en nosotros ese celo por ti que nos haga ser valientes y decididos en proclamar tu Palabra y en hacer de nuestras hermandades lugares de oración y de honor a ti. El mismo Pedro, que tanto te amaba, flaqueó en aquella madrugada, como nosotros tantas veces en nuestras hermandades. Y no sólo por cobardía como el sollozante Pedro, sino también por ambiciones materiales o conveniencias sociales. Repítenos, Dios mío, esas palabras tuyas diciéndonos; ¡No tengáis miedo! y que seamos capaces de expulsar de nuestras vidas todo aquello que nos aparte de ti. PASION Ya sales del Sanedrín con la condena pactada, con tu cara amoratada y regueros de carmín. Que esos hijos de Caín, cegados por el pecado, a su Dios han golpeado y no lo han reconocido y ya te llevan prendido con el rostro ensangrentado. Vienes del Jerez lejano que, cofrade, despereza. Donde un barrio entero reza a un cautivo jerezano. DispersadosAsustados tus hermanos, ves a Pedro cómo miente. Más Tú sabes lo que siente; Que amándote con locura lLlora triste la amargura del cobarde que consiente. Ante Anás, Señor de la Redención, te llevan los hijos de San Juan Bosco, ese sacerdote de I Becchi que fue uno de los grandes entre tus santos. En nuestra ciudad, los queridos salesianos han formado a miles de jerezanos en valores cristianos y en oficios que han forjado sus vidas y de la de muchos otros, bajo la atenta mirada de María Auxiliadora, madre de la Iglesia y Madre nuestra. Y aunque muchos piensan que el poder es el dinero, la fama o el prestigio, una joven hermandad que llega desde los confines jerezanos nos recuerda que la mansedumbre es la virtud donde se fundamenta tu Soberano Poder y donde deben basarse los valores cristianos ante los Caifases de nuestros días.e fundamentarse el verdadero poder de un cristiano ante los Caifás de nuestros días… SOBERANO PODER Poderosos desalmados, hipócritas fariseos, engreídos seduceos o doctores endiosados. Los sepulcros blanqueados que tú llamaste de veras enfrentándote a esas fieras ¡Oh manso cordero santo!. ¿Por qué nos quisiste tanto para que en la cruz murieras? Señor, que si tú quisieras, ni con cadenas de acero, ese Caifás altanero amarrado te tuviera. Más quiso Dios que sufrieras sin quererte defender. Mostrando cómo vencer a los poderes mundanos te dejaste atar las manos por Soberano Poder. SOBERANO PODER Nos creemos poderosos humillando al desvalido. Condenando al perseguido, nos sentimos más dichosos. Y aun quemando los rastrojos de los que sufren de veras contemplamos como fieras su sufrimiento y su llanto. ¿Por qué nos quisiste tanto para que en la cruz murieras? Señor, que si Tú quisieras, ni con cadenas de acero, Caifás tan altanero amarrado te tuviera. Más quiso Dios que bebieras del cáliz de padecer. Y dejándote prender por amor a tus hermanos te dejaste atar las manos por Soberano Poder. te abofeteaban, te insultaban, te despreciaban… ¡Cuántas penas sufrirías ante aquel vergonzante desprecio de Herodes! ¡Cuántas penas sufres, Señor, cuando hoyhoy cada vez que te seguimos despreciando cada vez que despreciamos y lo hacemos ca algunos de nuestros hermanos! Déjame que te diga que ese blanco con el que se viste el Señor del Consuelo y que lleva el manto de tu hermosa Madre de las Misericordias, es también el color del hábito mercedario, esos hijos de San Pedro Nolasco que ofrecían su propia libertad para dársela a los demás. Hoy se siguen ofreciendo y seguimos necesitando de ellos porque son muchas las cárceles sin barrotes que nos encierran en nuestras miserias y muchas las prisiones sin cerrojos que coartan nuestra libertad. Líbranos, Señor, por la Merced y la Misericordia de tu madre, de las drogas, de la explotación sexual, de la manipulación de conciencias, de abusos y discriminaciones, de sometimiento a la cultura del despilfarro, de la indiferencia y de un mundo sin ti. Líbranos, Señor, de todas las prisiones de nuestros días y danos el consuelo de tu libertad. DESPRECIO DE HERODES ¡Ay Herodes, vengador! ¿Cómo conoces tan poco y además tomas por loco a tu rey y a tu Señor? ¿Es que te quema el rencor hacia aquel niño pequeño que quebró a tu padre el sueño de ser Rey de los Judíos? ¿No sientes escalofríos cuando le frunces el ceño? ¿Qué clase de desvaríos, Herodes, cruzan tu mente cuando así, tan torpemente, desprecias con tantos bríos y pones blancos vestíos al Dios que te lo consiente? ¡Qué uso más indecente de ese blanco de pureza, que otro Herodes a la fuerza tiñó de sangre inocente! Con qué miseria y bajeza lo desdeñas con tus manos y con tus labios profanos insultas su realeza. ¡Bajo el blanco terciopelo contempla bien la grandeza del Rey del mundo y del cielo! ¡Que ante su Madre y Patrona quien por Merced te perdona es el Señor del Consuelo! Me deja sin palabras contemplar tu espalda bañada en Sangre por las calles de San Mateo. Esa espalda que te abrieron a golpe de flagelo por la calle Medina mientras tu madre lloraba desconsolada su amargura. ¡Cuánto dolor y sufrimiento sentiría esa celeste azucena de los Descalzos contemplando tu martirio! ¿Cómo no iba a entender María el sufrimiento de una madre que lloraba la anunciada muerte de un hijo en la calle Naranjas? ¿Cómo no va a entender nuestra Madre del Cielo los sufrimientos de todos sus hijos en este valle de lágrimas? Nadie como María de la Amargura puede entender los latigazos que recibimos en esta vida… AMARGURA Dicen que un niño sanó cuando al pasar por Naranjas blancas y celestes franjas en el cielo Dios pintó. Y es que una Virgen oyó de una madre los lamentos y llantos de sufrimientos por el hijo que moría y nadie como María comprendía sus tormentos. Y enfié calle Medina y vi, madre, tu azulejo y tu celeste reflejo se me grabó en la retina. Habló el alma peregrina y ella decidió mi suerte y entré, madre, para verte y al mirarte, madre mía, pude entender tu agonía más dura que la misma muerte. Pude, madre, comprenderte, viéndote llorar tus males que hasta tus doce varales, tratando de socorrerte, lloraban también al verte presenciar la cuarentena. Y aunque el dolor te cercena al contemplar tu pureza, yo me rindo a tu belleza y a ti, celeste azucena. Que pena como tu pena ¿Hay acaso pena alguna?no imagino pena alguna; Al que arrullaste en la cuna verlo atado con cadenas cargandopenando culpas ajenas de este mundo sin cordura. Y al presenciar la tortura de esoslos viles latigazos y no tenerlo en tus brazos ¡Eso sí que es Amargura! ¡Cuántos buenos pregoneros de la Pasión de Jerez, Padre mío, son hijos de esa hermandad de blanco y azul de la calle Medina! ¡Apóstoles jerezanos de la Palabra que han glosado tu Pasión bajo la atenta mirada del Señor Flagelado! Y cuántos pintores, imagineros, orfebres, vestidores, floristas, bordadores, músicos y artistas de esta ciudad han plasmado con sus con sus pinceles, con sus gubias, con su alma o o con sólo con sus manos, tu bondad y tu grandeza, gracias a tu susurro interior que inspiraba su creación. Y es que creo, Dios mío, que tras la obra de un artista que te busca y que te reza, estás Tú para que, a través de ella, como Santo Tomás, todos los demás veamos y creamos. en Ti. Cuánta belleza salen de las manos de esos artistas en forma de tallas, varales, bordados, túnicas, mantos, coronas… Coronas, Padre mío, bien distintas a la que en realidad te ponemos con las espinas de nuestras infidelidades. Porque hoy te seguimos coronando con nuestras envidias, con nuestros odios, con nuestra pereza, con nuestra lujuria, con nuestras indiferencias…. Pero al verte por la Albarizuela cada Domingo de Ramos, Jerez se da cuenta de cuánto te humillaste por nosotros, Tú Señor del cielo y de la tierra. Enséñanos, Señor, que al Verte por la calle Bizcocheros, aprendamos a humillarnos como tú y tornemos tus espinas de aflicción en perlas de paz otra hecha co que alivien los sufrimientos de este mundo. CORONACIÓN ¿Por qué dejas que te humillen y te coronen de espinas? ¿Por qué no les recriminas