LA MILI

Una de las cosas que me enseñó mi padre y que procuro cumplir como regla de vida, es ver el lado positivo de cualquier situación, por muy adversa que sea o parezca ser.

Hace muchos años que el Servicio Militar obligatorio desapareció de nuestro país y, hoy, revisando viejas fotos mías,  han aflorado hermosos recuerdos de aquella etapa de mi vida.  Con 22 años acabé mi carrera y, tras las correspondientes prórrogas, ya tocaba servir a la Patria y así “perder” como militar el año que había ganado como estudiante. Algunos amigos habían optado por la objeción de conciencia, otros se habían librado por causas diversas y muchos, como yo, fueron conociendo su destino en algún cuartel de España.

Siguiendo los consejos de mi padre, me dejé inundar de un mar de nuevas experiencias, a veces duras, muchas veces preciosas y, sobre todo, siempre humanas.  En aquel año de 1990 aún había muchachos que casi no habían estudiado y aprendían a golpe de voz  himnos y canciones de un país que no conocían en profundidad pero que, en cambio,  adquirían el extraño deseo de hacer bien las cosas y aprender de las oportunidades que le brindaba esa nueva vida.

Pronto me integré en esa diversidad cultural que componía nuestro pequeño mundo dentro de la batería, compartiendo vivencias, confidencias y  aventuras que me permitieron forjar amistades que perduran hasta hoy.

Aprendí a conducir camiones  con remolques cuyas permisos aún conservo, trabajar en la cocina, leer en la biblioteca, rezar en la capilla, compartir cervezas en la cantina, hacer el curso de cabo, ascender a  cabo primero, conducir ambulancias, ganar un concurso de relatos, obtener un diploma por comportamiento ejemplar, hacer tres maniobras por toda España, ayudar a otros compañeros a sacar el Graduado o  aprender a mecanografiar aprovechando que un administrativo me ensañaba en las horas muertas que pasaba en la gasolinera.

Pero, sobre todo, aprendí a conocer mejor la realidad de mi país, de sus gentes, de su grandeza forjada en 500 años de historia. Aprendí valores que son privativos de la naturaleza humana pero venerados y ensalzados por los militares como  son el deber, el honor, la entrega, el sacrificio, el compañerismo y la generosidad. Valores de los que muchos antimilitaristas carecen, cómodos en sus palabras de paz pero incapaces de dar la talla cuando es preciso. Al fin y al cabo, esta paz que hoy disfrutamos en Europa no hubiera sido posible sin la sangre de los que dieron su vida por los demás ante la tiranía de nacionalismos y pensamientos execrables.

El día de la Jura de Bandera, me sentí muy orgulloso no sólo por mi o por los míos. Muchos de esos chavales también sentían la satisfacción de ver reflejado en el rostro de sus familiares el orgullo que sentían por sus hijos.

En estos tiempos duros que estamos viviendo, no podemos olvidarnos de estos compatriotas que, con sueldos estrechos pero corazones enormes, arriesgan sus vidas por los demás y honran a España y a los españoles con el cumplimiento de esos valores que aprendieron en sus Fuerzas Armadas.

Después de tanto tiempo y de ver cómo se desprecia por parte de muchos ilusos e ignorantes de la historia  esos valores que consideran trasnochados y caducos, pido a Dios con todas mis fuerzas que no tengan que vivir de nuevo tiempos en los que el espíritu y la  grandeza del militar tengan que sacarlos de un apuro.

Paco Zurita

Junio 2020

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