LA MEJOR NAVIDAD DE NUESTRAS VIDAS

Llegué a casa y se había ido la luz. Sin disgustarme, sonreí acordándome de aquellas tormentas que nos dejaban a oscuras cuando era niño, y encendí una vela que había sobre la mesa.  Mirándola en la oscuridad, pensé en aquella primera Navidad en la que unos pobres pastorcitos se alegraron en su alma por el gran regalo que les llegaba del cielo. Ellos también estaban a oscuras en un mundo difícil como el nuestro.

 Quería sentir la luz de la esperanza que no se enciende con excesos ni derroche, pero sí con el regocijo de saber que existe un Dios que está dispuesto a nacer de una mujer para vivir, sufrir y morir como nosotros.

Pensé que quizás este año no íbamos a tener grandes comidas, ni podríamos  reunirnos con  familiares o seres queridos. Quizás no fuera la Navidad que nos han querido vender y que hemos ido comprando a lo largo de 2.000 años de historia,  más para nuestro deleite y regocijo que por el verdadero sentido que conlleva.

Hoy, más que nunca, tenemos motivos para desear la llegada de ese Niño, que vino pobre, sin techo y muerto de frío en la más pequeña de las aldeas que aquel mundo conocido.

Este año hay muchas razones para sentirnos como esos humildes pastores que celebraban la esperanza que los ángeles les anunciaban. Son muchas las penas y fatalidades que parecen ceñirse sobre nuestro mundo y,  no sólo por la pandemia que nos castiga, sino por tantos Herodes de nuestros días que ponen en riesgo nuestra convivencia y nuestras vidas  sin tener en cuenta la paz que comprometen y las personas que sacrifican en aras de sus propios egoísmos e intereses. Son esos falsos servidores públicos,  ilusos visionarios e  hipócritas líderes que pretenden liberar al hombre de una supuesta esclavitud para llevarnos a servir a sus propias mesas y hacernos creer en un mundo que muere sin remedio.  Herodes se llevó a muchos inocentes por el camino, pero no pudo acabar con la esperanza que acabó triunfando sobre una cruz que representaba todo lo que nos somete.

A solas, contemplado la luz de la vela,  pensé en  todas las cosas buenas que hacemos siguiendo el ejemplo de ese divino Niño que nos trajo la primera Navidad. Reparé en  todos mis hermanos que están trabajando por los más necesitados, no importa  sus creencias o ideas.   No se me olvidaron todos los voluntarios de hermandades, congregaciones religiosas, asociaciones benéficas de nuestra Iglesia o de otras confesiones que creen en el amor al prójimo y en el mensaje de paz que nos trajo ese niño de Belén. Sentí un extraño gozo por  tener motivos para alegrarnos  haciendo de esta Navidad la más hermosa que hayamos conocido jamás, sintiendo que adoramos a Dios con cada persona que recibe nuestra generosidad y amor en su nombre.

Es en el dolor y en las dificultades donde más se necesita la  Navidad como única y verdadera  respuesta de la Humanidad a sus frustraciones, a sus miedos, a sus limitaciones,  a su propia efímera existencia.  Cualquier otra que nos vendan es pasajera y muere como los hermosos lirios que acaban siendo polvo o pasto de las llamas.

Sí, en esta Navidad tenemos motivos para la  alegría porque Dios,  una vez más, nace  de nuevo en nuestras vidas mortales para darnos amor y  traernos esperanza que ningún Herodes logrará arrebatarnos.

Me quedé extasiado mirando la vela encendida y entendí la grandeza de esa pequeña luz en mitad de la oscuridad de la habitación y de nuestra propia  existencia. Me dejé arrebatar por su hermosura y pensé en el amor que Dios nos trae en persona, haciéndose uno de nosotros,  para llevarnos de nuevo a esa Luz que no se apaga nunca.

Es la Navidad en estado puro cuya luz encendemos con el amor que derramamos en cada uno de nuestros hermanos. Lo demás es superfluo e importa poco porque ésta, sin duda,  será la mejor Navidad de nuestras vidas.

Paco Zurita

Navidad 2020

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