que te insulten y te chillen? ¡Pídeles que se arrodillen! ¡Diles Tú, Señor, quién eres! Dime Tú por qué prefieres que se diviertan contigo. ¿Por qué quieres más castigos y con espinas te hieres? ¿Por qué aguantas sus desdenes y que con zarzas te dañen? ¿Que con tu sangre te bañen esas tus benditas sienes? Mas Tú, Señor, no te apenes; Que esa corona que llevas una nueva casa eleva de nuestras pobres ruinas, pues con ella nos conminas a hacernos personas nuevas. Porque al ver esas espinas. Ver ese cetro de caña. Que un romano con vil saña sangre tus sienes divinas, la Albarizuela adivina por la calle Bizcocheros que esos benditos regueros de sangre, paz y aflicción son de la coronación ¡Que dice a Jerez “Te quiero”! Es eso lo tú que querías, ¿verdad? Sufrir hasta el extremo, exprimir cada gota de tu sangre antes de entregar tu espíritu. Presentarte en esa plaza de la Asunción como un despojo humano, como un templo derruido del que no quedara piedra sobre piedra. ¡Los gritos de los que te amaban, perdidos entre los de aquella muchedumbre envenenada, eran en vano! ¡Y muchos de nosotros, en nuestras vidas, en nuestras cofradías, hacemos de nuestros hermanos y amigos verdaderos ecce-homos de la vida cuando caemos en el ultraje, en la polémica, en la crítica despiadada… Para tu madre, verte así, vernos así, es una puñalada en el corazón que le inflige el Mayor dolor… MAYOR DOLOR ¿Quién entiende madre mía ese corazón deshecho? Tienes clavado en el pecho el puñal de la agonía. ¡Qué amargo, Madre, ese día! Segura de su inocencia verlo salir de la audiencia de esa manera ultrajado y ese pueblo exacerbado negándole la clemencia. Con su cuerpo desgarrado por los flagelos de plomo gritó Pilato “Ecce-Homo” al pueblo enfervorizado. Por la turba acobardado no fue justo el juzgador; Pudo salvar al Señor pero su intento fue en vano. ¡Y lavándose las manos te asestó el Mayor Dolor! Ese dolor tan enorme que le rompió a tu madre el corazón, Padre mío, sigue desgarrándoselo cada día por tantos seres humanos que sufren los dolores de la vida. Ese dolor que sufre el ser humano, como tú, varón de dolores,, lo vi también reflejado en el rostro de Fernando, aquel fiel y devoto encendedor de candelerías que padecía una enfermedad incurable y que, sentado con un bastón entre sus manos, sollozaba desconsolado una tarde de Martes Santo ante el paso de María Santísima del Desconsuelo. FERNANDO Él se llamaba Fernando, de aceituna piel morena. Alba cual blanca patena que el gitano va estrenando. Va orgulloso, disfrutando ante las candelerías y rezando Avemarías exultante de contento por ganarle el pulso al viento y verla entera “encendía” Seguro que habrá rezado por cada vela prendida, quizás por causas perdidas o favores alcanzados. Saca el pabilo enrollado como serpiente en la caña y con destreza y con maña Fernando templa y congela en el centro de la vela encendiendo sus entrañas. Mira a la Virgen tranquilo orgulloso de su hazaña por lo bien que se la apaña con la caña y el pabilo. No hay nadie con más estilo ni más destreza en sus manos. Con oficio más pagano por hacerlo por dinero. Con oficio más sincero cuando se es buen cristiano. Y es que lo vi un Martes Santo sentado ante el Desconsuelo con sus manos y suel pañuelo conteniéndose su llanto. Que lloraba un gran quebranto y sollozando decía: “No puedo ir Madre mía a encenderte hoy tu paso ni al del Dolor, ni al Traspaso para el resto de mis días” Que una pierna me han cortado por mi larga enfermedad y te juro de verdad que, al ver tu paso apagado, y yo, madre, viéndome yo aquí sentado, sin poderme levantar, me entran ganas de llorar como Tú, mis desconsuelos. ¿Comprendes ya mis desvelos por no encenderte tu altar?” Meses más tarde no estaba; Se fue con su caña que se fue a buscar al padre para encenderle a su madre el cielo que tanto ansiaba. Y una voz le susurraba mientras se estaba marchando: “PorqueSé me estabas amando con cada vela prendida,encendida y hoy te enciendo yo la vida que no se apaga, Fernando”. A Fernando lo mantenía vivo la esperanza, aun sabiendo que su enfermedad no tenía cura. No podemos vivir sin esperanza, Padre mío. Esa esperanza de María llena de Gracia cuando sabía que Judas te iba a vender con un miserable beso cerquita de San Benito, la que la conservaba intacta coronada de grandeza por Sol, aun sabiendo que Pilato te condenaría a muerte, la que siguió confiando en ti vislumbrando ya tus cinco llagas por la plaza Esteve, la que seguía llena de Gracia cuando una lanza te atravesó el costado por Carpintería, la que nunca perdió su fe en Dios aun sabiendo que ya estabas muerto sin defensión alguna por la calle Sevilla. Es la falta de esperanza, Señor mío, la que lleva a tantas madres a abortar a sus hijos, a tantos desahuciados del mundo a acabar con sus vidas y a tantos jóvenes a no ver futuro más allá de las drogas en un mundo alejado de ti. Es la esperanza la que mantiene vivos a los enfermos incurables y concede a sus familiares el bálsamo que alivie su sufrimiento en silencio. Es la esperanza la que insufla ánimo y luz a los que buscan trabajo y cobijo, comprensión y escucha, amor y consuelo. La esperanza que nunca perdió María y a la que tantos y tantos se aferran para no perder la suya. La esperanza de la Esperanza de la Yedra que no la perdió jamás, ni siquiera cuando tu sentencia a muerte ya sobrevolaba la Plazuela. YEDRA Verde como los hinojos es el manto de mi madre Mira al hijo, mira al padre y entre los claveles rojos mira al Señor a los ojos segura de su inocencia. Y aunque le pide clemencia sabe lo que Dios quería; por eso llora María antes de oír la sentencia. La noche es oscura y fría camino de la Plazuela y la muerte sobrevuela entre la noche y el día. La Esperanza de María, como ella, inmaculada, confía en que la alborada le devuelva la alegría y mirando a Dios confía en su hijo esperanzada. Pero ya por la Empedrada suenan tambores de muerte, que ya está echada la suerte, la sentencia está dictada. ¡Qué larga la madrugada! ¡Qué dura la larga espera! ¡Si Pilato lo absolviera! ¡Si fuera fiel la balanza, ese justo viviría…! ¡Pero Dios no lo quería y lo sabe la Esperanza! ¡La cruz, Señor, tu cruz, nuestra cruz! Ese patíbulo de tormento y de muerte que los romanos destinaban a los criminales más abyectos y que ahora miras y aceptas desde tu peña sabiendo que no es la tuya, sino todas las nuestras. Esa cruz que tantos llevamos colgada en el pecho, que colocamos en algún lugar de la casa, en nuestro centro de trabajo, en casapuertas y esquinas, en torres y hornacinas, en hospitales y camposantos. ¡Que preside este pregón! Esa cruz que muchos quieren eliminar a toda costa, por razones espurias o interesados prejuicios, porque es el símbolo de libertad, de verdad, de salvación. sin entender siquiera que el amor estuvo clavado en ella. Esa cruz de nuestras enfermedades, desconsuelos y desamparos, soledades y lágrimas, aflicciones y amarguras, dolores y angustias. Esa cruz también de nuestras esperanzas, de socorro y auxilio, de amparo y de paz. EY esa cruz de piedad y misericordia hacia los que menos tienen, de refugio para los perseguidos, de confortación y consuelo para los que sufren y de amor y sacrificio para el prójimo que necesita de tu amor. Esa cruz que este año nos recordará desde Santiago que en ella esperan tantas y tantas almas cuando el Sábado Santo se duerma y despierten contigo el Domingo de Resurrección. Esa cruz que te entregaron en la Constancia y que abrazaste en Federico Mayo. En la iglesia sin espadaña junto a la plaza de toros, la Constancia y barriada de España se viste, como los toreros, de grana y oro. Y es que, Dios mío, como ellos buscando la Paz de su alma antes de enfrentarse a la muerte o como esos bomberos que se juegan la vida ayudando a los demás, todos buscamos el Refugio de tu madre ante los peligros y los fuegos del mundo que nos rodea. Y al abrazar la cruz sentimos paz y buscamos la salud