Thomas de Kempis fue un canónigo agustino nacido en Kempen (hoy Alemania), en 1.380 y es el autor de “La imitación de Cristo”. Mi madre, en un cajón de su mesilla de noche, conserva desde niña un ejemplar que cabe en la palma de mi mano y que una querida tía suya le regaló en su Primera Comunión. Ella me enseñó a leerlo al azar, dejando que el pasaje que apareciera en la página movida por el viento de un soplido, fuera la respuesta a la inquietud o al problema que me atribulara en ese momento.
El libro está lleno de preciosas frases que siguen teniendo actualidad a pesar de los años transcurridos. Los tiempos cambian, pero el mundo y las personas que viven en él, siguen teniendo los mismos defectos y las mismas preocupaciones siete siglos después.
Hoy, que tantas personas han muerto y tantos otros están llorando por ellos, que tanta gente va a padecer las consecuencias de esta pandemia, que tantos autónomos y emprendedores han visto truncados sus sueños y proyectos, que tantos trabajadores han visto cómo cierran sus fábricas, son despedidos o pierden su categoría laboral, hoy, más que nunca, dándonos cuenta de que no somos dueños de nuestra vida ni de nuestro destino, hay que volver los ojos a Dios y tratar de encontrar fuerzas más allá de las humanas.
Recuerdo que hace muchos años, acababa de recibir de mi jefe la buena noticia de haber logrado un “bonus” por los buenos resultados alcanzados. Iba a llamar a mi esposa, lleno de alegría, para compartir con ella las cosas que podríamos hacer con ese dinero, pero fue ella la que me llamó primero; “No te asustes, me dijo, pero acabo de tener un accidente y el coche está destrozado”.
Ya no me importaba ni el dinero, ni los proyectos, ni el orgullo por haberlo logrado; sólo me importaba llegar cuanto antes al lugar del accidente y ver con mis propios ojos que mi hija y ella estaban bien.
La vida cambia de un momento a otro. Hoy vivimos y mañana podemos estar muertos. Hoy reímos y mañana podemos estar llorando. Hoy soñamos con el futuro y mañana sentir cómo el futuro puede truncar nuestros sueños. Y entonces, descubrimos cuán insignificantes somos. Nos damos cuenta de que no podemos añadir un dedo a nuestra pequeñez. Vemos cómo se desploman nuestra vanidad, nuestra soberbia y nuestro orgullo.
Algunos, tratando de justificarse a sí mismos o respaldar sus decisiones querrán hacernos sentir culpables, incapaces, caducos o amortizados. Podremos caer en la autocomplacencia, en el abandono, en la desidia o la más profunda depresión. O, en cambio, podemos respirar hondo y encontrar respuestas celestiales frente a la podredumbre e indiferencia del mundo que nos rodea.
Y así, curado de humildad, es cuando abro una vez más el Kempis para encontrar respuesta a lo sucedido y hallar un pilar en el que basar la vida que me espera. Y abierto con el soplido que mis anhelos suspiran, surge la frase que me susurra al oído el mismo Cristo al que el Beato Kempis nos dice cómo imitar:
“No eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen, lo que eres delante de Dios, eso eres y nada más”.
Lo que estamos viviendo es duro, como lo es una guerra, una tragedia natural, un accidente imprevisto….. No hay que buscar culpables, ni sentirse culpable, ni pensar que todo está perdido. Sólo tenemos que ponernos ante ese espejo con el que Dios nos ve y mirarnos también nosotros y, con esa persona que vemos, construir nuevas y preciosas ilusiones.
Yo me he vuelto a mirar en él y he sonreído….
Paco Zurita
Mayo 2020