VIVIR LA CUARESMA COMO UN NIÑO

Como cualquiera que albergue deseos de ser mejor persona, vivo la Cuaresma con la sana intención de renovar mi espíritu y tratar de acercarme a Dios una vez más y, por ende, a todos mis hermanos. Y con esa sana intención repasaba en mi mente lo que tendría que hacer para conseguirlo,   cuando,  por esos caprichos del destino o respuesta de Dios a mis peticiones, me llegó uno de tantos whatsapps que solemos pasar por alto hastiados de tanto bombardeo insustancial.  Cogía velocidad mi dedo borrando mensajes inservibles cuando una foto con halo de encanto y de profunda espiritualidad  me dejó absorto. De forma providencial, la foto de un niño que miraba cara a cara a un Cristo de rostro ensangrentado, me dejó sin palabras y con el dedo suspendido sobre el teclado del móvil. No podía venir más a propósito esa sobrecogedora fotografía para  responder a las cuestiones que me planteaba y, desarmado de mi primera intención,  la observé con gozo.

Me acordé inmediatamente de las palabras de Jesús cuando, poniendo un niño en medio de sus discípulos,  dijo:

  «En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”.

Y es que viendo la encandilada mirada del niño de la foto y la de ese Jesús que se despoja de sus vestiduras de grandeza por puro amor al ser humano, comprendí al instante esas palabras del Maestro.

Toda la transformación que pretende la Cuaresma en nosotros, construida  sobre los pilares de ayuno, caridad y oración y que tanto nos cuesta a las mayoría de los cristianos,  emanan de forma natural del alma de ese niño porque, si la cara es el espejo del alma, su mirada confirma que cumple holgadamente con los tres.

Y es que hay caridad en sus ojos al contemplar el rostro ensangrentado de aquel hombre al que ya ama  y admira sin saber quién es.  Que parece que le quiere decir ¿Cómo te puedo aliviar? Amor recíproco que se deja ver en el rostro de ese Cristo por encima de su dolor y que parece contestar  “Todo lo hago por ti”.  Y así se deja arrastrar sin temor a las profundidades de un amor sin medida. De nada nos sirve desprendernos de bienes materiales si no lo hacemos por amor al prójimo, si no lo vemos con la fe de ese niño.

También hay ayuno en su mirada, porque esa pequeña criatura parece saciarse al contemplar aquella imagen. Ayunar no es sólo dejar de comer carne, ni abstenernos de otras cosas;   es desprendernos de todo lo superfluo que no sacia nuestro espíritu y alimentarnos de la palabra de Dios. Es llenarnos de Él como se llena ese niño.

Y qué hablar de la oración. Cuántas veces repetimos jaculatorias sin saber lo que estamos diciendo y no llegamos al corazón de Dios. Ver ese cruce de miradas de los dos protagonistas de la foto basta para darnos cuenta de que uno y otro se lo dicen todo sin hablar. Es la unión intima de dos almas que se entienden con la mirada. ¿Hay oración más hermosa?

Es el amor el que mueve todo lo bueno de este mundo y en el que se basa la Buena Noticia de Cristo. Entendiendo y aprehendiendo ese amor en nuestro corazón, podemos transformar nuestro interior y, por extensión,   la sociedad en la que vivimos.

En nuestro laberinto interior que busca desesperadamente a Dios, la salida es seguir con sencillez los consejos del Maestro y ser y comportarnos  en esta Cuaresma como el niño de esa foto.  No hay nada más sencillo ni más difícil a la vez. ¡Son las cosas de Dios!

Paco Zurita

Marzo 2021

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