A nuestra querida camarera Poti

Muchas veces pienso que el cielo es como un inmenso mar azul en calma al que siempre hemos pertenecido,  pero que el colosal impacto de un astro imponente, desgajó parte  de él y nos convirtió en temporales gotas de agua viajeras por el universo.

Vagabundas en ignotos mundos, algunas de esas gotas se encuentran en ese destierro  y comparten experiencias vitales y sentimientos que evocan el mundo de donde vienen.

Vienen nuevas gotas que llegan a nuestras vidas y se marchan otras que formaron parte en algún momento  de ellas. Sentimos alegría cuando están cerca, como familia, como amigas, como compañeras de destierro. Y sentimos dolor cuando se evaporan y nos dejan solos de nuevo en este desierto terrenal.

Temblamos de miedo y de soledad, despojados de compañeras de aventura y echamos de menos el lugar que ni siquiera recordamos pero al que queremos volver.

Porque,  fieles a su naturaleza,  las gotas errantes ansían la fuente de donde provienen y buscan sin descanso el camino de vuelta a su casa,  en el azul del mar. 

A veces, en ese destierro, cuando se miran dentro de esa diminuta gota, encuentran en ella todo el océano del que proceden. El tiempo se detiene,  sus cuerpos parecen ingrávidos y la sensación de estar en casa recorre cada rincón del ser.

En ese momento de éxtasis trascendental, los seres humanos, cuál gotas de agua, vislumbramos el mar que nos espera y, nuestros rostros, espejos del alma,  no pueden esconder la gloria que vislumbran; la misma gloria que vislumbraron Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor viendo a Cristo transfigurado.

A la muerte de Poti, rebusqué entre mis viejas fotos y me detuve en una que me sobrecogió. En los rostros de los protagonistas vi esa mirada de esperanza y serena alegría de los que se saben  en el camino que nos lleva de regreso al mar.

La enamorada camarera y el que fuera hermano mayor de la hermandad, mi padre,  contemplaban a la Virgen del Desconsuelo una víspera de Domingo de Pasión, con caras encendidas que no disimulaban que en Ella estaba el camino de vuelta al ansiado mar azul.

Ya, mi querida camarera, miras a la Virgen desde el mar de sus ojos misericordiosos que contemplabas aquella tarde junto a mi padre.

Nos duele que se nos vayan esas gotitas de agua con las que tantas vivencias  hemos compartido, pero sabemos que ya están en casa y que nos esperan en la inmensidad azul de Dios.

 

Paco Zurita

Noviembre 2025

Deja un comentario