del alma y del cuerpo viendo como Tú abrazas todas las nuestras haciendo tuyas las suyas en esas barriadas que más te necesitan. Y así lo viví, Señor, cuando vi tu imponente cruz erguida calmando la sed de los que más sed tienen de ti. Abrazando la cruz en aquel parque donde Jerez se expande y dos jóvenes hermandades expanden tu fe. Y es que, Dios mío, ver al Señor de la Salud de San Rafael y a su madre de las Aguas, calmar tu sed misionera clavado entre ellos en aquella soleada mañana de enero, me llenó el alma de alegría y me hizo darme cuenta de cuánto bien hacen nuestras cofradías al proclamar tu palabra, especialmente en aquellos lugares donde no existían hermandades. Como esa cruz, que es el único camino de salvación, y que cargas desde esa barriada tan cerquita del hospital, donde tantas cruces se llevan cada día. Esa cruz desgranada en el Sermón de la Montaña, Sermón, Padre mío, que todos conocemos con el nombre que lleva la preciosa Virgen que el jerezano Manuel Alejandro Olivera tallara para hermandad de las Torres; “Bienaventuranzas”. Otro jerezano del mismo nombre, Manuel Alejandro, insigne compositor e hijo de unos de los más grandes, D. Germán Álvarez Beigbeder, tenía un hermano que era la viva imagen y ejemplo del sufrimiento y de cómo afrontar la cruz de cada día. Una enfermedad degenerativa incurable fue postrándolo en la cama desde que era muy joven. De una fe inquebrantable, desde su lecho de dolor dirigía un programa de Semana Santa para Radio Popular, programa que era especialmente querido por los jerezanos. ¿Te acuerdas, padre mío, cuando lo mirabas cara a cara al pasar por su balcón cada Martes Santo? Y cada Miércoles Santo, mi madre se acordaba de él y le preguntaba ¿Cómo estás Luis? y él le respondía sonriente; con la túnica del Prendimiento planchadita para salir esta tarde…. Su santa Marta, su Verónica; su hermana Angelita, nunca dejó de limpiarle el rostro y de curarle las heridas hasta que tú te lo llevaste a la peña eterna y al olivo de los cielos. Y hoy me acuerdo especialmente de su cruz, de su balcón, de su vida de sufrimiento y de su rostro de paz cuando pasaba de niño por la calle Merced….. Mi padre, padre mío, cuando dirigía la hermandad del Desconsuelo, aun deseoso de volver a pasar por la Calle Justicia, siguió haciéndolo por Merced y en una ocasión me dijo: “Mientras viva Luis, no voy a privarlo de ese instante de felicidad al sentir el paso de la Virgen del Desconsuelo y del Señor de las Penas por su balcón”. Y así lo hizo hasta que Luis pasó a verlos is ya los ve junto al Prendimiento desde un balcón en el cielo. LUIS En ese balcón sereno que se asoma al Angostillo con el alma de un chiquillo vive el cristiano más bueno. Hoy que su Señor moreno sale por Jerez prendido su pobre cuerpo tullido y postrado de dolor se lo ofrece a su Señor cuando escucha que ha salido. Llega sublime el olor del incienso a su ventana y sueña desde la cama con tocar el llamador y decirle a un cargador “vuelen sus sienes divinas” Y en su cama se imagina en su túnica de nata y el capirote escarlata de su infancia peregrina. Su enfermedad lo delata pero sonríe a raudales porque ni penas ni males una fe tan fuerte mata. Y cuando de fe se trata y en nuestro Dios se confía, la noche vuelve a ser día y los cardos, azucenas, y los dolores y penas se tornan en alegría. Mira el azul de sus venas entre la blanca mortaja. Su pena lo resquebraja, mas sufre por las ajenas, por tantas personas buenas que llevan también su cruz. Y en su balcón, al trasluz se imagina al Prendimiento libre ya de su tormento viendo su rostro de luz. Si al menos por un momento pudiera verlo en la calle… su dolor en este Valle de llanto y de sufrimiento sería como el aliento de una fuente de agua viva. Y Angelita lo adivina y aunque la cama no cabe hace lo que Dios ya sabe y hasta el balcón se lo lleva. ¡Qué ni el olivo se mueva! ¡Qué la historia bien lo grabe! ¡Suspire la calle Nueva bajo el campanario gris! ¡Que ha aparecido Luis y sobre el Angostillo nieva! Porque un silencio se eleva y congela las miradas de las almas extasiadas al verlo allá en el balcón. ¡Qué la banda pare el son de sus cornetas doradas! Tendido sobre el colchón, recuperando el aliento su mirada de contento estalla de la emoción. Porque su gran devoción llenándolo de consuelo rompe silencios de hielo que lo hacen sonreír, pues ya sabe qué es vivir lo que le espera en cielo! Que ya se puede morir viendo la gloria que espera donde siempre es primavera, donde no cabe sufrir. Que su razón de existir se explica en este momento; que el Señor del firmamento escuchando su oración le ha traído hasta el balcón a Jesús del Prendimiento. Es precisamente, padre mío, viéndote cargar la cruz como mejor reconocemos nuestro propio dolor. Me acerqué de madrugada, Señor, a verte subir una empinada cuesta desde la Baja Picadueñas y no pude disimular el espanto de ver tu espalda escarlata llevando el inmenso madero, aplastada por el peso de esa Misión suicida que te llevaba al Calvario. A esa misión en la que te ayuda el padre Juan Carlos, ese noble misionero mercedario al que apalearon unos desalmados que no te conocen. Y es que, Padre mío, también debemos ser misioneros en esta tierra y llevar ese amor reflejado en tu espalda a tantas personas que aún no saben de tu bondad infinita. Como ese carpintero de nombre Andrés, de eterna sonrisa y alma mercedaria enamorada de dos Vírgenes morenas y que tanto te amó desde las hermandades trabajando la madera de la cruz de cada día. Como tú, Señor, nos enseñas a llevar esa cruz; casi acariciándola cuando sales de San Francisco cada madrugada. Como la acariciaba ese pedazo de pan que se llamaba Manuel Guerrero que con tanta discreción y humildad vestía con su discreción y humildad vistiendo la blanca túnica de su hermandad.. Y la noche se duerme embriagada de tus cinco llagas, esas que el santo de Asís sufriera en sus carnes y que nos recuerdan que los dolores de la vida se pueden y se deben llevar con la dulzura y la paz con la que tú cargas esa cruz… CINCO LLAGAS No parece que te pese la cruz que llevas Dios mío y, al verte con tanto brío, déjame que te confiese que tu cuerpo no ue tu cuerpo no sintiese un madero tan pesado. ¡Qué rostro tan sosegado! ¡Qué dulzura en tu mirada! ¡Qué paz en la madrugada! ¡Qué amor más desarbolado! Te vi con la cruz cargado, y yo me quedé prendido al verte tan decidido para ser crucificado. ¡QueY habiéndote así entregado por nuestras culpas aciagas sólo con amor nos pagas dejándonos lastus heridas. que salvaron nuestras vidas¡Que salvaste nuestras vidas porcon tus santas cinco Llagas! Nos dejaste tus cinco llagas, Padre mío, y tu Amparo y tu Consuelo; ese amparo y consuelo que tantas ancianas y necesitados encuentran en la casa de las Hermanitas de la Cruz. Y una hermandad de Amparo y Consuelo se llena de ellas, de su amor, de su fe, de su vida y de su ejemplo. Cada mañana, en esa capilla donde, con tanto celo, las hermanitas cuidan de sus imágenes, repito las palabras de Pedro en el monte de la Transfiguración; ¡Señor, qué bien se está aquí! Y este año, Padre mío, tenemos la dicha de celebrar que nuestras Hermanitas de la Cruz llevan setenta y cinco años entre nosotros haciendo el bien y amando al prójimo como tú quieres. LAS HERMANAS DE LA CRUZ Nuestra cruz de cada día hay que saber cómo amarla, hay que aprender a llevarla como la llevó María. Sentir la misma alegría que sienten las hermanitas; Esas mujeres benditas que de la cruz son hermanas, esas bellezas humanas hijas de Madre Angelita. Y es que todas las mañanas para sosegar mi alma en la su capilla, en la calma, rezando entre las ancianas, siento que tengo cercanas las fuentes de lo que anhelo. Ellas rezando en el suelo después de una noche en vela cuidando a una humilde abuela, ¡Y yo me siento en el cielo! Pues Dios mismo me desvela, viendo sus rostros de paz, que sólo el amor veraz que hace que el prójimo duela es