MURALLAS DE ARENA

La playa era para mí una tediosa obligación que había que soportar de la manera más liviana posible. Y eso implicaba poner a trabajar mis sueños de ingeniería que incluían pozos, carreteras, castillos y, sobre todo….”murallas de arena”.

Provistos de elementos y manjares que me hacían presagiar una larga jornada en aquel insoportable martirio, mis padres buscaban algún despejado lugar  en el que pudieran mantenerse a salvo de la marea,  pero fuera de la abrasadora arena seca.  Eso implicaba que tarde o temprano, tendríamos que mudarnos más arriba cuando las olas se acercaran a nuestra sombrilla.

Pero ahí estaba yo, maestro constructor e iluso perseguidor de causas imposibles.

”No hace falta que nos mudemos papá”, le dije a mi padre con seguridad y determinación,  cubo y pala en mano.

“Voy a hacer una muralla que nos proteja de la marea”.

 Mi padre, que estaba seguro del fatal destino de aquel ambicioso proyecto, no dudó ni un instante en saciar mi inagotable hiperactividad y accedió encantado a darme consejos para elevar recios muros. Era estupendo tenerme ocupado……

“Cuanta más piedras y más altura, mejor”, me dijo sonriente….

Mis pobres hermanas, una vez más, se convirtieron en fieles seguidoras de mis locos sueños y nos pusimos todos manos a la obra.

Ingentes cantidades de cubos de arena y  de piedras fueron levantando una muralla alrededor de nuestra sombrilla que causaba la admiración de los niños y la curiosidad de los padres que paseaban por la playa.

La marea se acercaba amenazante,  pero seguro de  sus sólidos cimientos y de su altas almenas, la esperábamos deseosos e impacientes, convencidos de disfrutar a su abrigo de las tortillas de patatas que había preparado mi tía.

Poco a poco, las avanzadillas de la invasión marina fueron besando los muros y, al poco rato, las andanadas de agua resbalaban gráciles hacia la retaguardia de nuestro fortín. Ya habían sucumbido las  defensas de otros vecinos que se mudaban derrotados hacia posiciones más seguras, pero la nuestra resistía orgullosa. Fue entonces cuando, ya rodeadados totalmente por el agua,  vi a mi  abuela y a mi tía coger los bolsos de la comida,  seguida por mi madre con a nevera y  a mi padre con la sombrilla, tres sillas y la mesa de playa, que salían a escape de aquella peligrosa isla.

Y allí nos quedamos los tres, asombrados por la falta de confianza de nuestra familia, pero al pie del cañón como “Los últimos de Filipinas”.

El suelo de nuestro castillo inexpugnable empezó a humedecerse, y las férreas masas de arena y piedra a desvanecerse como un helado de chocolate que se funde bajo el sol abrasador. En un inesperado envite, una ola pasó por encima de la poderosa fortaleza. El agua empezó a entrar por todas partes y tratábamos con nuestros propios cuerpos de taponar las cada vez más numerosas brechas del castillo mientras veíamos a nuestra familia comer tranquilamente la deliciosa tortilla y los filetes empanados al apacible resguardo de la sombrilla.

Derrotados en nuestro loco empeño, subíamos cabizbajos a tomarnos las viandas, que nos alegraban sobradamente las penas. Mirábamos soñolientos, ya a la caída de la tarde, los casi imperceptibles restos de nuestra portentosa muralla; las duras piedras esparcidas por la brava marea que se retiraba vencedora.

En la vida, nos sentimos poderosos cuando la marea está lejos. Creemos que somos invencibles y que estamos preparados para afrontar todas las olas que nos golpeen. Pero cuando llegan los verdaderos problemas, aunque soportemos los primeros envites, nos derrumbamos abrumados porque no sabemos cómo tapar las brechas de nuestro refugio interior.   Hemos de asumir que no somos invencibles, pero sí humanos e hijos de Dios. 

Hay una lección que obviaba entonces pero que ahora, con el paso del tiempo, empiezo  a entender.  La marea, como en mis sueños de niño, acaba retirándose y nos deja tras de sí una arena limpia y virgen en la que podemos empezar de nuevo, en la que debemos construir nuevas ilusiones.

Hoy, quizás, día de Patrona de los Mares, me otorgue Dios la oportunidad de empezar un nuevo sueño y, si me da tiempo y fuerzas para ello, puede que sea esta vez…. ¡El más hermoso!

Paco Zurita

Junio 2021

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