lo que el señor anhela que sintamos los cristianos. Que seamos como hermanos y regalemos la luz que esas hijas de la Cruz le dan a los jerezanos. Y es que Tú mismo, Jesús mío, que lloras de pena en esa dura peña, le dijiste a las mujeres que no lloraran por ti cuando ibas camino del Calvario. Cada lunes Santo una verónica de la Plata te sigue enjugando el rostro Lealas arriba, donde Jerez casi acababa cuando yo era niño. Y no hay mejor Verónica para ti que el ser humano que enjuga el rostro de nuestro prójimo. Es la misericordia por los que sufren, Señor, el paño que en verdad te consuela y alivia el peso de tu cruz. PLATA Mujer, no lloréis por Mí, Verónica de la Plata, que la pena que me mata es veros sufrir así. Dad el amor que os di y llorad por vuestros hijos. Yo al Calvario me dirijo donde la muerte me espera, mas te agradezco de veras que me limpies el sudor que nunca olvida el Señor misericordias sinceras. Porque el verdadero amor es la razón trinitaria que hizo a la Candelaria la madre del Redentor. Sólo te pido un favor; lava el rostro al pordiosero, al hambriento, al misionero A aquel que quiera encontrarme. Si el rostro quieres limpiarme, ¡ese es el paño que quiero! No tengas Penas, Dios mío, que muchos hermanos míos se entregan por los demás en esta tierra nuestra siguiendo tu ejemplo. Una hermandad del Jerez más lejano, lleva ese precioso nombre de la Entrega. Y es que la entrega no puede faltar en la vida de un cristiano. Y podemos sentirnos orgullosos de la larga lista de cofrades que se han entregado y se entregan por ti cada día de su vida. Como ese maestro que empezó en Guadalcacín forjando hombres del futuro y, siempre con la protección de su madre del Desconsuelo, no descansó hasta ver abiertas de nuevo las puertas de su querido templo de San Mateo. O como ese peluquero de obispos y de miles de jerezanos que, siguiendo el ejemplo de su Jesús Nazareno, busca incansablemente dinero con sus libros para el pan de los pobres. O como ese locutor de radio infatigable, que siempre bajo el amparo de su Virgen de las Angustias y de sus hermanas de la Cruz sigue ayudando con su voz a pasar por tantas cañadas oscuras de la vida. Y la de tantos y tantos cofrades que, a pesar de su edad, siguen entregándose por ti y por los demás hasta su último aliento. Y, aunque el peso de la cruz nos haga caer al suelo y besemos el polvo del camino, es tu ejemplo el que nos da fuerzas para seguir adelante y encontrar en tu rostro sufriente las fuerzas para levantarnos, como Tú, subiendo el Barranco hasta San Lucas. Es quizás por ello, Dios mío, la razón por la que miles de jerezanos te siguen y te acompañan cada Miércoles Santo en tus Tres Caídas buscando fuerza y consuelo para las suyas propias. Hoy, padre mío, mirando la imagen del Señor caído, viene a mi memoria un cofrade de esa hermandad que acompañaba tu caminar con la cámara en sus manos. Son muchos los jerezanos que con ese prodigioso artilugio han plasmado tu rostro a lo largo de años de esta hermosa Semana Santa jerezana y seguro que caminan por allá arriba buscando atardeceres eternos; Eduardo Pereiras, Fernando Morales, Diego Romero Fabiere…. Diego, ya anciano de cabellos canos, siguió infatigable buscando y retratando cada momento de tu Pasión. Y es que el pregonero gráfico de nuestra Semana Santa plasmaba tu profundo amor por nosotros en cada una de sus fotografías… DIEGO ROMERO FABIERE Los profetas lo anunciaron y en la Torá lo escribieron. Los evangelistas fueron quienes después lo contaron pues con sus plumas plasmaron el mensaje de los cielos, recogieron los desvelos del amor desmesurado de ese Dios enamorado que colmó nuestros anhelos. Y habiéndote Tú entregado en este Jerez que amas el amor que nos derramas quedó por siempre filmado por aquel tan recordado y que tanto te quería. Ese que bien escribía tu Pasión con ese arte de saber, Señor, amarte con una fotografía. La magia de pregonarte con esos bellos carteles, de la fe puros pinceles y de Jerez baluarte. El que sabía rezarte la oración de los cristianos con la cámara en sus manos y fotos de hermoso ruego. De tu viña fiel labriego ya anciano de pelos canos. Viendo la fe con que Diego disparaba su objetivo, la luna, bajo un olivo, colaborando en su juego, se dormía con sosiego sobre la copa de vino. Un sortilegio divino que el Señor le consentía pues su foto contenía el amor más genuino. Y hoy que está junto a María haciendo fotos del cielo, a Jerez entero apelo viendo su banca vacía ante el Señor que caía y que con Dolores muere. Que en el cielo Dios requiere, que sean su pregonero las fotos de un tal Romero ¡Diego Romero Fabiere! Eres tú, Jesús Nazareno, el que exhausto llega al Calvario tirado por los Marquillos de la vida. Y es que somos todos los que en realidad te jalamos de esa soga de cáñamo para que lleves tu cruz de carey hasta el Gólgota. Esa soga ardiente de la vida que nos traspasa el alma por el dolor y que todo Jerez siente cuando te ve aparecer por la Alameda de Cristina cada Madrugada. Eres Tú, padre mío, del quien Jerez se prenda al verte llegar con esa carita de pena y dulzura a la vez. Estar en tu casa es sentirse como en la nuestra porque las puertas de San Juan Letrán siempre están abiertas de par en par para tantos y tantos jerezanos y para tantas almas sencillas que buscan el cobijo y el amor que un día sembró en aquel lugar Juan Pecador. JESÚS NAZARENO Filas de luces, rosario de faroles encendidos van con Jesús amarrido por un ser estrafalario. Caminito del Calvario cada golpe de martillo regocija a un tal Marquillo que jala del nazareno ¿Qué ha hecho, padre, ese hombre bueno? Pregunta, absorto, un chiquillo… Un chiquillo… ¡Un chiquillo! Ojalá, Dios mío, todos tuviéramos el alma de un chiquillo. Como la de ese niño que, inocente, sostiene tu túnica y te mira sin entender el mal que te hacen bajo las palmeras del Mercado. Como la de esos niños que tú pedías que dejaran acercarse a ti o como la de aquel buen hombre que se creía guardia en este mundo y hoy ya es guardia del cielo. Porque Tú, Señor, siempre estás cerca de los incomprendidos y de los desheredados de la tierra y hasta cerca de esos judíos que, dándote la espalda, preparan tu cruz… Como cofrade, Señor, siento un pellizco en el alma cuando veo a seres tiernos y de alma blanca y limpia que se llenan de tu amor en nuestras hermandades. ¡Tú sigues pidiendo que esas almas de niño se acerquen a ti para que te hagan sonreír a pesar de tus penas! Hoy miro al cielo y suspiro, recordando a Emilio, cerquita de su Jesús Nazareno y a tantos buenos cofrades que nos enseñaron que, para llegar a ti, no hace falta ser listo, ni rico, ni poderoso; sólo hay que tener el alma blanca y limpia como la de un niño. EMILIO EL GUARDIA Siempre en San Juan de Letrán cerquita de su Señor, donde ese Juan Pecador curaba a pobres sin pan. Siempre lo recordarán por su alma blanca y pura, y esos ojos de ternura que al Señor agradan tanto. Hoy ya goza del encanto de la vida que perdura. Al alba de un Viernes Santo nubes se arremolinaban y en el cielo dibujaban bordados de flor de acanto. Encajes de blanco llanto y de sublime ternura plasmaron una pintura de mensajes celestiales y dos blancos manantiales fueron tomando su hechura. En esos juegos florales, de los ángeles del cielo, blancas como su pañuelo vi las manos virginales de un guardia haciendo señales que despejaba el terreno. Con chaqueta azul de estreno y tan sólo con sus manos gritaba a los jerezanos ¡Paso a Jesús Nazareno! Que entre todos los cristianos, Dios quiere las almas puras y aunque rocen la locura, si es de amor por sus hermanos, cuando se mueran sus granos florecerán en la gloria. Que hoy Jerez se vanagloria que del cielo en nuestro auxilio vengan los guantes de Emilio ¡El Guardia para la Historia! Ya llegó tu hora, Padre mío. Ya dejaste el madero en el Calvario y en esa peña esperas, con Humildad y Paciencia, que te claven en la cruz. Este pasado año pude verte salir entre naranjos por la plaza de las Angustias, reclinado tu rostro por el peso de nuestros pecados, la tarde del Jueves Santo. ¡Cuántas veces, Señor, pecamos de impaciencia, de orgullo y de soberbia! ¡Cuántas veces, Señor, en la vida deberíamos hundir nuestro rostro de vergüenza por tantas miserias y faltas que haces tuyas desde la Santísima Trinidad. La plaza de San Mateo bulle de ganas de verte. Ya Agustín, el pintor y eterno droguero del barrio, se marchó tras la pasada Semana Santa para llevarte un cuadro de ese monte de cardos que ya Mercedes te alfombra en tu peña eterna. Veo tus ojos, clavándose en el cielo y me pregunto si esas penas tuyas son por esos mazos y barrenas con las que esos judíos preparan tu cruz. Si son por ver esos clavos que atravesarán tu cuerpo. Si son por esos romanos que se sortean tus vestiduras, o por son más bien por el dolor que sientes al verte abandonado cuando abandonamos a nuestros hermanos. Y te miré a los ojos y la miré a Ella y su mirada desconsolada disipó mis dudas… SEÑOR DE LAS PENAS ¡Ay mi Señor de las Penas! ¿Cómo pudiera aliviarte esas penas y agonías? Esas llagas de tu espalda, esas rodillas tullidas, ese rostro ensangrentado que mira al cielo y suspira perdonando a esos judíos que nos dan escalofríos ante tu cara divina. ¿Cómo pudiera enjugar ese llanto de María que ya sufre el desconsuelo de verte en la cruz erguida y tú sufriendo en silencio esa muerte inmerecida? Déjame que yo te diga viendo cómo a Dios suplicas que ya sé por lo que pides y no es Señor por tu vida. Es por la vida de tantos por la que, Señor, suspiras y lloras por las ausencias de las almas afligidas que abandona el egoísmo cuando a los viejos se olvidan. Tú sufres por los enfermos, por las guerras fratricidas que dicen luchar por ti cuando saben que es mentira. Por los que mueren de frío de hambre, sed o injusticias. Por los que eutanasia llaman muerte digna a esa ignominia privándonos de esperanza y a llevar de forma digna, como Tú, hasta el Calvario nuestra cruz de cada día. Sufres por los que te niegan y a sí mismos se castigan por no defender tu nombre por poder o cobardía. Tus lloras por las mujeres de tantos cobardes, víctimas y de hipócritas que amparan esas culturas distintas que mutilan a las niñas y a los niños adoctrinan confundiendo su inocencia y las reglas de la vida. Antes de morir, Señor y estés con el Padre arriba Quiero que sepas que sé lo que abre tus heridas, ¡Que no quiero que te mueras de una muerte incomprendida! Que esos ojitos de Pena buscando en el cielo al Padre lloran por niños que mueren en los vientres de sus madres. Por esa gente olvidada que vagando por las calles se consumen por las drogas y tanto abandono infame. Ya sé por qué, Padre mío, miras al cielo y se parte ese corazón tan noble por no saber cómo amarte. Por vivir con egoísmo, de nuestra vida apartarte, por sucumbir a placeres, que acaban pronto y no tarde. Y sabiendo qué te duele antes de crucificarte, quiero, Padre, revelarte ante tu Madre, una cosa: ¡La pócima milagrosa que pudiera administrarte para quitarte tus penas y aliviarte esa agonía! Miré a tu madre mirarte y en su mirada María me dijo sin preguntarte que sólo puedo aliviarte ¡haciendo tus penas mías! Que hagamos tus penas nuestras, padre mío, como todos los hermanos míos que te siguen por las calles de Jerez hasta que el domingo triunfes sobre ese calvario de muerte. Aunque se quede la peña vacía porque ya te hayan extendido los brazos sobre la cruz de nuestras culpas, déjame que te acompañe por las calles Jerezanas y me vaya hasta las Viñas, donde Jerez coronó a tu Madre por abrirnos con su pura concepción las puertas del cielo. Esa puerta que se cruza y que nos muestras con esa cruz en la que te exaltan. EXALTACIÓN Porque me duelen tus clavos y me punzan tus espinas viendo tu cara divina me haría, Señor, tu esclavo. Sé que tu dolor agravo cuando renuncio a quererte, Tú que acaricias la muerte tumbado sobre el madero mueres por el mundo entero dando vida con tu muerte. Sobre un mundo traicionero en esa cruz te levantan y tus hermanos se espantan viendo en la cruz los regueros de sangre de un carpintero clavado de pies y manos. ¿Dónde están esos cristianos llevando ramas de olivos? ¿Por qué, Señor, sin motivos te abandonan tus hermanos? Entre viñas y cultivos de trigales de secano este pueblo jerezano no te será nunca esquivo pues mira al cielo cautivo buscando su salvación. Y es que esa exaltación es el camino hacia el Padre; El que nos abrió tu Madre con su pura Concepción. Me fui a la ermita de Guía, Padre mío, y te vi crucificado entre dos ladrones. No había dolor en el mundo que te impidiera perdonar al que te llamaba Señor y suplicaba que, por misericordia, lo socorrieras. Y nada te causaba más dolor que el otro ladrón no te lo pidiera. Y aún más te duele que no nos perdonemos entre nosotros dejando que el rencor nos crucifique por no saber perdonar. ¡Y qué nimias son nuestras ofensas y nuestras infantiles disputas comparadas con la crueldad del martirio de la cruz! ¡Cuántas Penas, padre mío, nos evitaríamos y así aliviaríamos las tuyas, si aprendiéramos a perdonarnos! PERDÓN Dimas se estaba muriendo en la ermita de un Calvario junto a la cruz y sagrario del Dios que lo estaba viendo. Gestas dijo maldiciendo; “Si a la muerte me dirijo y tú eres Dios, ¡Yo te exijo que me bajes del madero!” Mirando al Dios verdadero Dimas a Jesús le dijo: “Aunque fui mala persona y maldije al Dios del Cielo, hoy me llena de consuelo saber que tú me perdonas. Ya la vida me abandona pero en Ti tengo la vida. Yo que la di por perdida, sé que muero junto a Dios. ¡Deja que estemos los dos en tu tierra prometida!” Cerquita de la Ermita de Guía, Padre mío, donde antaño el agua del mar llegaba a Jerez, tuviste sed. Y nadie sabía de qué tenías sed y hoy seguimos sin saberlo. Muchos niños paralíticos cerebrales, sus familias y todos aquellos que trabajan por esos niños tienen sed de ti cuando cada Lunes Santo, sales para pedirnos agua de caridad y de amor hacia nuestros hermanos. Pero ya no sufras más, Padre mío. Duérmete en el padre dejando que te lleven en una barca de caoba con velas de plata y oro hasta las playas eternas. Que las gargantas morenas de tu barrio de San Telmo te duerman con los arrullos de sus saetas. Déjanos a tu madre cuidando de este Valle y que sea nuestra intercesora para hacerte llegar tantas necesidades de este Jerez nuestro. Acrecienta nuestra fe, Señor y que cada una de nuestras cofradías sea ejemplo de confianza y de amor hacia Ti y hacia esa madre que te susurra al oído nuestras penas. Porque es la fe, Padre mío, la que mueve montañas y deja a la ciencia muda ante tu poder inmenso. Es la fe la que llevó a una madre desesperada, tras haber dado a luz prematuramente a una criatura de cinco meses, a poner una estampita de tu Madre del Valle en aquella incubadora de desolación. El médico, que no creía en ti, le aseguró que moriría o quedaría ciega, muda y paralítica. Y hoy ese médico cree en Dios. UNA ESTAMPITA DEL VALLE Una estampita del Valle en una cunita vela y a una madre la desvela que una vida no se acalle. Días antes, en la calle de un San Telmo de barqueros donde los duendes torneros cantan a Dios en las fraguas se le rompieron las aguas a la esposa de un sastrero. Fue un parto tan tempranero, salió tan pronto del vientre, que pide a Dios que no encuentre la muerte el golpe certero. El médico fue sincero: Esta niña se nos muere y si vive, ya no esperes que pueda ver o sentir ni andar, ni siquiera oír que le digas que la quieres. Él no le quiso mentir y fue la herida de un trueno; cinco meses en su seno y su niña iba a morir. Mas no se quiso rendir porque en la Ermita, María, comprendiendo su agonía escuchó su corazón y trasladó su oración al hijo que ya moría. Antes de su expiración, como sucedió en Caná, el Dios que todo lo da atendió su petición. ¡El poder de la oración! Y cuando meses pasaron, aquellos que le juraron que la niña moriría, miraban cómo veía miraban como escuchaba y miraban cómo andaba y que Dios sí que existía. Y viendo cómo rezaba esa que nunca hablaría, su madre le sonreía mientras a Dios alababa al ver que su niña hablaba repitiendo noche y día ese nombre de María que su chiquilla llevaba pues juró cuando sanaba que Valle la llamaría. No hizo falta romperte las piernas, Padre mío; ya habías exhalado el último aliento cuando una lanza romana atravesó tu costado para derramar una fuente de agua viva en aquel convento carmelita donde la Virgen del Carmen derrama un mar de devociones en nuestra ciudad. LANZADA Hay silencio en el Calvario aunque vivan los ladrones y hay un velo hecho jirones que cuelga del santuario. Ya preparan el sudario; se consumó la matanza, se marchitó la esperanza, rendida ya ante la muerte, que Jesús ya cuelga inerte con la muerte en su semblanza. Lo certifica la lanza, la prueba de la derrota, que ha dejado el alma rota a la Gracia y Esperanza. Cuando Longinos lo Alcanza con su lanza embravecida, tras sacarla de su herida mana por esa abertura una fuente de agua pura y sangre de la eterna vida. En la calle Ancha amanece, Dios mío, donde las saetas rompen el sordo rachear de los costaleros. El olor del incienso se funde con el del café y el de los churros jerezanos que nos reponen tras la larga madrugada. ¡Qué buena muerte la tuya, Señor, porque esa muerte es la que nos lleva a la vida! BUENA MUERTE Y DULCE NOMBRE La vida eterna mujer Tú la llevaste en tu seno. De Dios Padre, el hijo bueno, carne de tu propio ser. Se acabó su padecer. Se acabaron sus torturas que ya goza en las alturas del Dios que supo escogerte por no haber nadie más fuerte para penitas tan duras. Que no me resigno a verte llorar así tus pesares sufriendo los avatares de ese Dios que por quererte nos dio con su Buena Muerte ¡Una vida de renombre! Y porque lloras al hombre por ser a Dios siempre fiel, ¡La boca te sabe a hiel siendo tan Dulce tu Nombre! Dulce es también tu rostro, Padre mío, que contemplo absorto mientas rezo en la iglesia de los padres Capuchinos. Siempre acabo mirando a tu madre de la O, anunciando con su hermoso rostro la esperanza de la vida eterna en la que ella confía a pesar de tanto sufrimiento. No hay mejor defensora de la fe que Ella; la madre del Señor de la Defensión. DEFENSIÓN Cuando la vida se apague quiero tenerte a mi vera, y, así, cuando yo me muera y en busca del cielo vague, que mi alma se embriague de ese elixir tan divino; la sangre en forma de vino que ahora mana por tu herida dueño y Señor de la vida, Señor de nuestros destinos. Pasando por Capuchinos, Madre hermosa de la O, mi alma se cautivó viendo su rostro divino. Me detuve en el camino, lo miré con devoción, le hice una confesión: ¡A la hora de mi muerte que no deje de tenerte! ¡Señor de la DEFENSIÓN! Es el amor, padre mío, el que te llevó a sufrir tantas Penas. Es el amor infinito de Dios el que le llevó a entregar a su único hijo a la muerte. Es el amor, el que mantiene unida a la familia, a los matrimonios por ti bendecidos, a las congregaciones religiosas, a nuestras hermandades y a nuestra Iglesia. Es el que bien entendió San Juan de la Cruz cuando afirmó que “Al atardecer de nuestra vida, seremos juzgados por el amor”. Es la palabra que mejor resume el contenido de tu testamento para llegar hasta ti. Amor a cambio de nada, que tu madre de los Remedios nos entrega cuando llora sin remedio al ver la sangre fluir de tu costado por la plaza de San Juan. CRISTO DEL AMOR Flotan aun en el viento palabras de Madre nuestra que, con San Juan a tu diestra, testigo del nombramiento, Cristo en aquel testamento nos legó, Madre querida. Tú llorabas compungida rota por el sufrimiento; Al que diste en nacimiento verlo en la cruz ya sin vida. Lloras, madre, dolorida y sientes escalofríos cuando mana como un río sangre y agua por su herida. Ya sin remedio partida tu alma por el dolor, le pides a tu Señor remedios a tus anhelos; ¡Abrazar pronto en los cielos a tu Cristo del Amor! En la Por-Vera, Señor, los marianistas también me enseñaron a amarte y a no perder la esperanza en María por muchas lágrimas que nos deparara la vida. María fue testigo de tu muerte y de ese primer Santo que subió a los cielos poniendo su confianza en su hijo bajo las jacarandas de aquella calle por la vera de la muralla. En esa calle Por-Vera de jacarandas eternas van a romperle las piernas a los que están a tu vera. Que ante la cruz verdadera que en el Calvario se alzaba, un ladrón te despreciaba y el otro se arrepentía y rogando te pedía el cielo que tanto ansiaba. Unos ojos desprendían el fracaso del pecado y otros buenos a su lado los cielos que presentían. Y aunque sus piernas partían daba glorias de alabanza mostrando ya en su semblanza la concesión de su anhelo; ver esa tarde en el cielo al Cristo de la Esperanza. Los cofrades, padre mío, sentimos bullir en nuestra sangre la salud de nuestras creencias, llevando con orgullo la túnica nazarena, como símbolo de pertenencia a tu Iglesia. Esa túnica debe significar compromiso, lealtad y entrega por tu causa. Es esa la túnica que tú deseas que vistamos, Padre mío, carente de lujos, de bolsillos, de abalorios, de todo lo superfluo…Desprovista de todo aquello que carezca de valor en el cielo, pero limpia como el alma que la sustenta por haberte servido a ti y a mis hermanos. Y un hermano de la cofradía del Santo Crucifijo se marchó con ella puesta hasta su San Miguel de los cielos, una madrugada de Viernes Santo… MUERTE DE UN HIJO De un padre se despedía y otro padre lo esperaba, porque aquella madrugada partiendo a su cofradía su corazón se partía, bajando las escaleras que de niño recorriera en la Esteve de su infancia. Hoy las mira en la distancia de una nueva primavera. Ya goza de la abundancia de lo sublime y lo eterno, de ese regazo materno de una encarnada fragancia. Con esa misma elegancia del Señor de San Miguel iba vistiendo la piel que su hermandad acrisola. Sólo una noche, una sola distaba de estar con él. Túnica negra de cola ya preparada en su cuarto, sandalias, cinto de esparto cordón negro y amapola. La casa ya no está sola. No hay dolor que le taladre cuando el hijo dice al padre pidiendo su bendición; “Hoy salgo en la Encarnación que es tu madre y es mi madre”. Y esa madre lo reclama al San Miguel de los cielos y le colma sus anhelos sabiendo cuánto la ama. Vida que el Señor derrama con la fuerza de un alud a quien tuvo la virtud de honrar al que lo engendrara, que hoy ya mira cara a cara ¡al Cristo de la Salud! Viéndote subir crucificado, Padre mío, entre neblinas de humo de bengalas por las rampas del Reducto, tu rostro de paz me cautiva y me imagino nuestro caminar por la vida entre tinieblas de tentaciones y oscuridad del pecado. Ver tu rostro es descubrir la luz de la bondad y el fulgor de tu misericordia entre calimas de rencor, calígines de venganza, brumas de odio, o nubes de mal. Socórrenos Dios mío de todos esos males y tentaciones que nos acechan en nuestra vida y llévanos por el reducto del perdón y de tu amor. VIGA Mirándote muerto, inerte en esa cruz de madera me duele el alma de verte. Duermes, Señor, dulce muerte como si no te murieras, como si así nos dijeras, con esa dulce mirada que esa sangre derramada desde tu costado herido es el amor contenido de un corazón entregado y que ha sido traspasado por no haberte comprendido. Cuando subes abrazado por las neblinas de fuego atraviesas con sosiego el reducto del pecado. Y si algún equivocado condenándonos nos diga; ¡a ver si Dios te castiga! Le digamos sin rencor: ¿Piensas que juzga el amor? ¡Mira al Cristo de la Viga! Cuando te bajan, Señor, de esa cruz imponente, tu madre ya te espera en la soledad de esa peña en la que tú rezabas antes de que te clavaran en la cruz. La Por-Vera se llena de aromas de incienso y de fragancia de rosas y alhelíes para que, bajo las jacarandas, Ella se aferre a ese clavo que acaban de arrancar de tus manos. Como nos aferramos a los recuerdos de tantos seres queridos que se marcharon a tu vera y a veces tan pronto. ¿Verdad amigo mío y pregonero?; Ana y todos los que se nos fueron ya están acompañando a la Virgen en el cielo. Y Jerez se aferra a ti, Madre mía, para que no nos dejes solos en estos momentos de tanta Soledad. SOLEDAD Contemplas el cuerpo yerto de aquel a quien diste a luz. Te lo bajan de la cruz para entregártelo muerto. Solita entre los abrojos te dejarán los despojos del que llevaste en tu seno; Hijo de Dios, tu hijo bueno; ¡esa niña de tus ojos! Miro tu rostro sereno esperando el cuerpo inerte y, aun sabiendo que su muerte te la anunció el Nazareno, ese puñal como un trueno sabía que iba a dolerte. Que el cielo eligió por suerte que muriera como esclavo y te aferras a ese clavo del que murió por quererte. No estás sola, madre mía. Si Soledad te llamamos el que inerte descolgamos de la cruz de su agonía te acompaña noche y día como ese clavo en tus manos. Como tantos jerezanos te acompañan de verdad porque al ver tu soledad ¡lloran por ti mis hermanos! Ya estás de nuevo, Padre mío, en esos brazos maternales que te arrullaron en Belén. La que te tuvo en su seno no abandona ni tus despojos porque no hay amor más fiel ni más puro en este mundo que el que siente una madre por un hijo. Y es la muerte de un hijo el dolor que deja huellas más profundas en la madre que lo llevó en su vientre, aunque algunas aún no lo sepan. Ella que fue la puerta que te trajo del cielo es ahora la puerta que te lleva, que nos lleva hasta él. Duerme, Padre mío, en ese regazo de María, mientras sus brazos amorosos cuidan de tu Iglesia en tu letargo entre los naranjos de la Corredera. Déjanos que, al llegar nuestra hora, esos mismos brazos maternales nos lleven hasta Ti. ANGUSTIAS Te he alfombrado de claveles el monte de tu calvario, donde una cruz y un sudario son mudos testigos fieles de cuántas penas crueles sufrió nuestro Redentor. Lo miras con el amor de una madre a su chiquillo, te clavan siete cuchillos y lloras por tu Señor. Te cantan los pajarillos escondidos en las ramas, que al ver cómo tú derramas esos amargos hilillos, te silban sus estribillos cuando a tu plaza te asomas. Sobre ese monte de aromas miras a tu criatura soportando esa amargura cuando en tus brazos lo tomas. Lo miras con tal ternura, que tus Angustias son bellas como mira una doncella al amor de su locura. Que esa penita tan dura que hace doler tus quijares te tiene llorando a mares por tan dura desventura. Ni los blancos azahares que al llegar la primavera te alfombran la Corredera alivian ya tus pesares. El que en tu seno llevares descansa muerto en tu seno, tu hijo amado, el hijo bueno que se entregó por salvarnos. El que murió por amarnos duerme, madre, en ti sereno. Y en este mundo terreno donde el dolor nos tortura Qué punzante es la amargura que te alcanza como un trueno. De gozo está el cielo lleno, porque el cielo goza al verte. Sabiendo que iba a dolerte, con tu alma destrozada, lo inundas con tu mirada de comprensión y consuelo porque verlo, es ver el cielo Tú de Dios enamorada. Su espalda, desvencijada bajo la cruz del calvario tiñe de rojo el sudario con su sangre derramada. Como la alfombra encarnada del color de sus heridas, son tus rosas florecidas, mas para ti rosas mustias ¡Ay Virgen de las Angustias, al tenerlo ya sin vida! ¡Qué hermosa y qué importante es para un cristiano la palabra Caridad, Señor! Ese nombre que lleva ese Cristo que portan sin vida hasta el sepulcro jerezano desde la capilla de Santa Marta. Junto a ti está esa patrona de la hostelería que no falta en ningún establecimiento hostelero de nuestro Jerez. Contemplándola a tu vera sin dejarte ni un momento, me acuerdo de tus palabras en su casa con María; “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una es necesaria”. Es la caridad Dios mío la que llevó a los tuyos a llevarte muerto hasta el sepulcro y la que mueve, Señor, a nuestras hermandades a llevar pan a los que pasan hambre, amor a los olvidados y consuelo a los afligidos. Son esos cofrades de corazón grande que hacen de Santa Marta, de Verónica, de Nicodemo con todos aquellos hermanos que no tienen tanto o que necesitan aliviar sus penas y enjugar sus lágrimas. Esa caridad y ese amor que se desbordó en nuestras hermandades durante la pandemia, Dios mío. Y que esos cofrades de molía y de sudor bajo las andas, demostraron en los momentos más duros. Dejaron patente que también te aman en las trabajaderas de la vida, porque dieron con su entrega y su cariño chicotás de amor para aliviar las penas a tantos necesitados. Y me acordé del Papi y de todos los capataces que hoy siguen su estela y aúnan con su martillo las voluntades de esos cristianos que siguen a Dios bajo sus pasos. Este año me acuerdo especialmente de ese gorrión que voló a tu vera demasiado pronto y que tantas veces dirigió mis pasos bajo las andas de tu madre del Desconsuelo. En el cielo vi un pañuelo que celebraba la alegría de ver a esos costaleros haciendo el bien aquí abajo y en el interior de mi corazón resonaban unas palabras de ese capataz eterno… EL PAPI Y LOS COSTALEROS Dicen de los costaleros que no saben lo que llevan Que no conocen a Dios, ni van a misa, ni rezan. Que la iglesia no la pisan. Que con los pasitos juegan. Dicen y dicen y dicen… sin conocerlos siquiera. Y los miré desde el cielo y aplaudí con mi pañuelo esas chicotás sinceras ayudando a gente humilde y a las de consuelo huérfanas con mecidos de viandas y levantás misioneras. Y esto que vi desde el cielo y volando hasta mi vera me confesó un gorrión ¡no os lo dice un cualquiera! Que el Papi, Manuel Olmedo capataz hasta médula sabe bien lo que ellos sienten bajo esas trabajaderas. Pues vinieron tiempos duros de muerte, hambre y pandemia y abajo mis costaleros daban chicotás eternas repartiendo a sus hermanos caridad sin parihuelas. Por eso si me preguntan si me mereció la pena ser capataz en Jerez de cuadrillas de leyenda, les diré como Jesús mirando a la Magdalena: ¡El que no tenga pecados tire la primera piedra! Que aquí hasta el cielo se llega haciendo el bien al hermano y aliviándole sus penas. Le diré a quien me pregunte por las molías que llevan que son yugos del Señor y que su carga es ligera, ¡pues llevan al redentor y a esa madre de su amor por Jerez de la Frontera! Amortajan tu santo cuerpo con aromas y ungüentos por calle Sevilla, sin saber siquiera que son ángeles del Cielo los que anunciarán tu resurrección gloriosa. Y te sigo viendo, Dios mío, en esa peña eterna ya vacía, buscando los ecos de tu anunciada resurrección para decirte que esperamos ardientemente encontrarnos contigo en el camino de Emaús. Hasta entonces, sola ante la cruz, es tu Madre quien llena el pozo infinito del vacío que sentimos. Llora el sudario por la calle Caracuel al ver el balcón vacío de un hombre que lo dio todo por su Virgen de Loreto y llora ella y su Amor y Sacrificio cuando llega a las puertas de un Sol que se ha puesto en su alma. Porque viéndola sostener enlutada tu corona de espinas y llorar sin remedio ante la cruz, es ver a todas las madres que lloran las muertes de sus hijos por guerras inútiles, por enfermedades incurables y por todos los dolores de este mundo. LORETO Y AMOR Y SACRIFICIO Queda atrás la cruz vacía de la que cuelga un sudario y atrás se queda el Calvario prolongando tu agonía. No llores más madre mía que ese corazón inquieto a Ti, madre, te prometo se alegrará sin demora que todo Jerez ya añora verlo en Emaús, ¡Loreto! Negro es tu manto, Señora. Negro el dolor de tu llanto y es que sufres tanto, tanto… que Jerez contigo llora. ¡Qué pena desgarradora ver tus lágrimas sangrantes! ¡Qué dolores sollozantes dejan sus profundas huellas en esas mejillas bellas que te marcan el semblante! ¡Qué penita caminante! ¡Qué dulzura en tu mirada! ¡Qué brutal la puñalada que has sufrido hace un instante! ¡Que tu hijo agonizante entre personas mezquinas sucumba a las asesinas garras de la misma muerte! ¿Cómo no van a dolerte esas mejillas tan finas? ¡Con qué soledad caminas de manto negro enlutado! ¡Qué solita te has quedado sosteniendo las espinas! ¡Mirando al cielo adivinas el porqué de ese suplicio! Y Él te pide otro servicio aunque el dolor te devora: ¡Ser nuestra madre y Señora del Amor y Sacrificio! La piedad llora por la calle de la Sangre mientras te llevan muerto, Señor, camino de otro Calvario. En esa empinada calle, llegando ya a la Real Capilla, solía escuchar de niño las últimas y más hermosas saetas de nuestra Semana Santa. Dejando atrás Santiago, la luna llena es testigo de esas postreras chicotás de la Reina del Calvario. Muchas de esas saetas salían del alma de uno de los más grandes pregoneros y artistas que ha dado esta tierra. Y antes, Dios mío, de dejar a mis hermanos con la mirada de la Piedad y ponernos en manos de tu madre hasta que tú resucites, déjame acordarme de los pregoneros que me han precedido en este atril y en su nombre recordar al que fuera padre y abuelo de dos de ellos, con alma de buen cristiano y con el arte gitano que sólo tiene Jerez. Era tal su arte que, al escuchar su saeta, hasta el Señor dormido en la urna ya tenía ansías de despertarse para saber quién era aquel artista que la escribió. La Piedad, que oyó la saeta, le susurró en la capilla del Calvario quién la había escrito y un viernes de abril el Señor se lo llevó para siempre para pregonar el amor a su vera. ANTONIO GALLARDO Jerez tuvo un trovador, pregonero y buen cristiano, caballero jerezano, poeta y compositor. Porque así quiso el Señor que artista de tal pureza demostrara que se reza con el alma enamorada, con décimas encantadas de tan sublime belleza. Dormidito en su almohada Cristo escuchó una saeta. El cristal casi se agrieta con esa oración cantada Él ya ansiaba en su morada al hombre que la escribía y, aunque faltaban tres días para que se despertara, viéndolo la luna clara, la Piedad se lo diría. La Virgen, que lo sabía, llegando ya a su Calvario, susurrando a aquel sagrario, dijo al hijo que dormía. “Sólo un poeta podría rezar con versos de nardo” Y un viernes de cielo pardo loco por el pregonero dijo Dios a un mensajero; ¡Tráeme a Antonio Gallardo! Padre mío, el sol se ha puesto sobre las viñas jerezanas y de los últimos cirios encendidos solo queda la cera derramada sobre los grises adoquines que, encerados, hacen chirriar las ruedas de los coches presurosos. Jerez descansa contigo mientras aún resuenan los ecos de las últimas saetas y ya espera ansiosa tu salida en la resurrección triunfante la mañana del domingo, cuando desde nuestro primer templo, salgas lleno de luz por nuestras calles. Alegría que celebraremos durante cincuenta días hasta que, anunciándolo una Blanca Paloma, nos dejes tu Espíritu Santo por arenas, marismas y pinares de cada día. Mientras te despiertas de ese sueño en tu sepulcro del Calvario, no hemos dejado sola a tu madre y ella no nos abandona ni un momento. Vuelvo a pensar en ti, en tu regreso a la peña de cada día, la que de verdad importa para el cofrade de corazón. Esa peña que no abandonas nunca a pesar de tantos abandonos nuestros, porque sigues con nosotros hasta el fin de los tiempos. Hasta entonces déjanos que nos pongamos en manos de tu Madre, porque nadie mejor que Ella puede seguir manteniendo unidas a nuestras cofradías y a esta Iglesia por la que Tú te entregaste. Porque nada se puede sin María y todo se puede con ella déjame que, para terminar estas confesiones sobre tu Pasión jerezana, me cuelgue en el pecho un rosario con todos esos sus nombres que te han acompañado cada día, mientras esperamos con el corazón abierto a que vuelvas a estar con nosotros. LOS NOMBRES DE MARIA Me voy a hacer un rosario con los nombres de María que son mis piedras preciosas y son mis perlas más finas. Empezaré por La Estrella cuya luz es nuestra guía con su corona de reina que dos Ángeles traían. Angustia porque han negado al salvador de la vida. Perpetuo Socorro nuestro que también es madre mía. Buscaré Misericordia junto a la madre Morena que nos llena de Merced. Y si me quedo con sed por seguir buscando amor iré en busca de la Paz en su Mayor Aflicción. Y Amparo de nuestras almas y Candelaria en la Plata y Paz y concordia nuestra y Refugio en la Constancia y Socorro de Jerez co-patrona soberana. Tras Amor y Sacrificio, volviendo por Empedrada, a Salud de los enfermos, a la Salud y Esperanza, a la Virgen de la O, a la Virgen de las Aguas, a quien llora sin remedios y a las Bienaventuranzas, porque salgo el Martes Santo, yo les rezo allá en sus casas. Y el miércoles ya de nuevo, aunque me digan, ¡Descansa! Iré en busca de Mercedes y Consuelo para el alma. Veré en casa a Patrocinio, llena de Penas y Lágrimas. Y a esa celeste Amargura recordando aquella cura viendo a su niño en Naranjas. Doy consuelo al Desamparo y a Dolores, Esperanza y a esa Madre de la Iglesia le enjugo también sus Lágrimas, que al ver la Lanzada infame que hizo derramar sus Aguas, nos pide Confortación llena de Esperanza y Gracia. Alivio al Mayor Dolor, de esa cruel puñalada al verlo por la Asunción como una piltrafa humana. Mas mira al cielo abnegada quien, desde su Encarnación, aceptó con decisión ser siempre de Dios su esclava. ¡Esperanza Franciscana!, ¡Esperanza de la Yedra! ¿Qué corazones de piedra quieren robar la esperanza? Y a ti madre del Traspaso con tu carita de pena deja que con hierbabuena te haga un pañuelo de raso y con nardos yo te alfombre a ti, la del Dulce nombre la calle Ancha a tu paso. Que endulce el dolor cruento cuando salgas a su Encuentro bajo la Cruz penitente. Y que así mi amor te encuentre Madre de la Concepción al ver los clavos ardientes sellar su crucifixión. Y si ante la cruz vacía el alma se te partía, Madre mía de Loreto, ¡No me llores!, te prometo María, Madre del Valle que aunque de dolor estalles viendo al Señor expirar sólo te queda esperar que de la cruz te lo bajen. Y aunque el alma te desgajen sufriendo en tu soledad ¡Alégrate madre mía! Que al alba del tercer día volverá la Luz ¡Piedad! Y ahora ustedes me dirán que dos perlas me han faltado que completen mi collar. ¡Os juro que no es verdad! Tan sólo las he dejado como mi bien más preciado para el remate final. Mi abuela me confesó que aquel Domingo de Ramos rezaba sin descansar. ¡Oh Virgen de las Angustias que a mi esposo reclamaste tan pronto a tu dulce seno!; pídele a tu nazareno que cuando tu paso asome por el santo humilladero haya mi nieto nacido. Será mi mayor consuelo Que, por que su fuego divino, su abuelo Paco lo vea desde un balcón en el cielo. Que él era de tu hermandad y era hermano de los buenos y le gustará saber que, moreno como él, el niño nació moreno. Y ese niño se hizo hombre y hoy es vuestro pregonero, y le canta a las Angustias allá donde está su abuelo. Y falta por colocar la perla que yo más quiero. La que me vio bautizar mañana de Martes Santo antes de procesionar. La que me dijo mi padre desde que yo era pequeño que era mi madre y mi guía y a quien poder suplicar mirándola sin hablar alivio a las penas mías. Aquella que contempló cómo por primera vez y con San Juan por Testigo recibí la Comunión. Esa madre bondadosa que fundió con su mirada el día en que me casaba mi alma y la de mi esposa. La que me sabe escuchar prestándome su pañuelo y ante quién quisiera estar para poder entonar un Padrenuestro postrero cuando el Señor de las Penas me reclame ante su altar. Por eso, Oh Madre mía, cuando se acaben mis días para colmar mis anhelos quiero llevarte, María, la perla que elegiría el mejor de los joyeros. ¡Que es tanto lo que te quiero! ¡Que es tanto lo que te ansío! ¡Que pensando en ti confío, que al final del largo vuelo, Tú, madre, Puerta del Cielo digas mi nombre a la entrada y mi voz enamorada diga el tuyo, ¡DESCONSUELO!